un libro para la piscina

En aquellos tiempos de piscina, de bocata para comer y de esperar dos horas y media para hacer la digestión antes de volvernos a meter en el agua, en ese comienzo de adolescencia todavía inocente y curiosa, casi bobalicona, recuerdo los libros de Agatha Christie como uno de los mejores métodos para que se olvidasen de ti un buen rato. Tumbado en la toalla bajo la sombra de uno de los plataneros que dispersados por el césped proporcionaban cobijo en las tardes estivales, me adentraba en aquellos asesinatos sin apenas sangre, perpetrados en trenes donde los personajes desayunaban huevos escalfados y té indio servido por camareros con pajarita, o pasaban fines de semana como invitados en mansiones con escaleras nobles de madera o merendaban en la vicaría del condado de turno. La señorita Marple era mi favorita y Hercules Poirot me ponía algo más nervioso, pero los dos me parecían unos personajes deliciosos. Aquellos libritos blancos que acababan el verano con las hojas dobladas, las tapas descoloridas y algo de salitre entre sus páginas —porque también los llevábamos a la playa— todavía descansan en una de las estanterías de casa, acompañando al señor Holmes y al comisario Brunetti.

El caso es que el libro que hoy presento es un libro tan tan entretenido y tan fácil de leer que me lo leí el día 15 de julio, no te digo más. Y es que ese es el adjetivo que mejor describe esta lectura: entretenido. Agatha Raisin y la quiche letal —el título ya nos indica el tipo de lectura que vamos a encontrar— es el primero de una serie de libros escritos por M. C. Beaton, pseudónimo que utilizó Marion Chesney, escritora escocesa, cuando quiso escribir novelas de misterio. La serie que conforma las novelas de la señora Raisin la integran más de treinta libros que el año pasado empezaron a ser traducidos y publicados por aquí por la Editorial Salamandra (anteriormente, desconozco si con la misma traducción, algunos títulos fueron publicados por Círculo de Lectores).

El primer título de la serie relata la mudanza de Agatha Raisin a Carsely, en los Cotswolds, esa zona del centro de Inglaterra con pueblos pintorescos de casas con tejado de paja, carreteras entre prados, ferias un día por semana, pubs llenos de parroquianos (en este caso se llama Red Lion) y señores vestidos de tweed que saludan alegremente montados en sus bicicletas. Reconozco que las series inglesas que se desarrollan en esos parajes me suelen gustar. Incluso podría vivir una temporada allí. Pues bien, la señora Raisin, que se ha pre-jubilado de la empresa de relaciones públicas que ella misma fundó, se ha ido a ese pueblo a vivir y en los primeros capítulos se cuenta su inmersión en la, aparentemente agradable, pero cerrada comunidad de Carsely. Y se presenta a un concurso de quiches, que es una tarta salada típica de la región de Lorena, entre la France y Deutschland, que por lo visto es una receta muy apreciada por Inglaterra (ya sabéis que suelen comer todo tipo de recetas pesadas –y ricas– como pasteles de carne o hígado con patatas, pescado al horno con patatas y todo tipo de tartas, dulces y saladas, pudines –¿cómo es el plural de pudin o puding en castellano?–, sandwiches y demás bocadillos, siempre con una guarnición de patatas). Para ello compra, sin ningún reparo, pues el objetivo es entrar en la comunidad de manera fácil, una quiche en una quichería muy apreciada de Londres, pero… al día siguiente el juez del concurso, el señor Reginald Cummings-Browne, aparece muerto, por envenenamiento, después de haberse comido las sobras de la quiche de la señora Raisin.

Ahora a este tipo de libros les llaman Crozy mystery. Es decir, literalmente Misterio acogedor (no sé si reír o llorar), vamos, la señorita Marple, Se ha escrito un crimen y así. Crímenes limpios, sin apenas sangre, en escenarios bonitos, cuando no bucólicos, y con personajes cómodos, y con el protagonista, preferentemente la protagonista, aficionada a resolver crímenes entre taza de té y sandwich de pepino. Todo lo contrario a la novela negra nórdica, por ejemplo. Y no, no es alta literatura (tampoco lo son las nórdicas), pero sí es literatura agradable que a mí me gusta leer entre un libro y otro. La edición es preciosa y las portadas son obra de la ilustradora Alice Tait. Me lanzo a por el segundo título. Por cierto, tiene serie en alguna plataforma… pero creo que prefiero imaginarme yo solo a la señora Raisin.

las dos caras de las ciudades

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La ciudad nunca ha sido un lugar más excitante que ahora para vivir.

