un Mediterráneo lleno de belleza

Las cenas de verano en casa de un amigo, con las ventanas abiertas que llenan el comedor de voces vecinas en un día que declina, con el ruido de los platos al recogerse, o los críos que piden estar un poco más antes de irse a la cama, son momentos que suelen quedar en nuestra memoria de manera placentera. En este caso éramos cuatro amigos que entre un blanco verdejo y un tinto del Duero disfrutamos de una ensalada de tomate y una fideuá de pescado, siempre acompañados de pan artesano, de ese pan que es pan de verdad, que huele a pan y sabe a amistad.

El anfitrión me habló, mientras preparábamos la ensalada, de su estancia en una isla griega, Hidra, un poco más alejada de las rutas turísticas de moda que asolan las islas del Egeo y que tiene la particularidad de no admitir vehículo a motor alguno, sea coche, moto, ni siquiera patín eléctrico. Allí solo valen las piernas y para las cuestas más empinadas, los burros. Maravilla. Una isla griega, en verano, sin ruidos innecesarios, con sus callejuelas para pasear, sus cientos de gatos a la sombra y una historia que se respira en cada esquina. Y me habló de un libro que acaba de terminar y que hace un recorrido por algunos de los artistas y literatos que se enamoraron profundamente de Italia y Grecia. El libro se titula Peregrinos de la belleza, está escrito por María Belmonte, que es una viajera de las que tiene gusto al contar sus viajes, y editado por Acantilado. A finales de la primavera reseñé otro de sus libros, en este caso sobre Macedonia, igualmente delicioso.

Desde finales del XVIII y sobre todo en el XIX, los hijos de la aristocracia y burguesía europea, generalmente del norte de Europa, tomaron la costumbre de tomarse un año al finalizar los estudios para viajar a Italia y Grecia, a los dos lugares o a uno de ellos. Es lo que se conoció como Grand Tour. En este viaje de un año (o más) el viajero “descubría” la cultura clásica, lo que, en principio, aumentaba su educación para la vida adulta. Era un aprender a vivir, pero en un escenario inigualable y con unas referencias siempre cultas. O por lo menos así es como se vendía. Porque la realidad era que también era el momento para soltarse la melena, desatarse el corsé de la educación estricta y liberarse de las atosigantes normas religiosas. Supongo que los actuales viajes de “estudios” son una reminiscencia, aunque sea en el nombre, de aquel Grand Tour. La pena es que hoy en día, por lo menos hasta la pandemia, esos viajes se han quedado por aquí, casi siempre, en unos días para hacer juerga y desfasar sin la mirada y el control de padres y madres. Afortunadamente aún hay profesoras y profesores que siguen preparando con esfuerzo y dedicación esos viajes de estudios, de historia, de cultura y desde luego de educación y de proceso personal. En los países nórdicos es bastante habitual que al terminar los estudios, la gente joven emplee un año en viajar a diferentes lugares para conocer otras realidades. Qué envidia.

El libro es una maravilla, muy ameno, lleno de historia y curiosidades y estructurado en torno a nueve personajes, todos ellos hombres (en aquel tiempo a las mujeres no se les permitía viajar sin acompañamiento masculino y solo las muy privilegiadas accedían a estudios universitarios) que quedaron enamorados de ese Mediterráneo italiano y griego, desde mediados del siglo XVIII a mediados del XX.

Personajes que hayan sucumbido en algún momento a la belleza de Italia o Grecia, hay muchos. Entre los más conocidos podríamos señalar a Goethe, Dickens, Lord Byron o E. M. Forster, pero la autora, por lo que sea, ha elegido otros muchos. Entre ellos están Johann Wincklemann, arqueólogo e historiador del arte que sirvió a los papas como inspector de antigüedades y absolutamente enamorado de Roma (y de los jóvenes romanos). Wilhelm von Gloeden, fotógrafo de efebos en la costa amalfitana. Axel Munthe, médico de la reina de Suecia y exiliado en Capri. D. H. Lawrence, escritor inglés que quedó subyugado por el sol y la luz italiana. Henry Miller, escritor estadounidense que se quedó a vivir una buena temporada en Grecia. Patrick Leigh Fermor, un feliz viajero y maravilloso escritor. Lawrence Durrell, escritor inglés afincado en Corfú, con toda su familia ( no os perdáis la serie Los Durrell), luego en Rodas y también en Chipre.

