en una noche de verano

Estoy enganchado a la colección Pequeños placeres, de Ediciones Invisibles. En la editorial presentan esta colección como una selección de novelas cortas de grandes autores para lectores con poco tiempo. Y la verdad es que son libros con una calidad literaria extraordinaria prefectos para un trayecto en autobús para ir a la playa, o para esa hora antes de comer en un banco del parque de la media Luna, o para ese rato en el que te despiertas demasiado pronto y ya no puedes dormir. Mi ratico fue una noche de verano, con las ventanas abiertas de par en par y el sonido de las casas que se van recogiendo, el riego de los tiestos, los críos cenando y las golondrinas pasando veloces entre calles. Libros con un diseño precioso y colorido, a un precio asequible, y con autores de la talla de Chejov, Turguénev, Stevenson, Balzac o Pirandello.

El relato que me leí esa noche fue Una villa en Florencia, de William Somerset Maugham, que cuenta una historia de suspense que le ocurre a una joven viuda en una villa florentina, precisamente en una noche del comienzo de verano, en el interludio entre una propuesta de matrimonio y la respuesta que debe ofrecer. Somerset Maughan escribe con la maestría del guionista del Hollywood de los años cuarenta que era. La descripción del ambiente de la ciudad en esa época del fascista Mussolini y el nazismo campando a sus anchas en Europa, en una noche veraniega, desde una hermosa villa, con sus salones y su terraza es muy buena. Y la construcción de los personajes, en realidad pocos, es una auténtica maravilla, pues con cuatro detalles conoces el tipo de persona que es cada uno de ellos. Te atrapa desde el principio y mientras va desarrollándose la trama las preguntas que suscita el relato dan vueltas a tu cabeza. Responsabilidad, elección, conveniencia, deseo, aventura, suerte, control, estatus, conciencia, honor… Todo desde una villa florentina, como aquella que recuerdo más allá de la plaza Michelangelo, subiendo entre árboles, con el Arno y las cúpulas allá abajo y el juego de la juventud y el verano allá arriba.

De este escritor, el de más éxito y mejor pagado en la década de los cuarenta, Maugham, ya había leído otro libro que se titula Julia y que por lo visto, en un arranque de limpieza, debí donarlo a algún lugar, cosa que no entiendo muy bien, porque recuerdo que me gustó mucho la historia de aquella actriz a la que se le va pasando el éxito. De Maugham, de su vida, quiero decir, alguna cosa he ido leyendo, sin buscarla, en artículos, blogs y demás a lo largo de los años, y siempre ha sido un autor, un personaje, que me ha llamado la atención. Así que si alguien conoce alguna biografía o algún librito que hable de la vida de este señor, me lo diga, por favor, que le estaré eternamente agradecido.

un libro para la piscina

En aquellos tiempos de piscina, de bocata para comer y de esperar dos horas y media para hacer la digestión antes de volvernos a meter en el agua, en ese comienzo de adolescencia todavía inocente y curiosa, casi bobalicona, recuerdo los libros de Agatha Christie como uno de los mejores métodos para que se olvidasen de ti un buen rato. Tumbado en la toalla bajo la sombra de uno de los plataneros que dispersados por el césped proporcionaban cobijo en las tardes estivales, me adentraba en aquellos asesinatos sin apenas sangre, perpetrados en trenes donde los personajes desayunaban huevos escalfados y té indio servido por camareros con pajarita, o pasaban fines de semana como invitados en mansiones con escaleras nobles de madera o merendaban en la vicaría del condado de turno. La señorita Marple era mi favorita y Hercules Poirot me ponía algo más nervioso, pero los dos me parecían unos personajes deliciosos. Aquellos libritos blancos que acababan el verano con las hojas dobladas, las tapas descoloridas y algo de salitre entre sus páginas —porque también los llevábamos a la playa— todavía descansan en una de las estanterías de casa, acompañando al señor Holmes y al comisario Brunetti.