La vida secreta de las ciudades es un librito de apenas 150 páginas que escribió el periodista neoyorkino nacido en Bombay, Suketu Mehta. Este señor, que escribe muy bien y ha recibido premios a tutiplén, quedando incluso finalista del Pulitzer (que es lo más de lo más), se dedica también a viajar mucho y a conocer ciudades. Y cuando digo a conocer ciudades no me refiero a las ciudades que aparecen en las guías turísticas, esa ciudad oficial en su relato y en su imagen, si no a la otra cara, la ciudad oficiosa, la que viven las diferentes personas que habitan en ella, cada una con sus visiones y experiencias. Estamos hablando de la ciudad real, o por lo menos, más real que la turística.

Esa ciudad oficiosa es la que se construye con las vivencias de quienes viven en ella, es la historia que se transmite de forma oral, en recuerdos familiares, en conversaciones de bar, en fiestas vecinales y en los encuentros de migrantes. Porque ese es uno de los elementos más fascinante de las ciudades del siglo XXI. Son ciudades cada vez más mezcladas en los orígenes de las personas que los habitan, con sus historias de película, con sus dramas y también con sus esperanzas. Ciudades que no cumplen, seguramente, con los estándares de ciudad ideal marcados por ex-banqueros que ahora se dedican a otorgar esos puntos para el ranking de mejor ciudad. Sus ciudades, las de esos ejecutivos, son ciudades normalmente aburridas, porque la ciudad perfecta, nos guste o no admitirlo, es aburrida. La ciudad viva es la que tiene elementos que, sueltos, nos pueden incomodar, o no nos gustan, pero que le dan la personalidad de esas ciudades atrayentes. La diferencia entre Londres y Ginebra es el bullicio que se desprende en una y el sopor que emana la otra.

A mi el libro me ha encantado. Se lee en un par de tardes y se disfruta en cada una de sus páginas. Es un ensayo escrito de una manera muy amena que te va ofreciendo datos y pensamientos con los que poder reflexionar. Las ciudades del siglo XXI tienen que ser ciudades sostenibles, en muchos aspectos, en el urbanismo, en el energético, accesibles, ecológicas, con espacios para el ocio y educativas. Pero sobre todo, tienen que ser ciudades que las vayamos haciendo las personas que en ellas vivimos, con nuestras historias particulares, nuestros dramas y nuestras esperanzas. Lo dicho, un buen libro sobre la ciudad, para saber de qué hablamos cuando hablamos de gentrificación, migración, servicios municipales y planes urbanísticos, sin tener que inventarnos nada.

memorias de una mujer libre

Todavía me asombra haber conocido a toda aquella gente, una serie de carambolas nos juntaron y unieron en la quimera de los swinging sixties. Era una época de lo más inocente. los famosos no eran tan famosos y no iban por ahí acompañados de presuntuosas cohortes. Yo, oriunda del condado de Clare, me emocionaba ante aquella galaxia de visitantes, y sin embargo nunca me dejaba deslumbrar. Sabía que era algo transitorio, que todos estábamos de paso, rumbo a otros lugares, orbitando hacia arriba, siempre hacia arriba.

El año pasado descubrí una autora irlandesa que me cautivó con el primer libro que leí. Sorprendentemente para mí, Edna O’Brien es una autora que lleva décadas escribiendo y luchando para poder hacerlo como ella quiere. Y digo sorprendentemente porque hasta el año pasado no me había fijado en ella, a pesar de estar en los últimos tiempos en todas las quinielas para el premio Nobel de Literatura año tras año (algo a lo que en realidad no le suelo dar mucho valor). En los últimos años la fantástica editorial Errata Naturae ha editado varias de sus obras y en este caso la obra elegida han sido sus deslumbrantes memorias.

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Edna O’Brien y su hijo Sasha Gebler en la década de los 70

Vamos a ver. Considero que lo más importante de unas memorias es cómo están escritas. Por una vida fascinante y llena de historias que contar que haya podido tener una persona, si no está convenientemente escrito, narrado, esto es, contado, no podrán ser sentidas en toda su intensidad. No es lo mismo decir «Vi a mi madre y supe que estaba enfadada porque tenía la autobiografía de Seán O’Casey en su mano», que decir «Vi la furia en los ojos de mi madre, antes siquiera de que hablara. Tenía en la mano la autobiografía de Seán O’Casey, abierta por la página incendiaria». En el caso de estas memorias, por cierto tituladas Chica de campo, O’Brien las narra como si fuesen cualquiera de sus novelas, con un dominio del lenguaje que se caracteriza por la fluidez y por ser capaz de trasladarnos al momento que narra con una facilidad asombrosa. La autora irlandesa escribe en inglés de Irlanda y su fuente es la propia Irlanda. Esa Irlanda de la que tuvo que marcharse y que aprendió a plasmar en su literatura gracias a la distancia que tomó. Si además de estar bien escritas, las memorias nos cuentan una vida intensa, se puede conseguir algo tan deslumbrante como estas memorias.