Sus historias insertas en la Historia son apasionantes y la forma en las que las relata María Belmonte una auténtica delicia. Y claro está, al terminar la lectura del libro (o devorarlo, como en mi caso), dos peligros acechan al lector. Se enciende en uno la necesidad de visitar aquellos lugares y se obtiene una importante lista de libros para seguir leyendo. Y la verdad es que son dos peligros a los que intentaré lanzarme en cuanto pueda (de hecho ya estoy con la primera de las obras de Durrell sobre su Grecia). Porque algo de todo lo que en este libro se relata, el que escribe ya lo ha vivido a lo largo de las últimas tres décadas desde que viajé por primera vez a Italia, quedando prendado de Florencia, los Medici y el humilde Grand Tour de dos semanas que tuve la inmensa suerte de hacer guiado por personajes de novela. Pero esa es otra historia que quizá algún día me decida a plasmar en un papel.

Os recomiendo el libro. Mucho. Porque leer las historias de unas personas que quedaron prendadas de la belleza, en este caso en Italia o Grecia, es hoy en día un aliciente para escapar del ruido apabullante que sufrimos en esta sociedad que confunde la libertad con hacer lo que me da la gana.

una humanidad desbordante

Este fin de semana han continuado los reencuentros en este momento en que da la sensación que la pandemia de COVID-19 nos empieza a dar aire. Si el pasado sábado nos reunimos casi toda la primada en una comida todavía sujeta a medidas sanitarias que tardarán en irse del todo –si es que alguna vez desaparecen–, este viernes la reunión fue con un grupo de amigos, alrededor de jamón, vino y un poco de pan. Sin mayores artificios. En los dos reencuentros hubo abrazos, confidencias, silencios, miradas, risas, cariño, cantos, porque celebramos que nos volvíamos a ver todos, o casi todos, juntos, o simplemente porque celebramos la oportunidad de seguir celebrando. Todavía no es tiempo, solo intuimos sombras que siempre llegan con sus luces, aunque no llegamos a verlas del todo, pero llegará el momento en que conozcamos cuánto hemos cambiado en este año y medio pandémico. Porque si algo es cierto, es que el antes y el después es real y profundo. De nosotros depende que sea para bien.

El otro reencuentro que tuve el placer de vivir el fin de semana y del que quiero escribir fue con un griego de 83 años que a sus veintiséis decidió emigrar a Suecia porque, como le dijo su hermano, «aquí no hay sitio para todos». El eterno dilema del emigrante; encontrar su lugar, casi siempre hurtado, y habitualmente encontrado, si es que se halla, en su propia dignidad. A Theodor Kallifatides lo conocí en 2019 con su primera obra traducida por aquí, Otra vida por vivir, y editada, como todas las demás, por Galaxia Gutenberg. En el lapso de dos años, la editorial ha editado cuatro obras del escritor griego emigrado a suecia. Para mi gusto, un tiempo demasiado estrecho para publicar cuatro títulos de un escritor que hasta poco antes de la pandemia era absolutamente desconocido por estos lares. Si su primera obra fue un hallazgo deslumbrante, sus dos siguientes publicaciones eran algo más irregulares, principalmente El asedio de Troya, aunque siempre con calidad. Sea como fuere, la escritura de Kallifatides se caracteriza por una utilización muy natural del relato, casi siempre autobiográfico, con unas formas sencillas, a veces melancólicas y siempre humanas.

Robert McCabe

Su última obra traducida retoma el relato puramente autobiográfico (si es que alguna vez lo había dejado), descrito con una naturalidad tal que desborda humanidad por los cuatro costados. Si en sus anteriores obras que he podido leer, el griego hace historia de su familia, de su padre maestro represaliado por sus ideas sociales, de su madre, auténtica matriarca de la familia, de su abuelo, de su pueblo Molaoi, de los tiempos de la(s) guerra(s), en Lo pasado no es un sueño, el señor Kallifatides escribe un relato autobiográfico en donde el protagonista es él mismo, su paso de la niñez a la juventud, pasando por la adolescencia de los descubrimientos, su inicio en la escritura y la decisión de encontrar su sitio en el norte de Europa. En este sentido es muy gratificante leer su método de escritura, cómo escribe y porqué. Escribe porque necesita expresar lo que lleva dentro y para eso, lo primero que se necesita es sentimiento. Luego viene la calidad, si es que llega. Lo que me asombra de Kallifatides es que comenzó a escribir en griego y cuando emigró a Suecia, comenzó a escribir en sueco, con otro alfabeto y en otro idioma. Y por lo visto no lo hizo mal, ya que desde su primer libro ha sido un escritor de éxito en aquel país escandinavo. Imagino que el griego que cambió Atenas por Estocolmo, tenía y tiene algo más que sentimiento y calidad. Theodor Kallifatides tiene la virtud de hablar de la vida con sencillez y naturalidad, pero con una belleza impresionante. Y eso es, seguramente, lo que nos llega a sus lectores.

