prefiero un mundo más real

«Nada mitigaba la inquietante violencia con que esa voz penetraba en mí. Padecía impotente que esa voz me quitara por completo la consciencia del tiempo, del deber y de mis propósitos, anulando mi capacidad de reflexión».

Walter Benjamín sobre el teléfono, a comienzos del siglo XX.

Hopkinson ataca la gallarda de Dowland al laúd, instrumento melancólico donde los haya, posiblemente la mejor banda sonora para un día de lluvia, gris, desapacible, pero nutriente para una tierra a la que agotamos hora a hora. Hacía tiempo que no escuchaba música sin más, por el solo placer de escucharla, sin auriculares que la pongan como banda sonora de otra actividad, una de esas actividades que martillean sin cesar mi cabeza, actividades ridículas que hemos elevado a la categoría de imprescindibles para poder vivir con supuesta intensidad.

El cuarto día del experimento decidí salir toda una mañana sin móvil, sin auriculares, sin apps que clickar, sin sobreinformación que me «conecten» con el mundo. Con este mundo lleno de ruido. Con ese ruido omnipresente en la vida de millones de personas. Un ruido que imposibilita desarrollar pensamientos propios, que reduce nuestras relaciones a un «me gusta», que ocupa cada segundo de nuestra vida en algo «útil», como navegar por Internet saltando de artículo en artículo, cuando en realidad son todos el mismo con diferente titular, escuchar un podcast de lo supuestamente importante, revisar el correo, conocer cuántos pasos llevo andados en ese momento, estar al tanto de las últimas novedades editoriales que será imposible leer en toda una vida, o tragarme todas las series que se estrenan en las plataformas de turno. Lo que sea. Un maratón de tecnología, supuestas relaciones y ocio digitales. Tú solo contigo mismo. Quizás ni eso. Porque ya no estás solo. Pero, en cambio, cada vez hay más soledad en este mundo.

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Minimalismo digital, de Cal Newport, editado por Paidós. No fui buscándolo, sin más estaba en la mesa de novedades en la librería. Una portada blanca y un cable de conexión sin conectar. Ilustrativo. Y en el fondo lo que dice ya lo sabemos. ¿Seguro? Eso es, que estamos enganchados. Ya. Tú no. Claro, tú eres especial. Como yo. Ja. En-gan-cha-dos. Yonkis del mundo digital. La media de veces que miramos el móvil a lo largo del día es 40 veces. Alrededor de cuarenta veces con un tic nervioso que es parte de nuestro tiempo. La media de horas que estamos «en el móvil» son tres horas. Al día. Ya, ya. Que tú no. Compruébalo en tu propio móvil y mira cuánto tiempo has pasado utilizando el móvil en esta última semana. A eso añádele el ordenador, podcast, el watch, la plataforma de series. Y de todas esas horas, calcula el tiempo pasado en redes sociales, leyendo lo mismo de todos tus «amigos». Porque resulta que tus contactos en Facebook lo son porque los algoritmos dicen que son «de tu cuerda». Con lo cual todos de acuerdo. Todos ponemos el mismo artículo en nuestros muros y si escribimos algo es de idéntica o muy parecida opinión a lo que pone la mayoría de tus «amigos y amigas». Qué guay. Estamos todos de acuerdo. Ja. Ja ja.

Lo que me dejó aterrado del libro fueron los datos científicos, ahora que toda nuestra vida es buena o mala en virtud de lo que sea demostrable científicamente… ahí va una que está demostrada. El cerebro disminuye su capacidad de atención, de memoria y de comprensión cuanto más horas pasa atendiendo algo digital. Lo que sea. Ahí va otra. El cerebro tiende a la relación social de manera natural. Pero es que las relaciones digitales no son en realidad relaciones. Lo sabemos, ¿verdad? Con lo cual, el cerebro piensa que las relaciones son eso que hacemos en una app: un «me gusta», incluso un comentario y una carita quizás con la lengua fuera. Y no. Eso no son relaciones. Vamos a dejar de engañarnos. Ni lo son, ni tienen las mismas consecuencias mentales, intelectuales, sentimentales o emocionales. Ni nos hacen más felices. Repito. Ni nos hacen más felices. Justo al revés. Cada vez hay más gente infeliz con muchos, muchos, muchos amigos en las redes sociales.

¿Y entonces qué podemos hacer? Hay varias opciones. Básicamente tres:

  • Eliminar todo lo digital de tu vida y vivir como en la Edad Media.
  • Hacer como que no pasa nada y morir con miles de amigos de redes que al cabo de un tiempo, cuando se enteren que has muerto, busquen en tu perfil para recordar quién eras.
  • Decidir qué parte de ese mundo digital hace que mejore tu vida y te hace mejor persona y utilizarlo de manera consciente solo cuando tú quieras y eliminar toda la parte que te hace masa sin capacidad de hacer tus propias elecciones.