El caso es que el libro que hoy presento es un libro tan tan entretenido y tan fácil de leer que me lo leí el día 15 de julio, no te digo más. Y es que ese es el adjetivo que mejor describe esta lectura: entretenido. Agatha Raisin y la quiche letal —el título ya nos indica el tipo de lectura que vamos a encontrar— es el primero de una serie de libros escritos por M. C. Beaton, pseudónimo que utilizó Marion Chesney, escritora escocesa, cuando quiso escribir novelas de misterio. La serie que conforma las novelas de la señora Raisin la integran más de treinta libros que el año pasado empezaron a ser traducidos y publicados por aquí por la Editorial Salamandra (anteriormente, desconozco si con la misma traducción, algunos títulos fueron publicados por Círculo de Lectores).

El primer título de la serie relata la mudanza de Agatha Raisin a Carsely, en los Cotswolds, esa zona del centro de Inglaterra con pueblos pintorescos de casas con tejado de paja, carreteras entre prados, ferias un día por semana, pubs llenos de parroquianos (en este caso se llama Red Lion) y señores vestidos de tweed que saludan alegremente montados en sus bicicletas. Reconozco que las series inglesas que se desarrollan en esos parajes me suelen gustar. Incluso podría vivir una temporada allí. Pues bien, la señora Raisin, que se ha pre-jubilado de la empresa de relaciones públicas que ella misma fundó, se ha ido a ese pueblo a vivir y en los primeros capítulos se cuenta su inmersión en la, aparentemente agradable, pero cerrada comunidad de Carsely. Y se presenta a un concurso de quiches, que es una tarta salada típica de la región de Lorena, entre la France y Deutschland, que por lo visto es una receta muy apreciada por Inglaterra (ya sabéis que suelen comer todo tipo de recetas pesadas –y ricas– como pasteles de carne o hígado con patatas, pescado al horno con patatas y todo tipo de tartas, dulces y saladas, pudines –¿cómo es el plural de pudin o puding en castellano?–, sandwiches y demás bocadillos, siempre con una guarnición de patatas). Para ello compra, sin ningún reparo, pues el objetivo es entrar en la comunidad de manera fácil, una quiche en una quichería muy apreciada de Londres, pero… al día siguiente el juez del concurso, el señor Reginald Cummings-Browne, aparece muerto, por envenenamiento, después de haberse comido las sobras de la quiche de la señora Raisin.

Ahora a este tipo de libros les llaman Crozy mystery. Es decir, literalmente Misterio acogedor (no sé si reír o llorar), vamos, la señorita Marple, Se ha escrito un crimen y así. Crímenes limpios, sin apenas sangre, en escenarios bonitos, cuando no bucólicos, y con personajes cómodos, y con el protagonista, preferentemente la protagonista, aficionada a resolver crímenes entre taza de té y sandwich de pepino. Todo lo contrario a la novela negra nórdica, por ejemplo. Y no, no es alta literatura (tampoco lo son las nórdicas), pero sí es literatura agradable que a mí me gusta leer entre un libro y otro. La edición es preciosa y las portadas son obra de la ilustradora Alice Tait. Me lanzo a por el segundo título. Por cierto, tiene serie en alguna plataforma… pero creo que prefiero imaginarme yo solo a la señora Raisin.