Lo dicho. Un libro muy agradable, que invita a rememorar tu propia vida pasada e incluso te lances a escribir algo de ese sentimiento que tienes por ahí dentro, aunque sea muy difícil tratar de emular al escritor griego.

Seguimos reencontrándonos.

una Macedonia exuberante y desconocida

Siempre me han gustado los libros de viajes, esos libros que van recorriendo el lugar visitado y como decía Kazantzakis, autor de Zorba, el griego, esos «buenos viajeros que crean el país por el que viajan». En estos momentos de cierres perimetrales, de distancias, confinamientos y aislamientos, estos libros se me antojan necesarios para seguir viajando, para visitar lugares guiados de la mano del viajero, en este caso, viajera.

María Belmonte Barrenetxea, bilbaína y doctora en Antropología Social, ha escrito su tercer libro, el segundo dedicado a Grecia. En este caso a esa Grecia más desconocida en los tours turísticos, sin el azul del Egeo, pero con una historia y una carga cultural a la par de ese sur de archipiélagos y la península griega. Hablamos, habla el libro, de Macedonia, En tierra de Dioniso, editado por Acantilado, como los otros dos libros de Belmonte. Macedonia la griega, la de Alejandro Magno, la del monte Athos con sus monasterios, la del monte Olimpo. Luego está la Nueva Macedonia, la que salió del resultado de los acuerdos tras las guerras bálticas y la partición de la antigua Yugoslavia.

Lo bonito del libro es la amenidad de María Belmonte contando el viaje, con experiencias personales típicas de un viaje, con esos trayectos largos, con las tormentas repentinas, el placer de una merienda sencilla, una siesta, un encontrarte de repente con el mar… Todo eso salpicando un conocimiento histórico del lugar y contado de una manera preciosa, amena, pedagógica. Macedonia, la tierra homérica, la belleza de las ruinas, los ritos dionisíacos, el misterio de un monte santo prohibido a las mujeres, Tesalónica y la niebla, siempre presente por allí. Hay un personaje que introduce todo el viaje, Alejandro Magno, natural de Pela, sede de la monarquía macedónica, pero antes que él, su padre Filipo, con él Aristóteles. Alejandro, educado en las leyendas homéricas, el conquistador de medio mundo, cuya única derrota en su vida, a decir de algunos contemporáneos, fue entre los muslos de Hefestión, su amante. ¿Y después? Después llegó la Macedonia en tinieblas, y después la conquistada, la otomana, la griega.

Monasterio de Koutloumoúsi, por Edward Lear

El libro está plagado de conocimiento, de cultura, bien contada, que entrelazan una y otra historia. Por ejemplo, cuando Belmonte habla de Dion, antigua ciudad sagrada de los reyes de Macedonia, un antiguo santuario dedicado a Zeus, de donde le viene el nombre y ahí nos sigue explicando que nuestra palabra más misteriosa, Dios, viene del latín deus, es idéntica en pronunciación a la forma genitiva de Zeus y ambas derivan del indoeuropeo deiwos, de la raíz dew, que significa brillar, ser blanco. Luego nos lleva al monte Athos, ese monte también santo, con la silueta recortada de edificios monásticos, con esas fortalezas encaramadas en las rocas, con esa anacrónica prohibición a las mujeres para siquiera poder poner un pie en su costa. Y luego a Tesalónica, a las ciudades invisibles, a las ciudades bizantinas.

Un libro para viajar, con una guía excepcional, que se lee en un periquete y que te deja, cómo no, con ganas de visitar in situ todos aquellos legendarios lugares.

a los sres. Sánchez, Iglesias y resto del club

Esta pasada semana, en un agradable descubrimiento literario e intelectual, una sorpresa inesperada, del helenista-humanista-demócrata, Pedro Olalla, no he podido sino pensar continuamente en ustedes. Y créanme, no era mi intención torturar de manera tan inmisericorde mi humilde persona, pues sinceramente otras preocupaciones y aficiones son mucho más importantes para mí, sin que esto, espero no se molesten, suponga un menosprecio a ustedes. Ustedes allí, con su circo, y este trabajador aquí, con sus paseos, sus silencios y sus lecturas. Ni ustedes ni yo somos más, ni menos, que el otro. No se preocupen.