El libro es oro en paño. Repito. No porque lo que ponga sea nuevo. Yo creo que quien más y quien menos ya lo hemos pensado más de una vez. El valor del libro en cuestión es que esa realidad la presenta de manera muy ordenada, con datos para reflexionar sobre ello y alternativas para trabajar el tema. Después de leer el libro, si lo haces con sinceridad, serás mucho más consciente de la presencia de lo digital en tu vida, y cómo y de qué manera influye en la misma. Y no digo que termines el libro y los treinta días de experimento sin conectarte a las redes sociales (en mi caso 25) siendo dueño absoluto de tu vida digital, pero sí que serás mucho más consciente de cómo la utilizas y sobre todo cómo te utiliza. Un día te encontrarás sorprendido con la relación de la gente con el móvil y otros aparatos digitales en la calle, algo de lo que nunca habías sido consciente, porque el tamaño del bosque es imposible verlo desde dentro. Quizás incluso seas capaz de tomar unas cuantas decisiones al respecto. Algunas de las que yo he tomado, nada originales, han sido las siguientes:

  • El móvil lo utilizaré con un horario que comienza a las siete de la mañana y concluye a las nueve de la noche, lo tendré siempre en silencio (esto lo hago desde hace casi dos años) y para desayunar, comer, cenar o salir a pasear, no lo utilizaré ni lo llevaré encima.
  • Desinstalar todas las apps de redes sociales de mi móvil y participar en ellas, solo desde el ordenador, y con un horario concreto de días y cantidad de horas.
  • Elegir uno o dos podcasts para escuchar a la semana y hacer esa escucha consciente, a poder ser sin auriculares.
  • He instalado una extensión en el navegador Web que utilizo para que en el rato que estoy conectado (recuerdo, con un límite de tiempo), si encuentro algún artículo que me interese, lo pueda mandar directamente a esa app y poder leerlo en otro momento, sin conexión, sin distracción y sin anuncios de ningún tipo. Para ello, en Twitter, que es el lugar de donde más me nutro de artículos, me he hecho una lista privada de los perfiles que más me interesan. La extensión y app es Instapaper, aunque hay muchas parecidas.
  • En cuanto al WhatsApp, estoy en un periodo de reflexión un poco más complejo, porque sin duda es la app que más incordia. Por de pronto, ya he avisado en mi estado de que puede que no conteste al momento y algunos grupos están en silencio permanente o utilizaré esta opción más a menudo. A mis amigas y amigos intentaré estar y hablar con ellos de manera real siempre que sea posible y si esto no puede ser, intentaré hacerlo mediante una llamada de teléfono.
  • La televisión y plataformas de «entretenimiento» solo las utilizaré, en caso necesario, un máximo de una hora al día. El ordenador también tiene un límite de tiempo.

Y mientras tanto ¿qué haré con todo el tiempo que no perderé en el mundo digital? Pues básicamente lo que he hecho en estas cuatro semanas. Disfrutar del silencio, pasear escuchando la vida o pasear hablando con un amigo (es una de las maravillas que he comenzado a hacer), aprender a hacer cosas nuevas, leer tranquilamente, escribir, meditar, comer de manera consciente, conversar con mi familia y amistades, leer en un club de lectura, aprendiendo de los puntos de vista de los demás, regar las plantas, despertarme con el mirlo, observar la naturaleza y las personas, escuchar la vida, escucharme a mí mismo, escuchar, escuchar y escuchar. ¿Qué? El silencio. En definitiva, dar gracias por esta vida extraordinaria.

Bueno gente, nos vemos en las calles, hablamos, ojalá que nos abracemos pronto. Muxuak (besos).

sigo estando

El 6 de julio de este año, día de emociones y comienzos, día de recuerdos y esperanzas, fue la última vez que publiqué una entrada en este blog dslegi.com. Ha sido una pausa necesaria y todavía no tengo muy claro si esta entrada es un grito para reanudar el diálogo o voy a seguir un tiempo exclusivamente escuchando, observando y muchas veces contemplando.

