querido Ahmed

Esta semana, el henelista Carlos García Gual, en visita a la Biblioteca General de Navarra, allá donde se pierden los mojones de la vieja Iruñea, comentaba la modernidad de Ulises en su necesidad de la vuelta a casa, al hogar, a los orígenes. Y no puedo sino mostrar mi acuerdo con la afirmación. Ulises, Odiseo que le llamaban en su casa, en su caso obligado por el honor y las apariencias, por ese preservar el orden social del que era pilar, parte lejos de casa, a la guerra, como un yanqui de Reagan, o de los Bush, o de Clinton u Obama o del histriónico actual, porque en el Imperio poco importa quien duerma en la Casa Blanca, ya que su afición, al igual que los aqueos de la guerra de Troya, es meterse en camisas de once varas y en conflictos ajenos, como si su participación fuese el elemento necesario para la supuesta resolución de la pugna. Y tras diez años soportando el salitre en las costas troyanas, o el polvo del desierto sirio, después de años siendo testigo de centenares de cremaciones de compañeros de armas, o de ataúdes recubiertos de zinc y una bandera de barras y estrellas, luego de ser autor de violentos asesinatos y torturas, la mayoría de ellas, por lo menos hasta finalizar el acto de esta triste representación, sin que el dictador de turno o el Príamo del momento se priven del aroma de la familia o el gusto de los banquetes, tras esos años de viaje cultural al horror en producción propia, necesitan volver a casa, a contar la leyenda de su odisea, obviando, eso sí, la sangre, los gritos de desesperación y los huérfanos muertos de hambre en las polvorientas calles. Y es entonces, cuando en esa lectura del clásico homérico se echa en falta, para que sea una lectura completa, la parte oscura de la historia, las miserias propias del supuesto héroe y el rastro de miseria y dolor dejado por el soldado movilizado lejos del fuego de su hogar.

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Fotografía de Santi Palacios

Ahmed, tu y tu familia sois ese reguero de angustia y tristeza que después de los años necesarios para el juego de dioses y héroes, tuvisteis que salir de vuestro pueblo arrasado. No fue una partida con despedida oficial de trompetas y banderas. Vuestra única bandera era el hambre, la necesidad de olvidar, la angustia por vivir. Comenzasteis el camino en vuestra Siria natal, en Afrín, huyendo de una guerra televisada que ha dejado hasta la fecha 380.000 personas muertas, de las cuales 107.000 eran civiles. Sois una familia más de sirios, entre cinco y diez millones según las fuentes, que tuvieron que abandonar aquel antiguo paraíso convertido en polvo y piedra. Y tras meses de camino, en el que murieron compañeros del éxodo, unos en zanjas de campos perdidos, otros en el Mediterráneo, arribasteis a aquella Lesbos que Aquiles señaló como parte del reino de Príamo, famoso por sus riquezas y hoy rincón abandonado de Europa, en el que os hacináis, en un campamento llamado Moira, hasta diez mil personas, cuando en el máximo de su capacidad podría albergar a dos mil quinientas personas. En esa isla de los sueños perdidos, sin hogar, sin patria, sin futuro, ninguneados, ni siquiera número, invisibilizados en la sociedad de la imagen, anheláis la vuelta a casa, en un día que, a pesar de todo y de todos, soñáis esperanzados. Sois esos otros Ulises, sin gloria, con un honor arrebatado de mil y un maneras, cuyos ojos han visto y sufrido lo inimaginable, con una Ítaca que desconocéis si existe todavía. No tendréis cantos que narren vuestra proeza, nadie hará un poema que llore vuestra desdicha, no habrá aedo que deje para la memoria vuestra particular guerra y vuestro deseado retorno. Nadie sabrá si regresasteis o si finalmente fuisteis otro cadáver más, sin nombre, con un número que se perderá entre los papeles de un archivo que desaparecerá sin dejar rastro alguno.

Por eso, Ahmed, coincido con García Gual en la importancia de leer para mantener la capacidad de reflexión y análisis, pero tiene que ser una lectura completa, con sus luces y sus sombras, si no no será lectura real y seguiremos, leamos o no, formando parte de una sociedad engañada, a pesar de sabernos engañados.