un doloroso canto a la amistad

El caso es que, para ser sincero, cuando compré el libro, tras leer una minúscula reseña en una revista, no tenía ni idea de en dónde me estaba metiendo. Decían que era una novela que había tenido, durante este año, gran éxito de ventas y crítica en EEUU y que seguía el camino de la gran novela norteamericana. Así que, nada, me fui a Walden, me hice con el tocho de mil páginas y me enfrasqué en su lectura.

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El libro es de lectura contagiosa, de esa que hace que no sueltes el libro y quieras, sea la hora que sea, seguir una página más para saber qué es lo que pasa. Cuenta, principalmente, la historia de una amistad entre cuatro hombres, una amistad forjada a lo largo de los años, con sus diferentes intensidades y sus acomodos al devenir de la existencia de cada uno de los amigos. En este sentido me sentía atraído por la posibilidad de adentrarme en el significado de esa amistad masculina. Son muchos los libros que han profundizado en la amistad entre mujeres con el objetivo de traducir los elementos de dicha amistad. Pero pocas veces, por lo menos yo, he tenido oportunidad de ver desentrañada de manera escrita la madeja de signos, pautas y simbolismos que explican la confianza, el entendimiento y el amor que se presentan en la amistad masculina, una amistad generalmente basada en la aceptación de ser y formar parte de una manada, una familia. Por lo menos esta es la amistad que presenta esta novela.

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La obra se desarrolla en torno a una cuadrilla de cuatro amigos que, desde la universidad, luchan, a veces incluso entre ellos, para descubrirse a sí mismos, descubrir la amistad, el amor, la sexualidad, su vida, la vida. El protagonista, Jude St. Francis, esconde además, una niñez marcada por los abusos sexuales, el maltrato y el rechazo que, inevitablemente, le obliga a construir una realidad falsa que, poco a poco, irá descubriendo a uno de los amigos.

Fue a principios de este año, cuando leí una suerte de memorias de un pianista clásico que me causaron gran impresión. En Instrumental, James Rhodes cuenta su vida marcada por la temprana y continuada experiencia de abusos sexuales por parte de un profesor suyo y el desarrollo de su existencia a través de autolesiones, drogas y sobre todo música, en este caso clásica, que es la que actúa como antídoto y consigue que el pianista se encuentre consigo mismo, reconociéndose y empezando a quererse.

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En el caso de Tan poca vida, de Hanya Yanagihara, directamente se vomita esta experiencia y sus consecuencias, creando una narración que hace sufrir a quien la lee, adentrándote, sin previo aviso, en las fauces de un infierno de maltratos, abusos y violaciones a un niño desprotegido que, de manera muy lenta, deja de quererse, asume la culpa de lo que le pasa y descubre en la autolesión un remanso de tranquilidad en medio del cruel torbellino que es su vida. Una vida, por otro lado, que nadie conoce más allá de sí mismo y que es una gran y necesaria mentira para poder seguir viviendo. Mientras quiera.

Un libro con el que me he sorprendido llorando amargamente, mucho, y sintiendo, sobre todo, la belleza de una dolorosa amistad cuyo canto te golpea súbitamente y que, aviso, quien empiece a escucharlo, en este caso a leerlo, no lo puede abandonar. Quizás, con suerte, podrás dejarlo un rato, para descansar de ese dolor, tan insoportable por momentos.


Un libro para quien necesite llorar un buen rato como ejercicio para limpiar el interior, para quienes tienen una cuadrilla de las de toda la vida y quieran descubrir, por fin, el significado de muchas cosas, para las mujeres (y hombres) que creen que los hombres solo hablamos de fútbol (parece ser), sexo (es verdad) y mujeres (y hombres) y para quienes se sientan capaces de ir más allá de lo que marca la sociedad sin importarle el qué dirán. Sepa quien empiece el libro, que lo engullirá, sacará tiempo para leerlo de donde no hay y por lo tanto perderá tiempo para hacer otras cosas, con lo que dormirá poco, descuidará la casa una semana, malcomerá y llegará tarde a trabajar. ¡Una maravilla!

