memorias de una mujer libre

Todavía me asombra haber conocido a toda aquella gente, una serie de carambolas nos juntaron y unieron en la quimera de los swinging sixties. Era una época de lo más inocente. los famosos no eran tan famosos y no iban por ahí acompañados de presuntuosas cohortes. Yo, oriunda del condado de Clare, me emocionaba ante aquella galaxia de visitantes, y sin embargo nunca me dejaba deslumbrar. Sabía que era algo transitorio, que todos estábamos de paso, rumbo a otros lugares, orbitando hacia arriba, siempre hacia arriba.

El año pasado descubrí una autora irlandesa que me cautivó con el primer libro que leí. Sorprendentemente para mí, Edna O’Brien es una autora que lleva décadas escribiendo y luchando para poder hacerlo como ella quiere. Y digo sorprendentemente porque hasta el año pasado no me había fijado en ella, a pesar de estar en los últimos tiempos en todas las quinielas para el premio Nobel de Literatura año tras año (algo a lo que en realidad no le suelo dar mucho valor). En los últimos años la fantástica editorial Errata Naturae ha editado varias de sus obras y en este caso la obra elegida han sido sus deslumbrantes memorias.

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Edna O’Brien y su hijo Sasha Gebler en la década de los 70

Vamos a ver. Considero que lo más importante de unas memorias es cómo están escritas. Por una vida fascinante y llena de historias que contar que haya podido tener una persona, si no está convenientemente escrito, narrado, esto es, contado, no podrán ser sentidas en toda su intensidad. No es lo mismo decir «Vi a mi madre y supe que estaba enfadada porque tenía la autobiografía de Seán O’Casey en su mano», que decir «Vi la furia en los ojos de mi madre, antes siquiera de que hablara. Tenía en la mano la autobiografía de Seán O’Casey, abierta por la página incendiaria». En el caso de estas memorias, por cierto tituladas Chica de campo, O’Brien las narra como si fuesen cualquiera de sus novelas, con un dominio del lenguaje que se caracteriza por la fluidez y por ser capaz de trasladarnos al momento que narra con una facilidad asombrosa. La autora irlandesa escribe en inglés de Irlanda y su fuente es la propia Irlanda. Esa Irlanda de la que tuvo que marcharse y que aprendió a plasmar en su literatura gracias a la distancia que tomó. Si además de estar bien escritas, las memorias nos cuentan una vida intensa, se puede conseguir algo tan deslumbrante como estas memorias.

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Durante los 70, Edna se lo pasó pipa con los psicotrópicos. Aquí en una fiesta con el cantante irlandés, Luke Kelly.

El caso es que la escritora nacida en Tuamgraney en 1930, en esa Irlanda rural controlada férreamente por la institución eclesial, con un padre alcohólico y una madre integrista religiosa, tuvo la suerte de poder estudiar y de joven ir a Dublin a trabajar. En ese Dublin de los 50 empezó a escribir de lo que una chica de pueblo, joven e irlandesa, sentía con el papel que socialmente se le obligaba a tener. Comenzó a tratar autores de teatro, conoció al que fuera su marido Ernest Gebler, también escritor. Se trasladaron a Londres a vivir porque no soportaban la sensación de ahogo constante que tenían en la isla verde y una década después se divorciaron, tras haber tenido dos hijos, Carlo y Sasha. Con sus primeras novelas le acusaron en su tierra de ser una escritora pornográfica y fue casi un personaje demoníaco para la moral nacional-integrista irlandesa. En Londres y después en EEUU, fue parte de la intelectualidad irlandesa en el exilio y tuvo ocasión de integrarse en los círculos literarios y artísticos, incluido el cine, por sus guiones para películas. En estas memorias, fantásticas, la podemos leer desayunando con Jackie Onassis en New York, compartiendo cama con Robert Mitchum, debatiendo con Hillary Clinton y encontrándose en Paris con Samuel Beckett o Marguerite Duras.

Sea como sea, con este libro o con otro cualquiera, no te olvides de celebrar el Día del Libro como hay que hacerlo, con un libro en las manos y leyendo. Si puedes, compra a algún librero o librera, de esos tan buenos que tenemos en Iruñea. Te los encontrarás a todos juntos (a los buenos, me refiero) en el cruce de Carlos III con Roncesvalles, durante todo el día. ¡Y además te regalarán una flor!! ¡Feliz Día del Libro! 

Una obra para quienes amen Irlanda, para quienes quieran conocer la parte oscura del renacer cultural irlandés, para quienes quieran sorprenderse con una vida intensa, llena de personajes importantes y para quienes gusten de la literatura de Edna O’Brien, porque estas memorias son una maravilla, como cualquiera de sus libros.

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Soplaba un viento fuerte alrededor de la casa, que a ratos se colaba por la chimenea y, cuando las oraciones terminaron, los árboles sacudidos por el temporal aumentaron la sensación de extravío que reinaba en la estancia. Por primera vez aquellos muros parecían una débil defensa contra las adversidades.

Uno de esos días que visité a Deborahlibros en su tienda tuve la suerte de llevarme el libro que había comprado, creo que fue Cumbres borrascosas y además otro libro que me regaló para que le dijese qué me había parecido. Entre todas las mujeres, de John McGahern.

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Esta obra, editada aquí por la editorial vasca Meettok, fue escrito por su autor en 1990 y es considerada en la verde Irlanda una obra maestra de uno de los mejores escritores irlandeses del siglo XX. Ahí es nada. Es verdad que las contraportadas tienen el objetivo de atraer nuevos lectores, pero semejantes alabanzas eran como para dar a la novela una oportunidad.

John McGahern nació en Dublin en 1934 y murió en 2006 «de repente», según las crónicas de entonces. El caso es que el bueno de John fue un escritor comprometido con la sociedad rural de los años 60 y 70, encorsetada por la jerarquía eclesial en su Irlanda natal. Uno de sus libros, quizás el más famoso, The Dark, cuenta la historia de un niño obrero y fue censurado en su país gracias a la presión de dicha jerarquía. De hecho, perdió su puesto de profesor y tuvo que emigrar a Londres y posteriormente a Estados Unidos. Diez años después tuvo fuerzas para volver a Irlanda, donde murió siendo considerado uno de los escritores en lengua inglesa más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Su literatura se ha llegado a comparar en importancia con la de nada menos que James Joyce o Samuel Beckett, aunque su escritura poco tiene que ver con estos dos autores. La cuestión es que me enfrasqué en esta obra. Os cuento.

Entre todas las mujeres nos cuenta la historia de una familia de la Irlanda rural a partir de los años 50. A través de la omnipresencia del padre, eje de la familia y de la vida del resto de componentes de la misma, se va tejiendo una historia de obediencia, trabajo en los campos, estudios a pesar del padre, rosario de rodillas por las tardes y huída de la casa paterna para poder sobrevivir. Sin querer, vas entrando en un ambiente en donde puedes sentir que la familia es casi rehén del padre, un antiguo combatiente por la independencia irlandesa, que sigue viviendo de una forma ya pasada y que no tiene en cuenta las opiniones del resto de la familia. Junto al padre hay otra presencia constante, no física en los hechos que relata, si no en el ambiente, del hijo mayor que hace ya unos años huyó de la casa paterna.

Una obra para quienes gustan de las historias en la verde Irlanda, para quienes quieran huir de cualquier tipo de opresión, para quienes están decididos a vivir su propia vida, para quienes han vivido o viven su vida impuesta por la vida de otra persona, sea el padre, la madre o quien sea, para quienes, a pesar de todo eso creen en la familia.