Llegué a los Sanfermines absolutamente agotado, física y psíquicamente. Diría que, incluso, anímicamente. No fue, ni lo ha sido nunca, un estado depresivo. Ni mucho menos. Pero necesitaba detenerme y pensar, pararme y descansar. Algunas de vosotras y vosotros sabéis que a finales de julio pasé una semana en el monasterio de Leire, junto a la comunidad benedictina que vive allí. Esos siete días conviviendo con esos 21 hombres dedicados a rezar, fueron un bálsamo para mí. Allí me sorprendí con unos amaneceres y atardeceres limpios y puros como no recordaba. Descubrí el sonido del ciclo de la vida, el silencio justo antes del amanecer, las golondrinas volando y chillando en el comienzo del día, los miles de pájaros que empiezan el día llamándose y buscando comida, las cigarras que, con el sol ya en el firmamento, unen sus cantos para ser parte indiscutible de esa banda sonora, el viento al atardecer entre los árboles y recorriendo la sierra, el ulular de las lechuzas cuando cae la noche. Y todo ello acompasado al sonido propio del monasterio. Las campanas llamando a los oficios, el gregoriano milenario desde las gargantas jóvenes y viejas de esos monjes, solo el sonido de las piedras mientras paseas por los alrededores del monasterio antes de que lleguen los turistas, las hojas del libro cuando las rozas con el dedo mientras lees, unos pasos en el claustro, el órgano en la iglesia, el cazo de sopa cuando te sirven en la comida silenciosa. Salí agradecido y descansado, relajado y sereno.

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Me he dedicado a pensar en la utilización que he dado a las redes sociales, al Facebook desde junio de 2008 y a Twitter desde noviembre de 2009. No estoy orgulloso de muchas de las cosas que he hecho a través de estas redes. De la misma manera que este blog nació como medio para un diálogo permanente, las redes sociales siempre han sido para mí un instrumento para hablar y sobre todo escuchar. Y reconozco que he tenido muy buenas conversaciones en ellas. Pero muchas veces no lo he conseguido. El ímpetu para defender las opiniones propias no puede ser excusa, en ningún caso, para atacar a nadie y ahí quiero entonar un público mea culpa. No soy de insultar, pero reconozco que hay quien se ha podido sentir insultado. No empleo la agresividad, pero no tengo duda que hay quien ha podido sentirse agredido. He utilizado la ironía y la burla muchas más veces de las que me hubiese gustado. Si mi intención era escuchar, en muchas ocasiones, demasiadas, solo ha servido para escucharme a mí mismo. Por lo tanto, si alguien se ha sentido ofendido por algo que haya dicho o escrito, espero no lo tenga en cuenta. Hay quien puede pensar que el problema es original en el propio objetivo de estas redes sociales, y razón no le falta, pero no estoy a gusto habiendo sido contribuyente en ello. Claro que estas redes sociales en concreto (igual algún día alguien inventa unas redes sociales buenas) tienen objetivos absolutamente opuestos a fomentar las relaciones sociales. No me voy a extender mucho en este aspecto, pero estoy convencido que estas redes fomentan un tipo de personas rencorosas, tristes, sin empatía, aisladas y sin capacidad de contraste. Hay que ser muy fuerte para que este tipo de redes sociales no saque lo peor de nosotras y nosotros y sobre todo, aunque sea duro decirlo, no coarte nuestra libertad. Quien quiera extenderse más en el tema hay un buen libro para hacerlo, Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato, de Jaron Lanier.

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Luego, en octubre me fui a Japón dos semanas. Fue un viaje en el que descubrí otro mundo, más atento a las cosas pequeñas de la vida, un lugar donde se le da valor al silencio, en donde el concepto de comunidad me emocionó, en donde el respeto me abrumó, un espacio donde el orden es parte de esa forma de vida y de la serenidad que desprende. Pero también asistí a la enfermedad de una sociedad con unos niveles de soledad impresionantes, con una ciudad que se traviste cada noche infantilizando las relaciones entre las personas y a las propias personas, un lugar donde la gente no se ríe en la calle, como mucho sonríe y en donde el orden es también quien esclaviza a la gente, en la calle, en el metro y en el trabajo. ¿Son felices los japoneses? Creo que inmensamente sí, si la felicidad se basa en ser capaz de gozar del sonido de una gota de agua cayendo desde el caño de bambú de una fuente en mitad de un jardín. Pero también creo que, aunque esa fuente la tienen ahí todos los días y disfrutan de ella, también sufren la infelicidad de una sociedad encorsetada en unas normas y unos niveles de autoexigencia terroríficos. Yo sigo enamorado de Japón, de su cultura, literatura, paisaje y costumbres. Prefiero quedarme con lo bueno.