el fin de una época

Han transcurrido diez meses desde la última entrada. A veces la vida te sacude un tarantantán aunque tú no quieras, aunque no lo hayas previsto en tu agenda occidental que cree tener todo controlado, como si la felicidad dependiese de eso, de tener todo anotado con diferentes colores en tu perfecta app agenda-calendario-notas todo en uno. En estas ocasiones, para cuando te das cuenta, todavía estás frotándote con la mano el moflete dolorido palpando si tienes todos los dientes, y mientras tanto la cosa sigue igual. La derecha intentando asustar, envalentonada y fanfarrona, como siempre; la izquierda mirando el dedo sin atisbar siquiera una hoja del bosque. Y así, entre paso y paso de esta yenka aburrida, una nueva guerra se suma en Europa a la centena existente desde hace años en otras partes del mundo, el cambio climático por fin sale del armario y hace una primera actuación estival, sin llegar el verano, a base de fuegos nada artificiales, y se sigue asesinando a los pobres (pobre es el que es diferente –de otro color– a nosotros, básicamente) en cualquier frontera entre nuestro mundo de fantasía y los lugares donde viven los pobres, a los que algunos denominan invasores, porque ya sabemos que estos pobres vienen con enfermedades fatales, dioses que no son los verdaderos y además nos quitan el trabajo tan solicitado en el campo y la construcción; por eso, cuando se mata a cuarenta de estos tremendos invasores en una frontera propia, puede salir el presidente progresista a felicitar a quienes los han matado, y todos tan contentos y aliviados. Así que diez meses en donde todo sigue igual de precioso. Menos mal que el alcalde de mi pueblo está organizando una verbena de las que se recordarán durante siglos, y dentro de unos años se publicarán libros y novelas en torno a aquellos Sanfermines de 2022, cuando todo el mundo bailó y rió en la verbena del señor alcalde. Qué risa, tía Felisa.

Fuego como imagen real de un mundo agotado

El libro del que quiero hablar en esta entrada de regreso es de un escritor cuyas novelas forman parte de esa estantería de exquisiteces, de libros que me han llegado muy dentro, por la historia que relatan, o por la escritura que me acerca a la belleza. En esa estantería, que algún día presentaré en sociedad, está, por derecho propio, André Aciman. Hay pocos autores de los que pueda decir, casi sin errar, que un libro suyo me va a gustar, incluso antes de leerlo. Aciman es uno de ellos. Otros y otras podrían ser Kallifatides, Solnit, o Sarton. Hay en todos estos autores, diferentes entre sí, uno un griego que escribe en Suecia, otra una pensadora feminista estadounidense, otra una poeta que vivía en el campo y que escribía unas memorias y diarios preciosos, algo que es como si sus libros estuviesen escritos para mí. Y ahí está Aciman, que en su escritura destila Mediterráneo por los cuatro costados, escriba de lo que escriba, cuente lo que cuente. Nacido en Alejandría, en el seno de una familia judía sefardí de origen turco, expulsados (la última vez) de Egipto, emigrados a Roma, doctor de literatura comparada por Harvard, y profesor en Princenton y Nueva York. Con ese recorrido era difícil que no escribiese buenas novelas, pero es que además lo hace de una manera efectiva y bella. Sus historias llegan muy dentro. Y es que Aciman consigue hablar de la vida, de su visión de la vida, de las grandes cuestiones, de los sueños y frustraciones, de las esperanzas y los miedos del ser humano, desde las emociones íntimas, desde los sentimientos humanos, tan particulares y tan generales, tan de cada uno, tan de todos.

El pequeño Aciman

Lejos de Egipto son sus memorias de la infancia hasta la adolescencia, en su Alejandría natal multicultural, desde el ambiente de su enorme familia de judíos sefardíes, con esas reuniones familiares tan expectantes para los ojos de un niño curioso —acaso hay algún niño que no lo sea—, con una madre sorda que se hacía escuchar con mucho carácter, con sus abuelas, la santa y la princesa, tan diferentes, tan necesarias, con sus tíos abuelos, con los trabajadores de la casa, sus profesores. Hay momentos que me han recordado a esa maravillosa película que es Fanny y Alexander, con esa casa abierta a todo el mundo, donde el encuentro de los diferentes miembros de la familia se va dando entre tragedias y alegrías personales. Entre medio de ese clan, el niño Aciman asiste al desmoronamiento de su espacio y modo de vida con la llegada al poder y a la sociedad de la intolerancia, la sospecha, la vigilancia y finalmente la expulsión. Un paraíso perdido, un luminoso mundo cuyos aromas, sonidos y texturas quedan para siempre en nosotros. Como Kavafis, Forster o Durrell, esto es Alejandría pura y dura. Un placer.