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Durante los 70, Edna se lo pasó pipa con los psicotrópicos. Aquí en una fiesta con el cantante irlandés, Luke Kelly.

El caso es que la escritora nacida en Tuamgraney en 1930, en esa Irlanda rural controlada férreamente por la institución eclesial, con un padre alcohólico y una madre integrista religiosa, tuvo la suerte de poder estudiar y de joven ir a Dublin a trabajar. En ese Dublin de los 50 empezó a escribir de lo que una chica de pueblo, joven e irlandesa, sentía con el papel que socialmente se le obligaba a tener. Comenzó a tratar autores de teatro, conoció al que fuera su marido Ernest Gebler, también escritor. Se trasladaron a Londres a vivir porque no soportaban la sensación de ahogo constante que tenían en la isla verde y una década después se divorciaron, tras haber tenido dos hijos, Carlo y Sasha. Con sus primeras novelas le acusaron en su tierra de ser una escritora pornográfica y fue casi un personaje demoníaco para la moral nacional-integrista irlandesa. En Londres y después en EEUU, fue parte de la intelectualidad irlandesa en el exilio y tuvo ocasión de integrarse en los círculos literarios y artísticos, incluido el cine, por sus guiones para películas. En estas memorias, fantásticas, la podemos leer desayunando con Jackie Onassis en New York, compartiendo cama con Robert Mitchum, debatiendo con Hillary Clinton y encontrándose en Paris con Samuel Beckett o Marguerite Duras.

Sea como sea, con este libro o con otro cualquiera, no te olvides de celebrar el Día del Libro como hay que hacerlo, con un libro en las manos y leyendo. Si puedes, compra a algún librero o librera, de esos tan buenos que tenemos en Iruñea. Te los encontrarás a todos juntos (a los buenos, me refiero) en el cruce de Carlos III con Roncesvalles, durante todo el día. ¡Y además te regalarán una flor!! ¡Feliz Día del Libro! 

Una obra para quienes amen Irlanda, para quienes quieran conocer la parte oscura del renacer cultural irlandés, para quienes quieran sorprenderse con una vida intensa, llena de personajes importantes y para quienes gusten de la literatura de Edna O’Brien, porque estas memorias son una maravilla, como cualquiera de sus libros.

pater familias

Soplaba un viento fuerte alrededor de la casa, que a ratos se colaba por la chimenea y, cuando las oraciones terminaron, los árboles sacudidos por el temporal aumentaron la sensación de extravío que reinaba en la estancia. Por primera vez aquellos muros parecían una débil defensa contra las adversidades.

Uno de esos días que visité a Deborahlibros en su tienda tuve la suerte de llevarme el libro que había comprado, creo que fue Cumbres borrascosas y además otro libro que me regaló para que le dijese qué me había parecido. Entre todas las mujeres, de John McGahern.

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Esta obra, editada aquí por la editorial vasca Meettok, fue escrito por su autor en 1990 y es considerada en la verde Irlanda una obra maestra de uno de los mejores escritores irlandeses del siglo XX. Ahí es nada. Es verdad que las contraportadas tienen el objetivo de atraer nuevos lectores, pero semejantes alabanzas eran como para dar a la novela una oportunidad.

John McGahern nació en Dublin en 1934 y murió en 2006 «de repente», según las crónicas de entonces. El caso es que el bueno de John fue un escritor comprometido con la sociedad rural de los años 60 y 70, encorsetada por la jerarquía eclesial en su Irlanda natal. Uno de sus libros, quizás el más famoso, The Dark, cuenta la historia de un niño obrero y fue censurado en su país gracias a la presión de dicha jerarquía. De hecho, perdió su puesto de profesor y tuvo que emigrar a Londres y posteriormente a Estados Unidos. Diez años después tuvo fuerzas para volver a Irlanda, donde murió siendo considerado uno de los escritores en lengua inglesa más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Su literatura se ha llegado a comparar en importancia con la de nada menos que James Joyce o Samuel Beckett, aunque su escritura poco tiene que ver con estos dos autores. La cuestión es que me enfrasqué en esta obra. Os cuento.