Fotografía de Justin Bautista

El caso es que, después de una insulsa novelita nipona que ha sido una pérdida de tiempo y que no me ha aportado siquiera ese gusto por la naturaleza que rezuma la literatura japonesa (El jardín de primavera, de Tomoka Shibasaki, para quien quiera prevenirse de antemano), abordé un libro que fue la última recomendación y venta de quien ha sido protagonista de una maravillosa experiencia que, a causa de la mala fortuna y seguramente otros elementos que no tengo porqué conocer, ha tenido que cerrar el pasado mes de agosto sus puertas. Deborahlibros fue ese experimento de hacer realidad física y palpable un proyecto virtual en forma de blog en el que Katixa lleva años hablando, recomendando, llorando, viviendo y sintiendo literatura. Y en mi última visita a aquella librería, ya con los estantes llenos de huecos y con las cajas de cartón asomando amenazantes para llenar de sueños no adquiridos sus espacios vacíos, Katixa la librera, me recomendó, semi-conocedora de mis gustos personales, como solo saben aventurarse los buenos libreros, un librito que no llega a las doscientas páginas, editado por la editorial Acantilado, que tras la venta y desaparición de Gredos en la desastrosa RBA, es de las pocas que se atreven a dar espacio al pensamiento humanista, en gran parte deudor de la filosofía como base de producción intelectual.

La obra en cuestión, lleva por título Grecia en el aire. Herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense vistos desde la Atenas actual. Y se preguntarán ustedes, preclaras mentes de la política española, qué tiene que ver todo esto con sus ilustrísimas. Pero es que creo sospechar que sus señorías, tan viajadas e ilustradas, tan presidentas y catedráticas, tan encorbatadas unas y tan sport otras, hace tiempo han olvidado algunas reflexiones e incluso certezas que el sr. Olalla realiza en este indispensable ensayo. Lo que yo creía una suerte de recorrido histórico-turístico por algunos lugares de la Atenas actual, es, sin embargo, una extraordinaria revisión de la historia política de la antigua Atenas, que no es otro que el repaso a la idea de democracia surgida entre aquellas piedras rodeadas de pinos, mirtos, laureles e higueras. Ideas revolucionarias que fueron el centro de la vida de aquella ciudadanía ateniense y de las mentes de los Temístocles, Pericles, Aristóteles o Sófocles de turno. Ideas revolucionarias que poco o nada tienen que ver con la pretendida democracia que en la actualidad llena las bocas de la mayoría de dirigentes de este maltrecho planeta, del norte y del sur, de izquierdas y hasta de derechas, pues hoy, quien más y quien menos se autodeclara acérrimo defensor de la democracia, se llamen Trump, Casado, Maduro, Johnson, o como ustedes mismos, Sánchez o Iglesias. Pero leyendo esta exquisita obra, uno se pregunta, no sin angustia, si de verdad seguimos creyendo que la democracia consiste en votar cada cuatro años, o cada dos, o cada tres meses, según les plazca a sus señorías. Olalla nos sitúa ante una realidad incómoda como es que la democracia original hace siglos desapareció y que en la actualidad solo llegamos a vislumbrar retazos de aquella idea tan explosiva como era que el pueblo es capaz de poner en marcha los mecanismos suficientes para gobernarse, legislarse y juzgarse, de manera libre, participativa y equitativa, solo por el mero hecho de servir a la sociedad de la que forma parte. Y desgraciadamente esto, en la actualidad, desde un lugar donde algo tan básico en democracia como es la soberanía, individual y colectiva, es vilipendiada día sí y día también, y donde algo tan antónimo y contrario a la propia idea de democracia, como es la monarquía, son pilares fundamentales del sistema, y cuyas leyes propias, léase constitución, son consideradas más importantes que la propia ética, es una quimera.