Tantas vidas entre esos muros…

Aciman ha sido editado, en esta ocasión, por Libros del Asteroide, como siempre con alta calidad, nunca defrauda, y con la hermosísima traducción de Celia Filipetto. Un placer.

ni de regalo

Creo que es la primera vez que voy a comentar un libro leído que no solo no me ha gustado, sino que me ha parecido horrible, sin un solo aspecto que poder salvar. Tanto es así, que aún sin terminarlo, lo saqué a la venta en Wallapop, porque si se lo regalase a alguien sería más una maldición que un obsequio, y no es plan. Un amor, de Sara Mesa, una novela editada por Anagrama cuya única virtud, tal y como escuché el otro día en un club de lectura, es su brevedad y rapidez en la lectura. Afortunadamente se ventila en un par de sentadas.

La cuestión, y aquí viene lo gordo del asunto, es que según varios medios especializados y demás, el título de la escritora madrileña, ha sido encumbrado en varias listas al primer puesto de mejor novela y mejor libro del año 2020. O ji plá ti co. Y después de haber leído la novela, única y seguramente última que leo de esta señora, no puedo entender este hecho, a no ser que los parámetros y criterios de valoración no tengan que ver nada en absoluto con la literatura y sí más con los juegos e intereses económicos del mundo editorial. Porque, desde luego, es sospechoso que todas esas listas auspiciadas e impulsadas por editoriales, críticos que se deben a esas editoriales y periodistas que actúan como altavoz de dichas editoriales, hayan coincidido en elevar este escrito como lo mejor del 2020 (y mira que se ha leído en el año de la Pandemia…). Y habrá quien diga, bueno, Dani, pues lo sospechoso no es eso, si no que a ti no te ha gustado lo que ha todas luces es algo fuera de serie. Y puede darse esta situación, naturalmente, pero lo curioso es que después de hablar con diferentes personas, algunas libreras, otras grandes lectoras y otras asiduas lectoras, muy mayoritariamente han coincidido en mis impresiones, que ahora comentaré y solo he encontrado tres que hayan mostrado su gusto por la novela, «por su lenguaje directo».

La historia es oscura, de esas que te producen desasosiego, irreal de principio a fin. Una mujer supuestamente culta, traductora, que se traslada a una casa de esas que existen en los límites de poblados, o entre polígonos, para escapar de algo que desconocemos del todo. Y ahí, en esas cuatro paredes pertenecientes a una aldea, se relaciona con un coro de hombres que fortalecen el protagonismo histriónico de la mujer. Un casero machista, asqueroso, opresor y baboso, un alemán extraño, mecánico, un hippie que lo sabe todo, un matrimonio de esos que se creen de clase media alta cuando en realidad son unos pringados, como todos, una pareja de ancianos donde al Alzheimer le pretende otorgar un halo de misterio y un perro que no existe, porque ningún perro, al decir de los entendidos, se comporta de ese modo. Y ahí, en medio de todas esas relaciones, una obsesión dañina, que raya lo ridículo. No hay un solo elemento que haga pensar en algo positivo. Todo es oscuridad. La historia, los personajes, que se regodean en todos esos tipos de maldad, la mujer, el lugar. Todo relatado de una manera desordenada en los estilos, que confunde, que deja sin concluir la historia principal, las historias secundarias, los personajes. Un libro que termina de manera precipitada, como si la autora hubiese tenido prisa por entregar el manuscrito al editor.

El libro, ya lo he dicho, me desasosegó, en momentos me enfadó, por la mierda de historia, sin un ápice de belleza, por una escritura que a mí, en ningún momento me aportó nada y por una pérdida de tiempo extraordinaria. Porque he leído libros que producen desasosiego, pero que están escritos bien, algunos incluso de manera magistral.

