el Escarmiento

Después de leer la última de Sánchez-Ostiz, El Escarmiento, no me queda otra que romper mi costumbre de titular las entradas de este blog en minúsculas. No pretendo condicionar el posible debate y la reflexión con un título en mayúsculas, quitando espacio al pensamiento, pero en este caso no hay manera de dejar el título en letra pequeña, pues enorme fue el Escarmiento que algunos se empeñaron en dar a sus vecinos y vecinas que creían en la libertad y la igualdad de condiciones para todo el mundo, para obreros y empresarios, para mujeres y hombres, para republicanos, nacionalistas y foralistas… Y en esas seguimos. Cada vez hay menos gente que apoya seguir pagando las cacerías de nadie, cada vez hay más gente que cree que la única salida es poder decidir soberanamente cómo hacer frente a la crisis (económica, social e institucional, se dice ahora), y cada vez hay menos gente, de aquellos foralistas, que se acuerda de lo que eran o son los fueros (lo poco que han dejado). Las consecuencias de aquél Escarmiento siguen vigentes.

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He leído la novela con ansia, poniendo cara a la tragedia de aquéllos días, recordando palabras cercanas que me decían que después, los que quedaron, tuvieron que vivir en silencio, sin mencionar, sin recordar, pero sin poder olvidar. Y es entonces cuando esas preguntas que hoy en día hacen los que siguen dando Escarmiento, desde el periódico golpista, o desde el Palacio de Navarra, o en la extinta Caja Navarra, intentando mantener el orden que consiguieron a base de cunetas, es entonces, digo, cuando esas preguntas me revuelven las tripas. La pregunta es siempre la misma, «¿para qué queréis remover nada?, «es mejor pasar página», «todos aquéllos ya están muertos». Y después viene lo de la reconciliación, la convivencia, patatín, patatán, cuando en realidad (¡qué claro lo dice Sánchez-Ostiz!) quieren decir olvido, para seguir manejando el cotarro, para seguir metiendo la mano y robando, bien sea el poco dinero que queda, bien sea la memoria de un Pueblo o la propia esperanza que parece renacer.

Esta obra nos golpea con una realidad bestial, una realidad que, si bien se vivió hace más de 75 años, es actual en muchas de sus caras, no porque estén vivas (la mayoría han desaparecido) sino porque son el original de muchas de esas caras que hoy día siguen por Iruñea y en el conjunto de Nafarroa, caras de los vencedores y también de los vencidos. Apellidos, familias, motes, de ayer y de hoy. Emilio Mola, general sublevado, cabeza pensante de aquélla sublevación, apodado El Director, y sobre todo autor de las directrices secretas que establecían los métodos de represión contra el bando contrario, entendiendo el bando contrario con la acepción más amplia posible. Nacionalistas, socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos, pensadores, maestras, labradores, cargos públicos de la República, militares y civiles, camareros, obreros, aprendices, burgueses, madres, hijos, jóvenes y ancianos, niñas (Maravillas, florecica de Larraga)… Todo aquél y aquélla sobre la que caía la sospecha de simpatizar con las ideas republicanas y nacionalistas y también quienes sufrieron la venganza personal por envidias y riñas de vecinos, sufrieron, de una u otra manera, el Escarmiento de una persona que, al decir de quiénes le conocieron, sólo pensaba en matar. Esa persona cuya tumba sigue en la cripta de un edificio que sigue teniendo en su frontis, convenientemente tapado (obligados), la inscripción Navarra a sus muertos en la cruzada.