Entre todas las mujeres nos cuenta la historia de una familia de la Irlanda rural a partir de los años 50. A través de la omnipresencia del padre, eje de la familia y de la vida del resto de componentes de la misma, se va tejiendo una historia de obediencia, trabajo en los campos, estudios a pesar del padre, rosario de rodillas por las tardes y huída de la casa paterna para poder sobrevivir. Sin querer, vas entrando en un ambiente en donde puedes sentir que la familia es casi rehén del padre, un antiguo combatiente por la independencia irlandesa, que sigue viviendo de una forma ya pasada y que no tiene en cuenta las opiniones del resto de la familia. Junto al padre hay otra presencia constante, no física en los hechos que relata, si no en el ambiente, del hijo mayor que hace ya unos años huyó de la casa paterna.

Una obra para quienes gustan de las historias en la verde Irlanda, para quienes quieran huir de cualquier tipo de opresión, para quienes están decididos a vivir su propia vida, para quienes han vivido o viven su vida impuesta por la vida de otra persona, sea el padre, la madre o quien sea, para quienes, a pesar de todo eso creen en la familia.

a Londres!

Esta tarde salgo desde Biarritz hacia Londres para disfrutar de un fin de semana algo más largo de lo habitual. Y curiosamente todo el mundo habéis utilizado la misma expresión: «¡Te va a encantar!». Ya lo he dicho más de una vez, pero todavía no conozco físicamente la capital inglesa. Y señalo físicamente, porque en Londres he estado en innumerables veces. La cantidad de veces que la metrópoli por excelencia de la vieja Europa, con permiso del brexit, ha aparecido en series y películas es incontable. He paseado muchas veces por Trafalgar Square bajo la atenta mirada del almirante Nelson, he golpeado varias veces el banco de la Cámara de los Comunes para mostrar mi contrariedad por algún discurso, he visto cómo rodaban las cabezas de varias reinas en la Torre de Londres, he sobrevolado el Támesis montado en una escoba camino de Hogwarts, he paseado por Buckingham acompañando a la reina y a 007, he vendido flores junto a Eliza Doolittle en Covent Garden, he paseado por parques junto a Mary Poppins, he visto cómo todo el Parlamento volaba por los aires en V de vendetta… Últimamente he visitado la ciudad junto a Virginia Woolf.

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Image by Anthony Delanoix

En estos días previos a la visita londinense, he vuelto a Virginia Woolf y su escritura. De nuevo, gracias a unos breves artículos que escribió hacia 1931, he paseado, una vez más, por diferentes lugares de Londres. Originalmente estos seis artículos, los escribió para publicarlos en una revista dedicada a mujeres, llamada Good Housekeeping, y hasta 2005 no se pudieron publicar conjuntamente, ya que el primero de ellos se encontraba perdido. Fue en ese año cuando se encontró entre libros en una biblioteca y completó, por fin, la colección de artículos dedicados a Londres que escribió para la revista femenina.

La protagonista indiscutible de los seis artículos es Londres, ciudad donde nació la Woolf y de la que estaba profundamente enamorada. Era una ciudad donde se estaban produciendo unos cambios a nivel general, que afectaban a todos sus habitantes, que modificarían el Londres conocido hasta entonces. La calefacción por gas, la electricidad y el agua caliente se instalaron en la mayoría de las viviendas y todo eso aparece en estos artículos. Seis artículos que recorren el costumbrismo, el feminismo, la ironía y el tono crítico con la Inglaterra victoriana, cuyos valores todavía persistían en la sociedad londinense, y junto a ello el retrato irónico de la política y la propia sociedad. Recorremos la ciudad entrando por el propio río que le da vida, el Támesis, desde sus muelles; nos metemos en el oleaje de la Oxford Street, aunque «no es la vía más distinguida de Londres», con sus grandes almacenes, que Virginia Woolf llama nuevos palacios, sus rebajas, que en aquel tiempo eran novedad, y el consumismo, el nuevo estilo de ocio de aquella sociedad tras la Gran Guerra y que llegaría para quedarse; recorremos junto a la escritora, las casas de grandes escritores, reparando en sus pequeñas posesiones, como la mesa y la silla donde escribían, el mango para la pluma «igual que tienen los escolares». Una recorrido literario que, en alguna medida, seguro repetiré, de una forma u otra; visitamos Saint Paul, esa catedral que supone elemento indispensable en el skye line londinense, con esa cúpula enorme y con esa limpieza general y buen orden que contrapone la Abadía de Westminster, tan afilada, tan oscura y con tanto significado para la monarquía británica; el recorrido de la visita, con esta guía de excepción, finaliza en el Palacio de Westminster, concretamente en la Cámara de los Comunes, espacio que Woolf describe como un lugar donde «no hay nada venerable, ni melódico, ni ceremonioso», en contrapunto a la Cámara de los Lores. Ahí solo se habla de política, no es lugar para desfiles y boatos.