Lo dicho. Ni de regalo. Lo bueno de leer un libro en el seno de un club de lectura es que lees con otras personas, que tienen puntos de vista diferentes que enriquecen tu lectura. En este caso, todo ha sido coincidente. En la incredulidad de que esto sea el mejor libro de ningún lugar ni en ningún tiempo. Lo único bueno que he sacado de esta mala experiencia ha sido el poder reafirmarme en que las listas de éxitos sirven para poco en realidad y que para elegir una lectura es infinitamente mejor dejarte guiar por la opinión y consejos de un buen librero o una buena librera, por la experiencia de una persona con un cierto bagaje de lectura, o por la opinión de alguien a quien conoces.

No desisto en la posibilidad de encontrar a alguien que me haya dicho que le ha encantado (así debería ser con un libro que se sitúa en primera posición en diferentes listas de éxitos). Sinceramente, espero que alguien pueda comentarlo. Es posible que ese club de lectura seamos en realidad esa ínfima minoría que no hemos sabido valorar las bondades de la obra en cuestión y que de manera inverosímil hayamos coincidido en un mismo lugar y espacio para comentar nuestra lectura. Todo puede ser.

con ojos de niña

Kramp, de la chilena María José Ferrada, editado por Alianza Editorial, es una suerte de memorias ficticias escritas con la mezcla de la nostalgia y la mirada de una niña. M es la niña que relata sus recuerdos en esta pequeña obra llena de emociones y pensamientos y con la gracia de la niñez. D es el padre de M, vendedor de productos de ferretería de la marca Kramp. Trabaja en uno de esos empleos ya en vías de olvidarse, de cuando los vendedores eran viajantes y recorrían pueblos y ciudades con sus catálogos vendiendo serruchos, tornillos y llaves inglesas. D también es un padre con una conciencia paterna algo diferente a la habitual. Por lo menos a la habitual en la vida real. A petición de M se embarca en una aventura padre-hija que les hace recorrer juntos esos bazares y ferreterías, esos bares y cafeterías llenos de vendedores, como si fuese una aventura liderada por el Gran Carpintero, que gracias al catálogo Kramp lleva las riendas del mundo, todo a espaldas de una madre recluida y silenciosa… En ocasiones me ha recordado a ese personaje maravilloso de Roberto Begnini en La vida es bella, ese Guido que es capaz de hacer que su hijo Giosué viva en un mundo paralelo a pesar de encontrarse en un campo de concentración nazi.

Sonntag, 1926. Edward Hopper

Es una novela corta, que no sabes por dónde va a discurrir en la siguiente página, como la mente de una niña (o niño) que no sabes qué piensa y qué va a decir en un momento. Está muy bien escrita y tiene frases preciosas. La relación entre la niña y el padre es de cuento, aunque la tozuda realidad nos dice que solo puede ser así en un cuento, en una historia pensada y relatada por una niña, porque cuando la hacemos confrontar con esa realidad el cuento se convierte en desorden. Por eso hay que seguir leyendo cuentos, historias, relatos y novelas, para poder refugiarnos en la mirada de una niña de vez en cuando.

El primer año de vida supe, por ejemplo, que hay algo que se llama día, algo que se llama noche y que todo lo que pasa en una vida cabe dentro de una de esas dos categorías.

una historia de relaciones sureñas

Generalmente, cuando pienso en el sur de los EEUU, pienso en campos de algodón, en amplias y desfavorecidas comunidades afroamericanas, en granjeros blancos con fusil, en los colores y músicas de Nueva Orleans, en mayorías para Trump y en lobbys de origen cubano. Y existen, pero son clichés. Demasiados clichés. Simplistas clichés.