Y junto a Mola estuvieron otros. Garcilaso, director del Diario de Navarra, que no sólo se dedicó a escribir loas hacia el bando fascista, y que fue parte activa en la preparación y ejecución de aquél Escarmiento. Un periódico que estuvo, como hoy mismo, en el meollo de la cuestión. Victor Eusa, arquitecto y miembro de la Junta Central Carlista de Navarra, al que las actuales autoridades siguen homenajeando, José María Iribarren, escritor y secretario particular de Mola, Angel María Pascual, periodista y destacado miembro de la Falange, Moreno, el del Hotel la Perla. Lugares como el Casino Principal, lugar donde se reunían los conspiradores, ese mismo lugar que cuelga todavía en sus balcones, en días señalados, banderas españolas y en donde se celebra el baile de la alpargata, el Diario de Navarra, ese periódico que anunció la declaración del estado de guerra con un ¡Viva España! y que sigue siendo vocero de aquéllos mismos, el Fuerte de San Cristóbal, entonces cárcel militar y el último lugar que vieron en vida muchos de los fusilados en cunetas, parajes y apartados, el Palacio de Capitanía (antiguo Palacio Real, hoy Archivo General de Navarra), sede desde donde Mola dirigió su estrategia aniquiladora, la sede del periódico La Voz de Navarra, actualmente sede del PNV, y tras la sublevación lugar desde donde se publicó el periódico Arriba España, la Plaza del Castillo, escenario principal antes y durante la guerra… Y luego lugares que no tienen nombre, porque todavía muchos no se conocen, simas, cunetas, parajes apartados, corrales, caminos, tapias, huertos que se convirtieron en cementerios de fusilados, en cementerios de una memoria que poco a poco se va rescatando.

Plaza del Castillo 1936-2011

Y vas leyendo las páginas de la novela e inevitablemente trasladas al presente personajes y lugares, porque los hijos andan por aquí y los lugares siguen aquí. Y es entonces cuando te entra la angustia al pensar el manto de silencio que cubrió esta ciudad y Navarra entera. Silencio obligado para los muertos, fusilados, silencio para las familias de aquéllos desaparecidos que no tuvieron ni una triste tumba sobre la que llorar, silencio para una población que fue testigo del horror, pero sobre todo te entra la angustia al ser consciente que era vox populi lo que estaba ocurriendo. Desaparecían los vecinos y ya no los volvían a ver, se llevaban a concejales y alcaldes sabiendo que los iban a matar, veían los camiones subir Ezkaba hacia el Fuerte, escuchaban los tiros en la noche, olían el humo de las hogueras cuando quemaban piras de libros peligrosos, a una de la calle le rapaban el pelo y le daban aceite de ricino y luego la paseaban, cagándose, por la Plaza del Castillo para mofa generalizada, el Diario de Navarra daba cuenta de asesinatos que entonces no los llamaban así, había señoritas que antes de ir a misa iban a la Vuelta del Castillo, nerviosas, para ver por vez primera un fusilamiento, algunos curas hablaban, mucho, e impartían bendiciones a quien iba al frente, ese frente lejano, sí, pero también a quien tenía que quedarse poniendo orden en el santuario de la sublevación, Iruñea. Fue un silencio obligado, sí, pero un silencio al que muchos, la mayoría, se tuvieron que agarrar  para poder sobrevivir, digo yo. Otros, también, impusieron ese silencio. Y lo siguen imponiendo.

Ese es el mismo silencio que todavía los herederos de aquéllos sublevados quieren imponer a toda costa. Un silencio que significa olvido. Un silencio que impida conocer la verdad, una verdadera justicia y la reparación de la memoria de los que tuvieron que sufrir aquél silencio, todos. Sánchez-Ostiz ha hecho un trabajo extraordinario. Un trabajo que todavía hoy, más allá de posicionamientos políticos (que también), sigue siendo incómodo en esta ciudad en la que nos conocemos la mayoría. Así que estoy totalmente agradecido a Sánchez-Ostiz por el golpe en crudo que nos ha soltado en toda nuestra cara, por contárnoslo sin pelos en la lengua, haciéndonos oler la mierda que supuso aquello y ayudándonos a comprender que el tufo actual es el hedor de entonces.