Este sábado, antes del vermut, leí un cuento corto bellísimo de Stefan Zweig (toda su literatura desborda belleza) sobre un hombre bueno que buscaba incesantemente la justicia en sus acciones. Después de leer Los ojos del hermano eterno llegas a la conclusión de que viviendo en una sociedad, sea esta del tipo que sea, siempre, irremediablemente, cualquiera de tus acciones o no acciones, influyen en otra u otras personas. Lo deseable sería que estas influencias y consecuencias de lo que hacemos o dejamos de hacer fuesen siempre positivas. ¿No? Hasta la próxima. Gracias por todo. Un beso.

aliméntate

Evita pronunciar las frases que utiliza todo el mundo. Inventa tu propia forma de hablar, aunque sólo sea para expresar eso que crees que está diciendo todo el mundo. Haz un esfuerzo por distanciarte de Internet. Lee libros.

Debes estar alerta ante el empleo de las palabras extremismo y terrorismo. Sé consciente de los fatídicos conceptos de emergencia y excepción. Enfádate ante el uso traicionero del vocabulario patriótico.

La vuelta hoy a la escuela, marca el regreso al tiempo de trabajo hasta el verano, en Iruñea hasta los Sanfermines. No desesperemos. Es un buen momento también para alimentar nuestra mente con lecturas que nos hagan pensar, reflexionar o que sin más nos ofrezcan elementos para poder contrastar en el día a día. Un día a día marcado por una política en donde lo que está en juego es el propio concepto de democracia. Si nuestra vida colectiva fuese trasladada a una serie para la televisión, estaríamos ante una serie cuya intensidad en los capítulos desbancaría en el ranking a Juego de Tronos. Y en esta serie, si queremos sobrevivir, tenemos que dejar de ser la masa aborregada que el poder quiere que seamos y para eso es necesario que leamos, aprendamos a desarrollar el pensamiento y creemos nuestra propia conciencia en el mundo, con el papel que queremos jugar en él. Y todo esto sin ayuda de la televisión.

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Los dos párrafos que sirven de introducción a este artículo son el comienzo de sendos capítulos en el libro que quiero reseñar y recomendar hoy. Se trata de un ensayo, pedagógico y accesible, del profesor e historiador (y catedrático, y doctor, e investigador), Timothy Snyder, titulado Sobre la tiranía. Veinte lecciones que aprender del siglo XX, editado por Galaxia Gutenberg. Antes de comenzar quiero advertir de algo que, si bien es importante conocerlo, no es impedimento, ni mucho menos, para leer el libro y desde luego aprovecharlo. El autor, estadounidense, escribió la obra a principios de 2017, esto es, con Donald Trump ya en la presidencia de EEUU y tras la farragosa (¿acaso hay alguna que no lo sea?) campaña electoral. En varios pasajes se refiere, por lo tanto, a situaciones concretas de su país, a la entonces reciente campaña electoral y a frases textuales del presidente Trump. Esto, más allá de poder considerarlo un contratiempo, resulta ser un aliciente ya que el localismo está lo suficientemente globalizado como para que al otro lado del charco podamos sacar provecho de él.

El objetivo del ensayo es simple y claro: poder utilizar la historia del pasado siglo XX para aprender de ella y no repetir lo sucedido en esa centuria. Concretamente se refiere al nacimiento del nazismo, a la 2ª Guerra Mundial y al régimen totalitario impuesto por la URSS en algunos países tras la guerra. Todo esto aderezado con la historia más reciente de EEUU. Se echan en falta referencias a otros totalitarismos, como el impuesto por el neoliberalismo, la globalización mediática o el propio neocolonialismo de guerra que EEUU ha practicado y practica desde el fin de la II Guerra Mundial. De la misma manera sorprende que en las referencias al fascismo no nombre siquiera el franquismo (es verdad que tampoco señala las dictaduras militares de Chile y Argentina, por poner un ejemplo). Con esta premisa el ensayo enumera veinte lecciones que aprovechar de la historia (occidental) del siglo XX. Aquí unos ejemplos:

  • No obedezcas por anticipado. La mayor parte del poder del autoritarismo le ha sido otorgado libremente.
  • Defiende las instituciones. No hables de «nuestras instituciones» a menos que las hagas tuyas por el procedimiento de actuar en su nombre. Las instituciones no se protegen a sí mismas.
  • Cuidado con el Estado de partido único. Apoya el sistema multipartidista y defiende las normas de las elecciones democráticas.
  • Asume tu responsabilidad por el aspecto del mundo. Los símbolos de hoy hacen posible la realidad de mañana. Fíjate en las esvásticas y demás signos de odio. No apartes la mirada ni te acostumbres a ellos.
  • Desmárcate del resto. Acuérdate de Rosa Parks. En cuanto alguien da ejemplo, se rompe el hechizo del statu quo, y otros le seguirán.
  • Cree en la verdad. Renunciar a los hechos es renunciar a la libertad. Si nada es verdad, nadie puede criticar al poder, porque no hay ninguna base sobre la que hacerlo.
  • Contribuye a las buenas causas. Participa activamente en las organizaciones, políticas o no, que expresen tu forma de entender la vida.
  • Mantén la calma cuando ocurra lo impensable. La tiranía moderna es la gestión del terror. Cuando se produce un ataque terrorista, recuerda que los autoritarios se aprovechan de esos sucesos para consolidar su poder. No te dejes engañar.