En otra obra, Virginia Woolf, señala que la mejor manera de conocer una ciudad, en este caso Londres, es pasear y perderse por sus calles y con esa intención embarcaremos en el avión que en poco más de una hora nos llevará hasta la vieja Londinium.

Es un libro, evidentemente, para quienes quieran preparar un viaje a Londres, para quienes quieran rememorar el viaje ya realizado y para quienes quieran ahondar en un ramillete de lugares reconocibles de la ciudad. Pero, sobre todo, es una colección de artículos que gustarán a todas esas personas que les gusta más viajar que hacer turismo, que prefieren un paseo en el que sentir el lugar, a un recorrido en bus para ver pasar los lugares. Para todas y todos los lectores de la gran Woolf, pues su cuidada y pausada escritura no depende ni del tipo de obra, ni de si esta es de 10 o de 500 páginas. Un libro para leer, incluso, en esa hora que te lleva de Biarritz a Londres. Buen viaje.

un elegante Drácula

Bienvenido a mi casa. Entre libremente. Pase sin temor. ¡Y deje un poco de la felicidad que trae consigo!

Sigo haciendo respiraciones intentando apaciguar este ánimo violentado en la última semana más que de costumbre. Si la escritura ha sido en muchas ocasiones un bálsamo para canalizar sensaciones y emociones, en esta ocasión una vocecilla y algún compañero me han aconsejado, encarecidamente, que dejase pasar unos días, que observase y tomase distancia, si es que eso es posible estando en el epicentro del terremoto, y que siguiese, siguiésemos, analizando. Y en esas estamos. Con lo cual, tampoco hoy escribiré sobre la falta de seriedad de algunos compañeros de viaje en la Iruñea del cambio. Me queda la tranquilidad de saber que, a pesar de las dificultades, el cambio conseguido a base del trabajo de miles de personas en las últimas décadas, es imparable.

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El caso es que en estos días he estado leyendo una novela de finales del XIX, que se desarrolla a caballo entre Transilvania y Londres y que tiene como protagonista a un elegante señor que ni está muerto, ni está vivo, existe porque chupa la sangre de bellas jóvenes, niños rubios de pelos rizados e incautos paseantes nocturnos y que se retira a descansar en un ataúd. Su nombre es famoso, Drácula, su historia, esta que cuenta Bram Stoker en la obra, es la historia original, la que sucedió antes del cine.

A estas alturas quizás alguien dude de la conveniencia de tal obra en estos momentos ocasionados por el interés partidista y la irresponsabilidad de algunos, pero la verdad es que su lectura es una lectura que milagrosamente serena y logra introducirte por completo en el Londres del XIX y en la historia de un hombre atormentado, rechazado y sobre todo violento. Drácula no es el vampiro con capa negra y engominado hacia atrás al que el cine nos tiene acostumbrados desde que Béla Lugosi interpretó el papel allá por 1927, papel que mezcló con su propia vida, siendo enterrado con un disfraz de Drácula de esos que se compraban en Bazar J antes de que los chinos trajesen disfraces a precio de taller indio.

La novela se nos presenta y seguimos la historia que nos cuenta a través de cartas, telegramas, recortes de prensa y diarios de los protagonistas, salvo de Drácula que no tiene necesidad ni cuadernos suficientes para anotar su día a día en los últimos 400 años. El caso es que todo comienza con el viaje al castillo del señor conde de un joven abogado, enviado por un despacho londinense que lleva los asuntos del aristócrata sanguinario. Resulta que Drácula quiere viajar y asentarse en la ciudad del Támesis y para ello necesita poner en orden asuntos, papeles y demás. Claro que el pobre abogado, que se llama Jonathan Harker, empieza a observar cosas extrañas en su anfitrión, como que no le ve durante todo el día, que no come, que es muy blanco y tiene los labios muy rojos, que vive solo en ese inmenso castillo y que, digamos, lo ha secuestrado literalmente. En fin, que el pasante logra escapar (o le deja escapar) del castillo y de Drácula, el conde llega a Londres, mientras tanto una amiga de la prometida de Harker está cada vez más cansada, como con una abstemia primaveral de escándalo, algo que maravilla a los tres pretendientes que tiene, entre medio un loco muy loco se hace zoófago de moscas y arañas y un doctor alemán tiene que intervenir para intentar poner fin a todo el desaguisado que viene sucediéndose.

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En 1992, Francis Ford Coppola dirigió la película que nos devolvió al común de los mortales la obra original de Stoker. Gary Oldman no es Béla Lugosi, pero para mí sigue siendo el mejor conde Drácula de la historia del cine. Aristocrático, elegante, tanto que casi deseas que venga a darte un mordisco.