Permítanme aprovechar esta misiva dirigida a ustedes y a todos los miembros de tan distinguido club, no solo para aconsejarles a ustedes mismos la lectura, entre vino y vino, de este ensayo escrito desde una Grecia machacada por ese pretendido sistema “democrático” europeo, si no para poder animar a cualquier otra persona, principalmente a esas que asisten atónitas y cansadas a este pan y circo, más romano que griego, la lectura y reflexión del mismo.

Yo mismo, después de leerlo, me he quedado mucho más tranquilo, no desde luego por la plasmación del paripé trágico al que asistimos cada día, sino porque todavía existen personas, como Pedro Olalla, capaces de escribir sobre papel algo tan simple, sencillo y a la vez angustioso, como es la certeza de que esto que vivimos no es, ni por asomo, una democracia. De que este sistema “democrático” dejó hace tiempo de ser un Nosotros para ser un Ellos-Nosotros. Una aseveración, por otro lado, revolucionaria u, ojalá así fuera, germen de revolución.

Un saludo de este ciudadano harto de oligarquías, tecnocracias y monarquías. ¡Viva la democracia! Con todas sus consecuencias.

todo un año de libros – 2017

Repasar el año es un ejercicio necesario solo desde el punto de vista de poder seguir avanzando, de constatar ese avance y de mantener esa vista hacia adelante, siempre viviendo el presente. Hay muchas maneras de hacerlo y de todas se puede aprender. En el ejercicio saludable que esto representa, hay una parte con la que disfruto mucho. El repaso a los libros leídos durante el año, rememorando, recordando los momentos de disfrute, constatando el fracaso de algún título y apuntando algún otro, irremediable consecuencia de lo leído.

Cuarenta y nueve libros entre narrativa y ensayo con géneros de todo tipo, desde novela a cuentos, pasando por literatura epistolar. Diecisiete mujeres y treinta hombres. Una escritora, Virginia Woolf, de quien he leído cuatro obras. Autores y autoras de Inglaterra, Estados Unidos, Euskal Herria, Irlanda, Alemania, Grecia, Estado español, Noruega, Austria, Francia, Italia y Japón, mucho Japón. Vivos y muertos. Y entre todas las obras, seis que me han causado, por diferentes causas, un placer máximo, llegando, incluso, con alguno de ellos, al éxtasis.

Hay títulos que han estado y siguen estando en la mesilla de noche, de esos que los coges y los dejas, de los que lees poco a poco, a sorbos y de los que necesitan que cada frase pose tranquilamente. Ahí siguen y continúo con la Iliada de Homero, los Sonetos de Shakespeare, un ensayo filosófico de Châtelet, una guía literaria de Berthoud y un ensayo sobre nuestro futuro como planeta de Dion. Quizás 2018 vea el final de sus páginas o, quién sabe, sea testigo de su relectura.

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Estos son los libros que he leído y terminado en este 2017:

Hygge, de Louisa Thomsen Brits. ♥♥♥

La meditación y el arte de la jardinería, de Ark Redwood. ♥♥♥♥

Mi Londres, de Simonetta Agnello Hornby. ♥♥♥

Los casos de Horace Rumpole, abogado, de John Mortimer. ♥♥♥

Stoner, de John Williams. ♥♥♥

Nosotros en la noche, de Kent Haruf. ♥♥♥♥

Los búfalos de Broken Heart, de Dan O’Brien. ♥♥♥♥

Leer es un riesgo, de Alfonso Berardinelli. ♥♥♥

84, Charing Cross Road, de Helene Hanff. ♥ ♥ ♥ ♥ ♥

Un cuarto propio, de Virginia Woolf. ♥ ♥ ♥ ♥ ♥

Sin rumbo por las calles, una aventura londinense, de Virginia Woolf. ♥♥♥♥

Mansfield Park, de Jane Austen. ♥♥♥♥

Las aventuras agrícolas de un cockney, de Virginia Woolf. ♥♥♥♥

El eterno viaje: cómo vivir con Homero, de Adam Nicolson. ♥ ♥ ♥ ♥ ♥

Londres, de Virginia Woolf. ♥♥♥♥

Drácula, de Bram Stoker. ♥♥♥♥

Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis. ♥♥♥♥

Claudio Monteverdi. «Lamento della Ninfa», de Ramón Andrés.♥♥♥

La amiga estupenda, de Elena Ferrante. ♥♥♥♥

El amigo del desierto, de Pablo d’Ors.♥♥♥♥

Siddhartha, de Hermann Hesse.♥♥♥♥

Un monstruo viene a verme, de Patrick Ness.♥♥♥♥

La luz de los lejanos faros, de Carlos García Gual. ♥♥♥♥

Siempre. La leyenda de la pecosa de ojos verdes, de Jairo Berbel. ♥♥

La tierra de los abetos puntiagudos, de Sarah Orne Jewett. ♥ ♥ ♥ ♥ ♥

Hôzuki, la librería de Mitsuko, de Aki Shimazaki. ♥♥♥

Cartas de una pionera, de Elinore Pruitt Stewart.♥♥♥♥

Verde agua, de Marisa Madieri. ♥♥♥♥

Un lugar pagano, de Edna O’Brien. ♥ ♥ ♥ ♥ ♥

Kes, de Barry Hines. ♥♥♥♥

Entre todas las mujeres, de John McGahern. ♥♥♥

Medio planeta, de Edward O. Wilson. ♥♥♥♥

Entusiasmo, de Pablo d’Ors. ♥♥♥♥

El silencio en la era del ruido, de Erling Kagge. ♥♥♥

Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell. ♥♥♥♥

Banzai, de Zofia Fabjanowska-Micyk. ♥♥♥

El club de los gourmets, de Junichiro Tanizaki. ♥♥♥♥

Amistad, de Saneatsu Mushanokoji. ♥♥♥

Cerezos en la oscuridad, de Higuchi Ichiyō. ♥♥♥♥

Algo que brilla como el mar, de Hiromi Kawakami. ♥♥♥♥

Musashino, de Doppo Kunikida. ♥♥♥♥

Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero, de Eduardo Gil Bera. ♥♥♥♥

La tumba del tejedor, de Seumas O’Kelly. ♥♥♥♥

El lector, de Bernhard Schlink. ♥♥♥♥

Clásicos para la vida, de Nuccio Ordine. ♥♥♥♥

El hombre que plantaba árboles, de Jean Giono. ♥ ♥ ♥ ♥ ♥

Invierno en Viena, de Petra Hartlieb. ♥♥♥

El grillo del hogar, de Charles Dickens. ♥♥♥♥

Historias de la palma de la mano, de Yasunari Kawabata. ♥♥♥

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retrato de una familia en Corfú

Larry caminaba rápidamente, con la cabeza erguida y en el rostro tal expresión de soberano desdén que su diminuto tamaño pasaba inadvertido, vigilando suspicazmente a los mozos en lucha con sus baúles. Tras él marchaba Leslie, con aire de tranquila belicosidad, y después Margo, remolcando metros de muselina y perfume.

Me lo he pasado pipa con este libro. Un libro que descubrí a través de un blog y del que vi antes, contra mis principios, la versión en forma de serie para la televisión. Ambas dos, el libro y la serie, son deliciosas. Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell, un clásico poco conocido que hace una divertida descripción de la familia del escritor, en su estancia en la isla griega de Corfú, mientras se dedica a descubrir los animales que existen en el lugar. Y pese a estar en Grecia, lo mejor, en este caso, es que el autor no se deja llevar por los vestigios de la cultura clásica, si no que describe la vida, lozanía y alegría de la isla en los primeros años de la década de los 30 del siglo XX. Y lo hace con un humor divertido y fresco.

The Durrells Season 2

La familia está compuesta por la madre, viuda pero todavía joven, el hijo mayor, Larry, el intelectual de la familia, escritor (autor de El cuarteto de Alejandría), el hermano mediano, Leslie, un chalado que va siempre con escopeta, la hermana Margo, a caballo entre dejar de ser adolescente y empezar a ser mujer y el autor de la obra, Gerald, quien después fue un reconocido naturalista. Resulta que deciden irse de Londres a Corfú y allí viven unos años descubriendo el nuevo modo de vida, haciendo amigos entre las gentes del pueblo, y en el caso de Gerald, descubriendo y coleccionando animales, etc. Me he reído en todos los capítulos y he disfrutado en los capítulos que se dedica a describir el comportamiento de tal o cual animal (increíble).

El libro tiene su continuación en otras dos novelas, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses. En la época de Corfú, Gerald, no asistió a la escuela y recibió educación de diferentes amigos, casi todos intelectuales conocidos de su hermano Lawrence y del científico, poeta y filósofo Theodore Stephanides, que le dejó una honda impresión para toda su vida. Si tuviera hijos, o hijas, me da igual, me gustaría que en su momento tuviesen la oportunidad de recibir, aunque sea durante un tiempo, una educación similar, basada en la observación, la experiencia propia, el descubrimiento y la libertad responsable.

