Kramp, de la chilena María José Ferrada, editado por Alianza Editorial, es una suerte de memorias ficticias escritas con la mezcla de la nostalgia y la mirada de una niña. M es la niña que relata sus recuerdos en esta pequeña obra llena de emociones y pensamientos y con la gracia de la niñez. D es el padre de M, vendedor de productos de ferretería de la marca Kramp. Trabaja en uno de esos empleos ya en vías de olvidarse, de cuando los vendedores eran viajantes y recorrían pueblos y ciudades con sus catálogos vendiendo serruchos, tornillos y llaves inglesas. D también es un padre con una conciencia paterna algo diferente a la habitual. Por lo menos a la habitual en la vida real. A petición de M se embarca en una aventura padre-hija que les hace recorrer juntos esos bazares y ferreterías, esos bares y cafeterías llenos de vendedores, como si fuese una aventura liderada por el Gran Carpintero, que gracias al catálogo Kramp lleva las riendas del mundo, todo a espaldas de una madre recluida y silenciosa… En ocasiones me ha recordado a ese personaje maravilloso de Roberto Begnini en La vida es bella, ese Guido que es capaz de hacer que su hijo Giosué viva en un mundo paralelo a pesar de encontrarse en un campo de concentración nazi.

Es una novela corta, que no sabes por dónde va a discurrir en la siguiente página, como la mente de una niña (o niño) que no sabes qué piensa y qué va a decir en un momento. Está muy bien escrita y tiene frases preciosas. La relación entre la niña y el padre es de cuento, aunque la tozuda realidad nos dice que solo puede ser así en un cuento, en una historia pensada y relatada por una niña, porque cuando la hacemos confrontar con esa realidad el cuento se convierte en desorden. Por eso hay que seguir leyendo cuentos, historias, relatos y novelas, para poder refugiarnos en la mirada de una niña de vez en cuando.
El primer año de vida supe, por ejemplo, que hay algo que se llama día, algo que se llama noche y que todo lo que pasa en una vida cabe dentro de una de esas dos categorías.