Una novela para quien guste de originales, para todos aquellos a los que la noche les confunde, para paseantes de cementerios, para quienes disfrutan con un señor húngaro besándoles el cuello y para aficionados a esas epístolas victorianas que, a pesar de intentarlo, son irremediablemente lascivas. Muy indicado también para quienes necesitan tomar algo con perspectiva, tanta perspectiva como la que tiene el conde valaquio tras 400 años de intensa dedicación al arte de pasear, chupar cuellos y dormir.

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En mi viaje previo al Londres que conoceré a principios de junio, hace poco terminé un librito que es una auténtica joya. Con este libro de correspondencia he podido conocer la calle de los libros y los libreros por excelencia, aunque en los últimos años varias de esas librerías, desgraciadamente, se hayan ido convirtiendo en McDonald’s y demás. 84 Charing Cross Road es un pequeño libro, escrito por Helene Hanff, una neoyorkina que se pasó la vida escribiendo, principalmente episodios para la televisión y que mantuvo una correspondencia durante más de treinta años con una librería de Londres a la que fue pidiendo los libros que quería.

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El libro me lo recomendó una buena amiga, Ana, que siempre que nos encontramos me pregunta qué estoy leyendo o qué música escucho. En la conversación le dije que en junio me voy un fin de semana largo a Londres, ciudad que, ya lo he dicho alguna vez, todavía no conozco, y que estaba buscando un libro que se desarrollase en la capital inglesa. Es verdad que Londres aparece en todas y cada una de sus páginas y que su encanto está presente en la correspondencia mantenida, pero si algo nos traslada la obra, es el amor por la buena lectura y por los libros, las traducciones, las ediciones curiosas y demás, algo que solo los libreros y algunos lectores, quizás los más frikis, no lo se, son capaces de reconocer. Por eso siempre repito que comprar un libro en una librería o en una tienda donde venden libros, es algo absolutamente diferente que, a buen seguro, condicionará el tipo de lecturas que realizas. Cuando un librero o librera, esto es, una maravillosa persona que te recomienda libros desde su propio enamoramiento de ellos, para que termines leyéndolos, es algo extraordinario. Es una experiencia deliciosa. Con lo poco que dura la vida, no tenemos tiempo para estar leyendo solo lo que las grandes editoriales y centros comerciales nos empujan a comprar con sus campañas mediáticas, por mucho que la novela se desarrolle en Baztan.

A mí, cuando visito otros lugares, entre otras cosas, me suele gustar visitar cementerios y librerías, porque en ellos descubro la historia, e incluso, aunque parezca una contrariedad, la vida de la ciudad más allá de las guías. Los cementerios porque son como las páginas abiertas del libro escrito por quienes vivieron y murieron en la ciudad y las librerías porque entre sus paredes me encuentro como en casa. Son como un refugio en mitad del movimiento y del descubrimiento que supone ir paseando por un lugar desconocido.

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En el libro, la autora comienza pidiendo unos libros que no puede, o no quiere, por no salir de casa en invierno, conseguir en su Nueva York natal. A través de los pedidos y cartas, al principio con un mismo trabajador de la librería y posteriormente con más empleados del establecimiento, se va desarrollando una relación que desemboca en amistad que te deja casi atónito. Como hilo conductor de esa relación, siempre los libros. Títulos extraños y títulos clásicos, obras especializadas y obras que son como un bálsamo en la vida incierta de la protagonista. La historia se desarrolla, se desarrolló, en el Londres de la postguerra, de las cartillas de racionamiento, de la era sin Internet y de la época donde el servicio de correos era el único medio para conseguir enviar y recibir paquetes, con libros, con comida o con ropa.

En junio espero visitar alguna de las buenas librerías y papelería, otra de mis aficiones, que existen en Londres. Ya os contaré. Mientras tanto, si no lo habéis hecho ya, disfrutad de 84, Charing Cross Road, editado por Anagrama.

P.D. ¿Qué novelas y obras que tengan Londres como protagonista de una u otra manera, me recomendáis?