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Un libro para quienes quieran tener elementos que les permitan reflexionar en la vida diaria, para quienes quieran poner en práctica la teoría de la resistencia y poder empezar a construir una sociedad más justa, igualitaria y democrática. Para quienes creen que la historia no nos puede enseñar nada y para quienes piensan que lo que ocurrió hace décadas ya no puede volver a repetirse, por lo menos no aquí. Para darse cuenta de su gran error. Para quienes han sufrido y sufren la tiranía en Cataluña, en Euskal Herria y en cualquier otra parte del Estado por haberse puesto frente a quien quiere imponer un relato, un pensamiento único y una masa social. Para todas y todos los que siguen creyendo que la Utopía es posible.

 

¿podemos remediarlo?

El Antropoceno -podrán decir los geólogos del futuro remoto- por desgracia combinó el rápido progreso tecnológico con lo peor de la naturaleza humana. Fue una época terrible para la gente y para las demás formas de vida.

La pregunta que lleva por título este artículo es la que me he hecho tras leer un ensayo de Edward O. Wilson sobre la situación extrema del Planeta en cuanto a la biodiversidad. ¿Estamos a tiempo de remediar el daño que los seres humanos hemos ocasionado a la Tierra? No soy muy aficionado a los ensayos científicos, pero cuando leí el título y subtítulo de este libro en Walden, decidí que iba a darle una oportunidad para enterarme de la realidad. Muchas veces escuchamos la afirmación de que el planeta está cambiando, de que el cambio climático es un hecho, de la desaparición de cada vez más especies, pero no solemos, yo por lo menos no, profundizar en las causas y consecuencias de esta situación. De eso trata Medio planeta. La lucha por las tierras salvajes en la Era de la Sexta extinción, editado por Errata Naturae en su espectacular colección Libros salvajes.

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Edward O. Wilson, norteamericano de Alabama, es hoy en día uno de los biólogos y naturalistas más importantes del mundo y considerado el padre de la biodiversidad. Profesor emérito de Harvard y premiado con numerosos e importantes galardones a lo largo de toda su vida, considerado uno de los cien científicos más importantes de la historia, ha escrito más de treinta libros con absoluta maestría y pedagogía de cara a extender y divulgar una conciencia por la vida en el planeta, vida que, en gran medida, está desapareciendo o va a desaparecer tal y como la conocemos.

En el libro, Wilson es capaz de explicarnos y hacernos entender que la vida en la Tierra es producto de un proceso que ha durado miles de millones de años y que, actualmente, nos encontramos en la que sería su sexta extinción. La diferencia con las cinco anteriores es que no ha sido producida por un meteorito que choca con el planeta, glaciaciones o fracturas de continentes, si no por la acción directa del ser humano. Ahí es nada. Yo la verdad es que me quedé helado. Es decir, sabía que nuestro tipo de vida actual incide negativamente en el estado y salud del planeta, pero de ahí a conocer que somos los causantes de una sexta extinción masiva, va un trecho. Cuando hablamos de desaparición de especies, pongamos por ejemplo el rinocerontes (actualmente cinco especies distintas), no somos conscientes de que están desapareciendo por la acción directa del ser humano. Hace cien años había millones de estos animales pastando y bramando en las llanuras africanas y en los bosques lluviosos de Asia. A día de hoy quedan 27.000 individuos, la mayoría de ellos de la raza sureña del rinoceronte blanco. De la raza del norte de ese mismo rinoceronte quedan seis animales. La caza ha sido la causante de esa desaparición masiva. ¿Qué pasa, que antes no se cazaban rinocerontes? Claro que sí. Pero antes no se viajaba de un lado a otro del planeta para cazarlos, ni había un negocio de millones de dólares en torno al cuerno de rinoceronte, usado en la medicina tradicional china. Punto. De todo modos, con mucha pena, eso sí, pero ¿qué más da que desaparezcan los rinocerontes? ¿Por eso se acaba el planeta? No, pero influye en el cambio de los lugares donde habitan. Si comen hojas de un árbol y los rinocerontes desaparecen, seguramente ese árbol crecerá sin el control que suponían los rinocerontes, eso supondrá que el avance de esos árboles haga desaparecer otras especies vegetales y con ello los insectos, arañas, etc, etc, etc. Con lo cual, desaparece el rinoceronte, pero desaparece también todo un ecosistema. Y así con cualquier especie.

