En aquellos tiempos de piscina, de bocata para comer y de esperar dos horas y media para hacer la digestión antes de volvernos a meter en el agua, en ese comienzo de adolescencia todavía inocente y curiosa, casi bobalicona, recuerdo los libros de Agatha Christie como uno de los mejores métodos para que se olvidasen de ti un buen rato. Tumbado en la toalla bajo la sombra de uno de los plataneros que dispersados por el césped proporcionaban cobijo en las tardes estivales, me adentraba en aquellos asesinatos sin apenas sangre, perpetrados en trenes donde los personajes desayunaban huevos escalfados y té indio servido por camareros con pajarita, o pasaban fines de semana como invitados en mansiones con escaleras nobles de madera o merendaban en la vicaría del condado de turno. La señorita Marple era mi favorita y Hercules Poirot me ponía algo más nervioso, pero los dos me parecían unos personajes deliciosos. Aquellos libritos blancos que acababan el verano con las hojas dobladas, las tapas descoloridas y algo de salitre entre sus páginas —porque también los llevábamos a la playa— todavía descansan en una de las estanterías de casa, acompañando al señor Holmes y al comisario Brunetti.

El caso es que el libro que hoy presento es un libro tan tan entretenido y tan fácil de leer que me lo leí el día 15 de julio, no te digo más. Y es que ese es el adjetivo que mejor describe esta lectura: entretenido. Agatha Raisin y la quiche letal —el título ya nos indica el tipo de lectura que vamos a encontrar— es el primero de una serie de libros escritos por M. C. Beaton, pseudónimo que utilizó Marion Chesney, escritora escocesa, cuando quiso escribir novelas de misterio. La serie que conforma las novelas de la señora Raisin la integran más de treinta libros que el año pasado empezaron a ser traducidos y publicados por aquí por la Editorial Salamandra (anteriormente, desconozco si con la misma traducción, algunos títulos fueron publicados por Círculo de Lectores).
El primer título de la serie relata la mudanza de Agatha Raisin a Carsely, en los Cotswolds, esa zona del centro de Inglaterra con pueblos pintorescos de casas con tejado de paja, carreteras entre prados, ferias un día por semana, pubs llenos de parroquianos (en este caso se llama Red Lion) y señores vestidos de tweed que saludan alegremente montados en sus bicicletas. Reconozco que las series inglesas que se desarrollan en esos parajes me suelen gustar. Incluso podría vivir una temporada allí. Pues bien, la señora Raisin, que se ha pre-jubilado de la empresa de relaciones públicas que ella misma fundó, se ha ido a ese pueblo a vivir y en los primeros capítulos se cuenta su inmersión en la, aparentemente agradable, pero cerrada comunidad de Carsely. Y se presenta a un concurso de quiches, que es una tarta salada típica de la región de Lorena, entre la France y Deutschland, que por lo visto es una receta muy apreciada por Inglaterra (ya sabéis que suelen comer todo tipo de recetas pesadas –y ricas– como pasteles de carne o hígado con patatas, pescado al horno con patatas y todo tipo de tartas, dulces y saladas, pudines –¿cómo es el plural de pudin o puding en castellano?–, sandwiches y demás bocadillos, siempre con una guarnición de patatas). Para ello compra, sin ningún reparo, pues el objetivo es entrar en la comunidad de manera fácil, una quiche en una quichería muy apreciada de Londres, pero… al día siguiente el juez del concurso, el señor Reginald Cummings-Browne, aparece muerto, por envenenamiento, después de haberse comido las sobras de la quiche de la señora Raisin.
Ahora a este tipo de libros les llaman Crozy mystery. Es decir, literalmente Misterio acogedor (no sé si reír o llorar), vamos, la señorita Marple, Se ha escrito un crimen y así. Crímenes limpios, sin apenas sangre, en escenarios bonitos, cuando no bucólicos, y con personajes cómodos, y con el protagonista, preferentemente la protagonista, aficionada a resolver crímenes entre taza de té y sandwich de pepino. Todo lo contrario a la novela negra nórdica, por ejemplo. Y no, no es alta literatura (tampoco lo son las nórdicas), pero sí es literatura agradable que a mí me gusta leer entre un libro y otro. La edición es preciosa y las portadas son obra de la ilustradora Alice Tait. Me lanzo a por el segundo título. Por cierto, tiene serie en alguna plataforma… pero creo que prefiero imaginarme yo solo a la señora Raisin.