Un libro para leer en el aeropuerto, mientras esperas que abran las puertas de embarque. Para quienes echan en falta cartearse con alguien, escribir cartas con bolígrafo o, quizás mejor, con una pluma de tinta negra. Para quienes les gusta pegar en el sobre el sello del monarca al revés, en simple expresión de su rebeldía natural. Para quienes tienen la sensación, real por otro lado, de no tener tiempo para leer todas las obras estupendas que existen en la literatura. Y sobre todo, para quienes han tenido la suerte de ser aconsejados en su lectura por un librero o una librera que acaba recomendándote una edición barata de bolsillo, a la mitad de precio que la otra edición especial de la misma obra que tiene en la otra mano, por la sencilla razón de que la traducción de la edición de bolsillo es infinitamente mejor. Esto solo se puede encontrar en las librerías, nunca en una tienda donde venden libros.

dos breves relatos de una temprana Woolf

Hoy en día los cursos de escritura creativa, así los suelen llamar, están muy de moda. El hecho de escribir y que otras personas lo lean es algo accesible, tal y como lo atestiguan los millones de blogs, incluido este mismo. Pero una cosa es escribir un blog y otra escribir un libro. Yo ya he dicho alguna vez por qué escribo en un blog. Para mi es un medio más con el que compartir pensamiento, mantener conversaciones e incluso recibir opiniones diferentes. Es bueno dejar por escrito tus pensamientos, opiniones y aficiones porque, por lo menos a mi, me ayudan a ordenarlos, a desarrollarlos y a contrastarlos.

Escribir una obra, sea ensayo o literatura, prosa o poesía, es harina de otro costal. Y hacerlo bien, también. Hacerlo de tal manera que quede impreso en la memoria de la historia de la cultura es algo accesible a un puñado de personas que, a buen seguro, más allá de la práctica de escritura que seguramente fueron realizando a través del tiempo, lo que tuvieron fue genio. Ni más, ni menos.

Maite_Gurrutxaga_Nordica_Las aventuras agricolas de un cockney (13)

Bonito detalle el retrato de Virginia Woolf pintado por Roger Fry

El libro que os presento hoy es obra de una de esas personas. Virginia Woolf. Últimamente ha aparecido ya en el blog esta escritora londinense y a buen seguro que aparecerá en más ocasiones, de una u otra manera. El caso es que el genio de Woolf estaba ya presente a temprana edad, como si un Mozart en la música se tratase. Entre los 10 y los 13 años escribió, junto a su hermano Thoby, aunque se nota la mano directora de Virginia, dos relatos sobre un tipo del bajo East End londinense, catalogado como cockney, que es algo así como decir, de manera un tanto despectiva, falto de modales, ignorante e incluso tonto. El caso es que en la familia Stephen, que así se llamaba la familia de Woolf, apellido que tomó al casarse con Leonard Woolf, creó, junto a sus hermanos y hermana, un periódico donde recopilaban los acontecimientos familiares, el Hyde Park Gate News. Y fue en este periódico donde escribió Las aventuras agrícolas de un cockney y su secuela Las aventuras de un padre de familia.

Las historias son sencillas. En la primera un cockney se va al campo donde compra una granja y se inicia como agricultor, con bastante poca fortuna. En el segundo tiene un hijo y tampoco se desenvuelve bien en las labores paternas. Pero más allá de las historias, está la manera de contarlas. La fina ironía marca ambos relatos y se desprende de ellos que los hermanos tuvieron que disfrutar y divertirse un rato escribiéndolos. Quien haya leído más de Woolf descubrirá en estos relatos la inocencia de una Virginia que entonces era Stephen, rodeada de sus hermanos y hermana, con su padre todavía vivo y en plenas facultades.

La edición de Nórdica es, como siempre pasa con esta editorial, un auténtico lujo. Los relatos vienen acompañados de las maravillosas ilustraciones de una gipuzkoana de Amezketa, Maite Gurrutxaga, que en los últimos años ha recibido, merecidamente, varios premios por sus trabajos.


Un libro, por lo tanto, para quien necesite divertirse con una sencilla historia contada de modo magistral. Para quienes no sepan ordeñar una vaca y para quienes están en la fase de comprar el coche de niños último modelo, que lo mismo sirve para la ciudad que para subir el Everest. Un libro, desde luego, para acercarse al mundo Woolf de una manera diferente y para leer a tus sobrinos en un parque por la tarde mientras meriendan el bokata de Nocilla.

libres y cultos

En Semana Santa, días de descanso, lectura y paseos, estuve viendo una serie en Filmin que merece mucho la pena. Life in Squares.

La serie nos cuenta, en tres capítulos de una hora de duración, la historia del llamado Círculo o Grupo de Bloomsbury a través de algunos de sus integrantes más significados. Las hermanas Stephen, conocidas posteriormente como Virginia Woolf, escritora, y Vanessa Bell, pintora, el pintor Duncan Grant, el crítico de arte Clive Bell, el editor Leonard Woolf, Lytton Strachey, escritor o el economista John Maynard Keynes. Otros miembros del grupo que no aparecen en la serie fueron el filósofo Bertrand Russell, el novelista E. M. Forster, la escritora Katherine Mansfield y la pintora Dora Carrington.