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Antes de la llegada del ser humano a la Tierra la tasa de especies que se extinguían en relación a las existentes era de una entre un millón al año. Actualmente esa tasa es entre cien y mil veces superior a la de entonces. Wilson propone que para parar esa subida, se deben crear espacios protegidos para que la vida se desarrolle de forma salvaje, sin la intervención del ser humano. Tenemos que empezar a tomar conciencia de que el ser humano no puede ser el centro de toda la actividad de la Tierra, porque si no, llegará el día, más pronto que tarde, en que la vida en la Tierra se hará imposible. Él lo llama la solución del Medio Planeta, es decir, preservar media parte del planeta, es lo mismo que sea en tierra o en mar y no hace falta, de hecho es imposible, que todo ese medio planeta sea una superficie única. Si no nos ponemos las pilas, señoras y señores, esto se acaba.

Un libro para quien piensa que esto es inagotable y para siempre, para incrédulos y para quienes creen que nuestra forma de vida puede aguantar. También para quienes quieran tomar conciencia de la situación actual, para quienes se quedan ensimismados en un amanecer sin reconocer que amanece para todas las formas de vida y para quienes creen que el ser humano es el centro del Universo y de toda la vida, para que vean las consecuencias de semejante pensamiento. ¡Despertad!

 

el Escarmiento

Después de leer la última de Sánchez-Ostiz, El Escarmiento, no me queda otra que romper mi costumbre de titular las entradas de este blog en minúsculas. No pretendo condicionar el posible debate y la reflexión con un título en mayúsculas, quitando espacio al pensamiento, pero en este caso no hay manera de dejar el título en letra pequeña, pues enorme fue el Escarmiento que algunos se empeñaron en dar a sus vecinos y vecinas que creían en la libertad y la igualdad de condiciones para todo el mundo, para obreros y empresarios, para mujeres y hombres, para republicanos, nacionalistas y foralistas… Y en esas seguimos. Cada vez hay menos gente que apoya seguir pagando las cacerías de nadie, cada vez hay más gente que cree que la única salida es poder decidir soberanamente cómo hacer frente a la crisis (económica, social e institucional, se dice ahora), y cada vez hay menos gente, de aquellos foralistas, que se acuerda de lo que eran o son los fueros (lo poco que han dejado). Las consecuencias de aquél Escarmiento siguen vigentes.

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He leído la novela con ansia, poniendo cara a la tragedia de aquéllos días, recordando palabras cercanas que me decían que después, los que quedaron, tuvieron que vivir en silencio, sin mencionar, sin recordar, pero sin poder olvidar. Y es entonces cuando esas preguntas que hoy en día hacen los que siguen dando Escarmiento, desde el periódico golpista, o desde el Palacio de Navarra, o en la extinta Caja Navarra, intentando mantener el orden que consiguieron a base de cunetas, es entonces, digo, cuando esas preguntas me revuelven las tripas. La pregunta es siempre la misma, «¿para qué queréis remover nada?, «es mejor pasar página», «todos aquéllos ya están muertos». Y después viene lo de la reconciliación, la convivencia, patatín, patatán, cuando en realidad (¡qué claro lo dice Sánchez-Ostiz!) quieren decir olvido, para seguir manejando el cotarro, para seguir metiendo la mano y robando, bien sea el poco dinero que queda, bien sea la memoria de un Pueblo o la propia esperanza que parece renacer.

Esta obra nos golpea con una realidad bestial, una realidad que, si bien se vivió hace más de 75 años, es actual en muchas de sus caras, no porque estén vivas (la mayoría han desaparecido) sino porque son el original de muchas de esas caras que hoy día siguen por Iruñea y en el conjunto de Nafarroa, caras de los vencedores y también de los vencidos. Apellidos, familias, motes, de ayer y de hoy. Emilio Mola, general sublevado, cabeza pensante de aquélla sublevación, apodado El Director, y sobre todo autor de las directrices secretas que establecían los métodos de represión contra el bando contrario, entendiendo el bando contrario con la acepción más amplia posible. Nacionalistas, socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos, pensadores, maestras, labradores, cargos públicos de la República, militares y civiles, camareros, obreros, aprendices, burgueses, madres, hijos, jóvenes y ancianos, niñas (Maravillas, florecica de Larraga)… Todo aquél y aquélla sobre la que caía la sospecha de simpatizar con las ideas republicanas y nacionalistas y también quienes sufrieron la venganza personal por envidias y riñas de vecinos, sufrieron, de una u otra manera, el Escarmiento de una persona que, al decir de quiénes le conocieron, sólo pensaba en matar. Esa persona cuya tumba sigue en la cripta de un edificio que sigue teniendo en su frontis, convenientemente tapado (obligados), la inscripción Navarra a sus muertos en la cruzada.

