Esta semana terminé de leer un libro que me ha encantado. Un libro que está basado en unas cartas escritas entre 1969 y 1973 y que son las memorias de una niña, una niña que, a pesar de la dureza de vida que le tocó pasar, siguió su camino convirtiéndose en mujer, pintora y parte del círculo intelectual de la Europa de la década de los 60 y 70. Esta mujer fue Emma Reyes una pintora de la que no había tenido noticia y de la que he oído hablar por primera vez como escritora que no era. Y digo no era porque el libro son en realidad 23 cartas que escribió a su amigo, el escritor, historiador e intelectual Germán Arciniegas, contando su vida de niña. Vida absolutamente dickensiana en el sentido dramático, que con episodios absolutamente duros, pero con un relato hecho desde la visión de la niña que era, consiguen, impresionantemente, arrancar la sonrisa, e incluso la carcajada, en más de una ocasión.
Memoria por correspondencia, editado en 2015 por la editorial Libros del Asteroide, es un libro que se publicó en Colombia en el año 2012 y se convirtió inmediatamente, en su país de origen, en un auténtico fenómeno literario que llegó a emocionar, incluso, al gran García Márquez. La cuestión es que en este libro, redactado mediante los recuerdos y la voz de una niña hecha mujer con el tiempo, la frescura, gracia y naturalidad del relato hace que haya momentos en los que, pese a la crudeza de lo contado, llegas a sonreír. Una niña que en el primer capítulo aparece viviendo semi abandonada en un cuartucho de chabola, con su hermana, siempre a expensas de lo que mande María, una señora de pelo negro que no llegas a saber si es su madre o de quién se trata. Un traslado a otro lugar para regentar una chocolatería, maltrato infantil y de fondo las maternidades no deseadas y los señoritos de paternidad no deseada. Otro traslado al bajo de un teatro y finalmente el abandono por parte de la señora María que marca el camino hasta una «escuela» de monjas para niñas que tiene más de taller clandestino y de explotación infantil. Y allí, en medio de todo ese mundo dickensiano, como del Londres victoriano, Emma, con su imaginación y su curiosidad de niña a la que nunca se han molestado en enseñar. Un libro precioso, con un lenguaje sencillo pero con unos matices exquisitos llenos de una capacidad para describir inaudita.
Un libro precioso para esas personas que disfrutan de la literatura que hay en la vida, en las historias de las personas y en los recuerdos del alma. Para quienes echan de menos mantener una correspondencia por carta. Es también un libro para quien quiera maravillarse con una escritura fresca y directa. Y también, desde luego, para quienes se maravillaron con Oliver Twist y quieran rememorarlo con acento colombiano.
Sigo sin comprender cómo esta mujer no se dedicó a escribir durante su vida. Pero quizás el secreto de este libro sea eso, que en realidad no es un libro.
Nos contó la historia de un niño que se llamaba Jesús, la mamá de ese niño también se llamaba María [como una religiosa a la que Emma adoraba], eran muy pobres y habían viajado en burro ( …) Ese niño tenía tres papás, uno que vivía con su mamá, que se llamaba José y que era carpintero; el otro papá era viejo con barbas y vivía en el cielo entre las nubes y ese papá sí era muy rico. La monja nos dijo que él era el dueño de todo el mundo (…) El tercer papá se llamaba Espíritu Santo y no era un hombre, sino una paloma que volaba todo el tiempo. Pero como la mamá vivía solo con el papá pobre, no tenían ni casa en qué vivir y cuando nació el niño Jesús tuvo que ir a nacer a la casa de un burro y una vaca.