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Este grupo intelectual, que tomó el nombre por el barrio de Londres donde se encuentra el Museo Británico y donde vivían la mayor parte de ellos, incluidas las hermanas Stephen en cuya casa se reunían, abogó, a principios del XX, con las costumbres victorianas todavía presentes en Londres e Inglaterra, por un pensamiento libre en la vida y la creación. El grupo tuvo en común un gran desprecio por la religión. Objetores de conciencia en la 1ª Guerra Mundial, defensores de la libertad sexual, promotores de la igualdad de la mujer y el hombre… Se consideraban miembros de una élite intelectual ilustrada, de ideología liberal y humanista. Parte de sus orígenes intelectuales están en el Trinity College, de Cambridge y el King´s College, de Londres, donde estudiaron la mayoría de ellos. El grupo obtuvo una temprana relevancia en los medios cuando en 1910, miembros del círculo llevaron a cabo el Engaño del Dreadnought, una broma en la que se hicieron pasar por representantes de la realeza abisinia para ser recibidos en el acorazado HMS Dreadnought con honores de estado y que, debido a su repercusión en los medios, puso en ridículo a la Royal Navy. En el terreno artístico tuvieron influencias de Paul Gauguin, Vincent Van Gogh y especialmente Paul Cézanne.

La serie, de la BBC, solo con eso es ya un aliciente para verla, está grabada con una exquisitez extraordinaria. El tratamiento de la luz y el color es casi pictórico y de una delicadeza impresionante. Los tres protagonistas principales, Vanessa Bell, Virginia Woolf y Duncan Grant están interpretados en los dos primeros capítulos, los años jóvenes, digamos, por Phoebe Fox, Lydia Leonard y James Norton. En el último capítulo los interpretan Eve Best, Catherine McCormack y Rupert Penry-Jones.

Lo dicho, merece la pena, y mucho, verla. Con la cantidad de bodrio presente en la TV, una serie como esta se convierte en una auténtica joya.


callejeando por Londres con Virginia Woolf

Falta todavía mes y medio para que parta a conocer in situ la capital inglesa, una de esas ciudades que existen en el mundo que, aunque no hayas estado jamás físicamente, se podría decir que conoces muchas de sus calles, historias y personajes. No existen muchas de estas ciudades, New York, Roma y París. Y para de contar. No llegan a los dedos de una mano. Londres es, desde luego, la que completa completa el cuarteto.

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El caso es que cuando voy a algún sitio de viaje, aunque sea un fin de semana largo, me gusta leer sobre el lugar, más allá de las guías al uso. La literatura alberga muchas obras que te acercan al lugar que vas a visitar, antes de emprender el viaje, o que refuerzan lo vivido tras terminar la aventura. En cuanto a Londres, aparte de haber gozado con un libro de la editorial Taschen titulado 36 hours, Londres y otros destinos, me he ido decantando por algunas obras «londinenses». Y si hay una escritora londinense por antonomasia, es Virginia Woolf. La obra, más bien obrita, se titula Sin rumbo por las calles: una aventura londinense. Ayer, en una visita a Deborahlibros, acabé comprándolo y me fui a leerlo tranquilamente en un banco de la Media Luna, lo bastante protegido del viento que empezaba a moverse y lo suficiente expuesto al sol para disfrutar del momento.

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Virginia escribió en 1927 este breve relato que no sobrepasa las 90 páginas y que el editor José J. de Olañeta publicó en castellano en 2015, dentro de la colección Centellas. El relato, que aunque sea corto es un torrente de excelencia literaria, lo escribió «para contar cómo la ciudad toma el relevo de tu propia vida personal y la prolonga sin el menor esfuerzo». En él describe un paseo por Londres, a la hora del té, con la excusa de comprar un lápiz. El caso es que la excusa es totalmente válida para dar un paseo por el Londres de finales de los años 20 del siglo pasado, imaginar el interior de las ventanas iluminadas de Mayfair, visitar una librería de viejo en Charing Cross, atravesar el puente de Waterloo y llegar, de nuevo, a Bloomsbury.


Quien quiera una guía en la que señale la hora del cambio de guardia o cuál es el mejor puesto de comida pakistaní a orillas del Támesis, es evidente que este no es su libro. Pero para quien necesite algo más y quiera ver Londres con otros ojos, aunque sea camino del puesto de comida rápida pakistaní, este libro le va a demostrar que, callejeando por una ciudad, propia o extraña, se puede vivir una aventura que siempre se recordará. Quizás me lo lleve al viaje para releerlo tumbado en un parque londinense, después de haber comido la delicia pakistaní. Y tras volver a leerlo, una siesta con Virginia Woolf.