El paso siguiente en el baile, de Tim Gautreaux, editado por La Huerta Grande, es una novela que me ha abierto los ojos ante una realidad no conocida, incluso inimaginable, de ese sur norteamericano. El tema es conocido y una de las bases de la literatura universal: el (des)amor de un matrimonio en tiempos de crisis. La acción se desarrolla en un pequeño pueblo de Louisiana, en plena crisis industrial propiciada por el cierre de las plantas de extracción petrolífera que sostenían la economía local y la protagoniza una joven pareja de la comunidad cajún. ¿Perdona? ¿Qué es eso de cajún?

Como sabemos, los actuales Estados Unidos son la consecuencia de un desarrollo colonialista en el que participaron diferentes países, como el británico, el francés o el español, entre otros. Los movimientos migratorios, debidos a estas ansias colonialistas y a las guerras que propiciaron, están en el origen de los actuales estados que conforman EEUU. ¿Qué país no es fruto de movimientos y desplazamientos humanos, en mayor o menor medida? El caso es que Louisiana fue uno de esos lugares que, hasta que llegaron los colonos, eran un lugar donde vivían pueblos y naciones indoamericanas. Pero llegaron los españoles, después los franceses (de ahí el nombre del estado, en honor al monarca francés, Louis XIV), nuevamente los españoles en parte del territorio y posteriormente los ingleses, hasta que se independizaron de la corona británica. Como los movimientos migratorios no son estáticos en su territorio, resulta que en 1765, millares de francófonos de la zona de Nueva Escocia e Isla del Príncipe Eduardo, conocida como Acadia, en la actual Canadá, fueron expulsados por los nuevos invasores ingleses de aquellas tierras y obligados a trasladarse a otro lugar y recalaron, precisamente, en la parte «española» de Louisiana, que a partir de entonces se conoció como Acadiana. Esa comunidad migrada de Acadia, francófona y posteriormente mezclada con los colonos españoles y alemanes, es la conocida como comunidad cajún. Su cultura ha tenido importancia en la música y gastronomía y en 1980, fueron reconocidos oficialmente por el gobierno norteamericano como grupo étnico.

Bueno, al lío. La novela es impresionante en cuanto al tratamiento de los personajes. Muy, muy trabajados, tanto los dos protagonistas, como el resto de «secundarios». Paul y Colette son un matrimonio de veinteañeros, típica pareja que llevan desde el instituto. Pero, y es un pero grande en esta relación, Colette, cajera de ventanilla de un banco local, está aburrida del pueblo donde ha nacido y vive como el resto de su familia y aspira a otra cosa. Aunque no sabe muy bien a qué. Simplemente a escapar de aquello. En cambio Paul es un hombre sencillo, quizá incluso simple. Trabaja de mecánico, le encantan las máquinas y motores, y le basta con bailar de vez en cuando por ahí, en pistas de baile, beber alguna cerveza y tener una buena pelea de bar (por lo visto, algo bastante habitual allí). Alrededor de ellos, familias parte de esa comunidad cajún, amigos de esas peleas de bar, las marismas y pantanos de la costa de Louisiana, mirando siempre al Golfo de México. Y entonces Colette, decide irse, en un viaje en tren, hasta California, que está a miles de kilómetros, pero para aquella gente es como irse a Marte. Y ese es el desencadenante de toda esa historia de relaciones personales, sentimentales y territoriales.

Se lee a gusto. Gautreaux consigue que te metas en la historia de lleno, gracias a su capacidad de retratar personajes y lugares con tal cantidad de detalles que es como si estuvieses presente en el relato. Los últimos seis capítulos son uno de los finales de novela más intensos que he leído nunca, en donde se cierra el círculo de ese retrato de personajes visiblemente simples, pero con una historia repleta de sentimientos y realidades complejas. Como la vida misma. Por cierto, la traducción es un trabajazo impresionante de José Gabriel Rodríguez Pazos. Os dejo un comentario suyo a esta traducción.