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Reconozco que cuando compré este libro pensaba que era un libro, sobre todo, de música. Sabía que su autor, un pianista londinense, había sufrido abusos sexuales siendo niño. Había leído que primero había intentado soportar aquello, pasados los años, con drogas. Había escuchado que se había intentado suicidar varias veces. Y sobre todo sabía que la música y el piano habían sido su salvación. Pero, joder, no sabía que me iba a encontrar con la crudeza de una vida marcada absolutamente por algo que comenzó cuando James Rhodes tenía seis años. Seis.

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James era un niño como otro cualquiera, quizás algo más sensible que el resto, guapo, un niño de anuncio, vamos. Y de repente, cuando cuenta con seis años, su profesor de gimnasia lo viola. Antes, conscientemente, he utilizado el término abusos sexuales, pero si algo nos enseña y deja claro Rhodes desde el segundo capítulo es que eso no es más que un término que trata de esconder la cruda realidad de lo qué es una violación, en este caso a un niño. James Rhodes es muy explícito, lo cuenta sin tapujos, pero solo quiero que os imaginéis el cuerpo y las proporciones de un hombre de algo más de cuarenta años y el pequeño cuerpo de un niño de seis. Imaginad ahora, por duro que sea, a ese hombre violando a ese niño. La sensación de asco, dolor, impotencia y horror me duró varios días.

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James Rhodes fue violado regularmente por ese profesor hasta que cumplió los diez años y lo cambiaron de colegio. Durante ese tiempo y mucho más adelante el niño violado no pudo decir nada a nadie, porque una de las cosas que he aprendido en este libro es que los niños y niñas violados a temprana edad están absolutamente controlados por el miedo que les produce la persona violadora y el propio acto de la violación. También he conocido cómo una persona violada a tan temprana edad tiene múltiples consecuencias a lo largo de toda su vida, algunas físicas, otras psíquicas y otras sociales. Aquí va la lista:

Autolesiones, depresión, adicción al alcohol y a las drogas, cirugía reparadora, trastorno obsesivo-compulsivo, disociación, incapacidad de mantener relaciones funcionales, rupturas maritales, ingresos forzosos en instituciones mentales, alucinaciones auditivas y visuales, hipervigilancia, síndrome de estrés postraumático, confusión y vergüenza asociadas al sexo, anorexia y otros trastornos de la alimentación.

En un momento de este calvario Rhodes descubrió el piano y a Bach. Dice que Bach y la música le salvaron. Al comienzo de cada capítulo habla de alguna música que ha supuesto algo importante para él. Él pudo salvarse gracias a la música. ¿Cuántos niños y niñas estás siendo violados en cualquier parte del mundo regularmente y no tienen posibilidades de salvación? Creo que la forma de interpretar que tiene Rhodes al piano le sale precisamente de ese dolor, de esa sensibilidad hacia una música que le salvó y le sigue salvando. Cualquiera de sus discos son un paseo por esa sensibilidad innata.

P.D. El colmo es que intentaron prohibirle que publicase su libro porque podía perjudicar a su hijo si este lo leía. Terrible.


Para leer si te gusta la música, hasta tal punto que alguna vez has sentido que te aliviaba un dolor, apaciguaba una angustia, acompañaba en la felicidad o te hacía desconectar de la triste realidad. Es también indicado para todas esas personas que, alguna vez en su vida, han sido objeto de abusos de cualquier tipo, para saber que la música puede curar incluso el más vil y doloroso de cualquiera de esos abusos. Y también es un buen libro para quienes, por cualquier causa, se han hundido en el consumo excesivo de cualquier sustancia (normalmente ilegal), o se han dejado llevar por la corriente de las autolesiones y se a visto alguna vez al borde del abismo. Porque siempre existe la luz al final del túnel y si es con música, mucho mejor.