Y junto a Mola estuvieron otros. Garcilaso, director del Diario de Navarra, que no sólo se dedicó a escribir loas hacia el bando fascista, y que fue parte activa en la preparación y ejecución de aquél Escarmiento. Un periódico que estuvo, como hoy mismo, en el meollo de la cuestión. Victor Eusa, arquitecto y miembro de la Junta Central Carlista de Navarra, al que las actuales autoridades siguen homenajeando, José María Iribarren, escritor y secretario particular de Mola, Angel María Pascual, periodista y destacado miembro de la Falange, Moreno, el del Hotel la Perla. Lugares como el Casino Principal, lugar donde se reunían los conspiradores, ese mismo lugar que cuelga todavía en sus balcones, en días señalados, banderas españolas y en donde se celebra el baile de la alpargata, el Diario de Navarra, ese periódico que anunció la declaración del estado de guerra con un ¡Viva España! y que sigue siendo vocero de aquéllos mismos, el Fuerte de San Cristóbal, entonces cárcel militar y el último lugar que vieron en vida muchos de los fusilados en cunetas, parajes y apartados, el Palacio de Capitanía (antiguo Palacio Real, hoy Archivo General de Navarra), sede desde donde Mola dirigió su estrategia aniquiladora, la sede del periódico La Voz de Navarra, actualmente sede del PNV, y tras la sublevación lugar desde donde se publicó el periódico Arriba España, la Plaza del Castillo, escenario principal antes y durante la guerra… Y luego lugares que no tienen nombre, porque todavía muchos no se conocen, simas, cunetas, parajes apartados, corrales, caminos, tapias, huertos que se convirtieron en cementerios de fusilados, en cementerios de una memoria que poco a poco se va rescatando.

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Y vas leyendo las páginas de la novela e inevitablemente trasladas al presente personajes y lugares, porque los hijos andan por aquí y los lugares siguen aquí. Y es entonces cuando te entra la angustia al pensar el manto de silencio que cubrió esta ciudad y Navarra entera. Silencio obligado para los muertos, fusilados, silencio para las familias de aquéllos desaparecidos que no tuvieron ni una triste tumba sobre la que llorar, silencio para una población que fue testigo del horror, pero sobre todo te entra la angustia al ser consciente que era vox populi lo que estaba ocurriendo. Desaparecían los vecinos y ya no los volvían a ver, se llevaban a concejales y alcaldes sabiendo que los iban a matar, veían los camiones subir Ezkaba hacia el Fuerte, escuchaban los tiros en la noche, olían el humo de las hogueras cuando quemaban piras de libros peligrosos, a una de la calle le rapaban el pelo y le daban aceite de ricino y luego la paseaban, cagándose, por la Plaza del Castillo para mofa generalizada, el Diario de Navarra daba cuenta de asesinatos que entonces no los llamaban así, había señoritas que antes de ir a misa iban a la Vuelta del Castillo, nerviosas, para ver por vez primera un fusilamiento, algunos curas hablaban, mucho, e impartían bendiciones a quien iba al frente, ese frente lejano, sí, pero también a quien tenía que quedarse poniendo orden en el santuario de la sublevación, Iruñea. Fue un silencio obligado, sí, pero un silencio al que muchos, la mayoría, se tuvieron que agarrar  para poder sobrevivir, digo yo. Otros, también, impusieron ese silencio. Y lo siguen imponiendo.

Ese es el mismo silencio que todavía los herederos de aquéllos sublevados quieren imponer a toda costa. Un silencio que significa olvido. Un silencio que impida conocer la verdad, una verdadera justicia y la reparación de la memoria de los que tuvieron que sufrir aquél silencio, todos. Sánchez-Ostiz ha hecho un trabajo extraordinario. Un trabajo que todavía hoy, más allá de posicionamientos políticos (que también), sigue siendo incómodo en esta ciudad en la que nos conocemos la mayoría. Así que estoy totalmente agradecido a Sánchez-Ostiz por el golpe en crudo que nos ha soltado en toda nuestra cara, por contárnoslo sin pelos en la lengua, haciéndonos oler la mierda que supuso aquello y ayudándonos a comprender que el tufo actual es el hedor de entonces.