Tras El Escarmiento vino El botín, que será la continuación de la novela de Miguel Sánchez-Ostiz. A la espera quedo.

es necesario recuperar la memoria

Es un domingo tranquilo, de esos en los que estás descansado, de los que te levantas a las siete y media de la mañana sonriente y con la sola pretensión de desayunar tranquilamente en una cafetería mientras lees la prensa en papel, sin prisas, sin clicar los enlaces a las noticias, pasando las hojas mientras el té infusiona su hoja en la taza. El desayuno no es todo lo tranquilo que deseo. La XXXII Media Maratón de Iruñea sale a pocos metros de la cafetería en poco más de una hora y una avalancha de corredores llena el local para tomarse un último café, visitar al baño para quitarse los nervios y hablar de tiempos, calentamientos y tramos de la carrera. No es un ambiente tranquilo, pero tampoco me importa. Es una gozada ver una Iruñea tan vital el domingo por la mañana, y lo reconozco con bastante envidia, me da por tocarme la rodilla izquierda, tan machacada después de diecisiete años de dantzas, saltos, entresakas y cabriolas y me hago la promesa de visitar a un amigo fisio para que me de unos consejos que me permitan empezar a correr, sin mayor pretensión que dar una vuelta por la Media Luna. Entre las voces de los corredores logro leer la entrevista que el Noticias hace a José Miguel Nuin y aunque hay aspectos en los que no coincido hay muchos otros pensamientos que son coincidentes y me alegro. Esas son las coincidencias en las que hay que ahondar para hacer posible ese cambio político, económico y social que necesita Nafarroa.

viudas de navarra

Pasando las hojas del periódico llego a cultura y leo a María Bayo diciendo que la cultura es lo único que nos queda y sonrío porque la cultura, querida María, es lo primero que siempre nos van a intentar despojar, porque un Pueblo sin cultura es un Pueblo sumiso, es un Pueblo sin capacidad de pensamiento y es un Pueblo dormido. Por eso, María, tenemos que seguir sacando la cultura a la calle, y expresando nuestra cultura, la que tenemos cada uno y cada una dentro, y seguir leyendo, disfrutando del teatro y volviendo a maravillarnos con Don Giovanni cuando canta eso de È aperto a tutti quanti, Viva la libertà! (Está abierto a todo el mundo, Viva la libertad!). Y con el aria en mi mente llego al artículo que habla del nuevo trabajo de Miguel Sánchez Ostiz, El Escarmiento, una novela que trata sobre la obsesión de Mola, el golpista y asesino, en dar a los vascos un Escarmiento, con mayúsculas, una medida que tenga igual dimensión que el odio que nos tuvo el matón de Franco. La novela relata la preparación de ese Escarmiento, preparación en la que ese hombre, que al decir de quienes le conocieron solo pensaba en matar, tuvo la ayuda de diferentes personas, militares y civiles, entre ellos, ¡cómo no!, el entonces director del Diario de Navarra, Raimundo García «Garcilaso». Pero nos habla no solo de los preparativos si no de las consecuencias de aquéllas acciones ejecutadas bajo la orden de «se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta…»

Se lamenta Sánchez Ostiz que quizás sea tarde para recuperar la memoria que nos lleve hacia la verdad (seguramente parte de ella), a hacer justicia y a ofrecer reparación. Nunca es tarde para eso. Quizás estén desapareciendo los testigos directos de aquellas cunetas y de esa tumbas anónimas que van tomando el nombre de los fusilados, pero no es tarde para ir sacando a la luz el horror de aquéllos días y de los que vinieron. Y buen ejemplo es la novela de Sánchez Ostiz.  Las consecuencias, en cambio están presentes hoy en día, desde las paredes de Diputación con una laureada todavía presente hasta los nombres de calles y plazas, escuelas, placas en cementerio y paredes de iglesias glorificando aquella cruzada contra la libertad. Las consecuencias son el día a día de Nafarroa. No hay más que ver quiénes siguen gobernando y robando desde sus sillones y cuál es el periódico que, a veces desde la sombra y otras veces somando sus fauces rabiosas, sigue dibujando con trazo grueso el pensamiento político de los herederos de Mola. El futuro hay que escribirlo pensando en la convivencia que tenemos que construir, pero esa convivencia tendrá que estar basada en la verdad, la justicia y la reparación. El olvido no puede ser base de esa convivencia.

Salgo de la cafetería y vuelvo a sonreír. La Media Maratón de Iruñea sale y de los altavoces del coche que abre la carrera sale a todo volumen la canción de Vendetta titulada Gora Iruñea! ¡Iruñea, despierta, hay mucho por hacer!