Un libro para quienes necesitan reír, aunque sea con la familia, para quienes no tienen miedo a empezar de nuevo, para quienes son capaces de descubrir en el día a día y para quienes creen que la vida consiste en aprender cada día algo nuevo. Y si se hace con humor, mejor que mejor.

Y como he dicho, también está la serie The Durrells, de 2016, producida por ITV y que es una versión más libre que la versión de 1987 de la BBC. Esta última no la he podido ver, pero siendo de la cadena británica seguro que es una maravilla. En cuanto a la de 2016 es una serie fresca, divertida, que destila encanto y cuyo mayor aliciente es el niño que encarna a Gerald, Milo Parker, y que descubrí en Mr. Holmes y al actor que encarna a Larry, Josh O’Connor, que a buen seguro lo veremos bastante más de aquí en adelante.

vida, al estilo de Zorba

Sentí una vez más lo sencillo que puede ser alcanzar la felicidad: un vaso de vino, unas castañas asadas, una mísero brasero, el sonido de la mar… Y nada más. Y todo lo que se necesita para sentirlo aquí y ahora es un corazón sencillo, frugal.

Aunque no se haya visto la película, quien más, quien menos, recuerda la escena de Anthony Quinn con un joven que casi nadie sabe que se llamaba Alan Bates bailando al son de la música de Mikis Theodorakis un sirtaki en medio de una playa cretense. Ese es el final de la película, pero, como en muchas ocasiones ocurre, no es el final del libro que dio origen a la película ganadora de tres Oscar.

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Nikos Kazantzakis, fue un escritor y filósofo griego que se dedicó a la poesía, las novelas y los libros de viaje. En 1946 escribió Zorba el griego. Vida y aventuras de Alexis Zorbas, una novela que cuenta la historia de un joven intelectual, aburrido, cuya única manera de vivir la vida es a través de los libros, a través de otras vidas, hasta que se encuentra con Zorba, un hombre alegre y bullicioso que se dice experto en hacer sopas de todo tipo, minero capaz de abrir las vetas más hermosas para la tierra, tañedor del sandouri, ese santur consistente en cuerdas metálicas que son golpeadas con un palo logrando sacar sonidos hermosos. Zorba ha sido un poco de todo y cuenta historias, muchas, y las que no sabe contar con su voz las baila, porque Zorba es capaz de contar lo que siente por medio de la danza.

El caso es que el patrón, nombre por el que conoceremos al joven intelectual, narrador de la historia, queda prendido con la vitalidad de ese hombre de ojos profundos, que es capaz de asombrarse con las estrellas como si las viese por primera vez, que da importancia a la vida misma, esa que es necesario vivir en presente, sin estar pendiente de lo que hiciste, ni de lo que harás. En esta historia de amistad se cruzan otros personajes, mujeres que en su día fueron musas de hasta cuatro almirantes de cuatro potencias navales diferentes, mujeres que viven la vida con pasión, sin dar importancia al qué dirán, hombres pretendidamente santos, popes griegos, que son en realidad seres ruines y míseros.

Si estás siendo víctima del agotamiento de este final de curso, o vives la vida con el aburrimiento de la monotonía, sin dar importancia a las cosas sencillas, sin ser consciente de la belleza de una planta, aunque esté muerta de sed, si no sientes dentro de ti el olor a vida que desprende una ensalada de tomate con ajo, si has perdido la capacidad de beber una copa de vino con los amigos como si ese vino fuese la amistad misma, si crees que la vida consiste únicamente en leer las vidas de otros, si no eres capaz de sonreír con el descubrimiento diario de un niño, si has dejado de ser hace tiempo ese niño que descubría la vida, esta novela es tu novela. Zorba, el griego, que en realidad es macedonio, te contagiará su alegría por la vida, por esa vida que está delante nuestra y que la mayoría de las veces no vemos. Una novela para este verano recién comenzado.

El libro ha sido editado por Acantilado en una nueva traducción de Selma Ancira que, de verdad, es una auténtica maravilla. La traductora ha sido capaz de captar en su totalidad la vitalidad y el goce instantáneo de Zorba. Os dejo con el famoso sirtaki de Theodorakis. Bailadlo y dejaros atrapar por la danza. Hablad a través de ella, como Zorba.

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