Tras El Escarmiento vino El botín, que será la continuación de la novela de Miguel Sánchez-Ostiz. A la espera quedo.

es necesario recuperar la memoria

Es un domingo tranquilo, de esos en los que estás descansado, de los que te levantas a las siete y media de la mañana sonriente y con la sola pretensión de desayunar tranquilamente en una cafetería mientras lees la prensa en papel, sin prisas, sin clicar los enlaces a las noticias, pasando las hojas mientras el té infusiona su hoja en la taza. El desayuno no es todo lo tranquilo que deseo. La XXXII Media Maratón de Iruñea sale a pocos metros de la cafetería en poco más de una hora y una avalancha de corredores llena el local para tomarse un último café, visitar al baño para quitarse los nervios y hablar de tiempos, calentamientos y tramos de la carrera. No es un ambiente tranquilo, pero tampoco me importa. Es una gozada ver una Iruñea tan vital el domingo por la mañana, y lo reconozco con bastante envidia, me da por tocarme la rodilla izquierda, tan machacada después de diecisiete años de dantzas, saltos, entresakas y cabriolas y me hago la promesa de visitar a un amigo fisio para que me de unos consejos que me permitan empezar a correr, sin mayor pretensión que dar una vuelta por la Media Luna. Entre las voces de los corredores logro leer la entrevista que el Noticias hace a José Miguel Nuin y aunque hay aspectos en los que no coincido hay muchos otros pensamientos que son coincidentes y me alegro. Esas son las coincidencias en las que hay que ahondar para hacer posible ese cambio político, económico y social que necesita Nafarroa.

viudas de navarra

Pasando las hojas del periódico llego a cultura y leo a María Bayo diciendo que la cultura es lo único que nos queda y sonrío porque la cultura, querida María, es lo primero que siempre nos van a intentar despojar, porque un Pueblo sin cultura es un Pueblo sumiso, es un Pueblo sin capacidad de pensamiento y es un Pueblo dormido. Por eso, María, tenemos que seguir sacando la cultura a la calle, y expresando nuestra cultura, la que tenemos cada uno y cada una dentro, y seguir leyendo, disfrutando del teatro y volviendo a maravillarnos con Don Giovanni cuando canta eso de È aperto a tutti quanti, Viva la libertà! (Está abierto a todo el mundo, Viva la libertad!). Y con el aria en mi mente llego al artículo que habla del nuevo trabajo de Miguel Sánchez Ostiz, El Escarmiento, una novela que trata sobre la obsesión de Mola, el golpista y asesino, en dar a los vascos un Escarmiento, con mayúsculas, una medida que tenga igual dimensión que el odio que nos tuvo el matón de Franco. La novela relata la preparación de ese Escarmiento, preparación en la que ese hombre, que al decir de quienes le conocieron solo pensaba en matar, tuvo la ayuda de diferentes personas, militares y civiles, entre ellos, ¡cómo no!, el entonces director del Diario de Navarra, Raimundo García «Garcilaso». Pero nos habla no solo de los preparativos si no de las consecuencias de aquéllas acciones ejecutadas bajo la orden de «se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta…»

Se lamenta Sánchez Ostiz que quizás sea tarde para recuperar la memoria que nos lleve hacia la verdad (seguramente parte de ella), a hacer justicia y a ofrecer reparación. Nunca es tarde para eso. Quizás estén desapareciendo los testigos directos de aquellas cunetas y de esa tumbas anónimas que van tomando el nombre de los fusilados, pero no es tarde para ir sacando a la luz el horror de aquéllos días y de los que vinieron. Y buen ejemplo es la novela de Sánchez Ostiz.  Las consecuencias, en cambio están presentes hoy en día, desde las paredes de Diputación con una laureada todavía presente hasta los nombres de calles y plazas, escuelas, placas en cementerio y paredes de iglesias glorificando aquella cruzada contra la libertad. Las consecuencias son el día a día de Nafarroa. No hay más que ver quiénes siguen gobernando y robando desde sus sillones y cuál es el periódico que, a veces desde la sombra y otras veces somando sus fauces rabiosas, sigue dibujando con trazo grueso el pensamiento político de los herederos de Mola. El futuro hay que escribirlo pensando en la convivencia que tenemos que construir, pero esa convivencia tendrá que estar basada en la verdad, la justicia y la reparación. El olvido no puede ser base de esa convivencia.

Salgo de la cafetería y vuelvo a sonreír. La Media Maratón de Iruñea sale y de los altavoces del coche que abre la carrera sale a todo volumen la canción de Vendetta titulada Gora Iruñea! ¡Iruñea, despierta, hay mucho por hacer!