infancia irlandesa

«Irlanda siempre ha sido mujer, útero, cueva, vaca, Rosaleen, marrana, novia, ramera y, por supuesto, la demacrada diosa Hag of Beara».

Madre Irlanda, Edna o’Brien, Editorial Lumen, cap. 1 (La tierra), pág. 11

Hace cuatro años, gracias a uno de mis libreros de confianza, descubrí una autora irlandesa que me fascinó con su escritura y con esa visión tan poco vendida fuera de Irlanda, más allá de los tópicos verdes, musicales y de cerveza negra. Una visión que, hasta hace bien poco, quedaba relegada a la propia Irlanda, pues los trapos sucios casi siempre se lavan en casa. La forma de escribir de Edna O´Brien, que ya es nonagenaria, me maravilla, con su destreza al elegir las palabras (y en este caso el trabajazo de la traductora Regina López Muñoz es impresionante), su audacia al contarnos historias que nadie más cuenta y la belleza completa de sus relatos. Al año siguiente, al leer sus memorias que se inician con su huída a la supuestamente libre, protestante y cosmopolita Inglaterra, comprendí buena parte del porqué de esa escritura tan emocional, tan política, entendiéndose política como el punto de vista de cada cual, y tan elegante. Porque si algo es la escritura de O’Brien es elegante.

Madre Irlanda, editado por Lumen, es precisamente, el previo a esas memorias en las que cuenta su paso de mujer rural de los años 50 a escritora exiliada y maldita en su país. Un previo en el que habla de esa Irlanda que la vio nacer, de esa Irlanda independizada hace treinta años, de esa Irlanda que dejaba atrás la monarquía para convertirse en república cuando Edna contaba con 19 años. Una Irlanda rural, con la omnipresencia de la Iglesia en todos los estamentos y rincones de la sociedad, llena de supersticiones, mitos, costumbres, pero también poesía, esencia y belleza absoluta. Una Irlanda donde Edna pasó su infancia entre caminos y prados, en un colegio de monjas, descubriendo la vida y finalmente huyendo, primero a Dublín y después a Inglaterra. Esta autobiografía de la infancia, comienza con un capítulo lleno de leyendas sobre el origen de Irlanda, porque la memoria de Edna O’Brien es la memoria de Irlanda, porque por mucho que huya, Irlanda sigue siendo la madre. Y esas leyendas, esas historias, las de la madre Eire y las suyas propias, son contadas de una manera bellísima, plagada de anécdotas de lo que era la vida común entonces, sobre las monjas y curas, la bebida, siempre presente, parte de aquella vida.

«Las anécdotas relacionadas con la orina eran las más picantes, sobre todo la del párroco que, al sospechar que su ama de llaves estaba pimplándose el jerez, decidió rebajarlo con orina, y cuando al cabo de varias semanas en las que el nivel de la licorera seguía descendiendo descaradamente le expuso el asunto, ella repondió: «Ay padre, lo que pasa es que todos los días le añado un chorrito a su sopa»».

Capítulo 2 (Mi pueblo natal), pág. 59.

La obra escrita viene acompañada por fotografías de Fergus Bourke que complementan de manera igualmente bella los relatos de la escritora. Este fotógrafo, fallecido en 2004, era un observador nato, un fotógrafo con ojos de niño.

aprender a vivir con la muerte

Me confían cartas para el otro mundo. Cuando me toque ir allí, me llevaré todas conmigo de este mundo. (…) Enviar una carta a alguien del otro mundo es mucho más que sólo pensar que estás conectada con esa persona, aunque creas que lo estás en el fondo de tu corazón.

¿Por qué es diferente?

Porque la carta de verdad llega allí.

En una tarde domingo leí, con verdadero placer, La casa del álamo, de Kazumi Yumoto, editada por Nocturna Ediciones. Fue el primer libro de esta autora japonesa, pero sé que no será el último. Le llaman la escritora de la muerte, porque acerca la muerte, el hecho de la muerte, a la vida de miles de personas que vivimos en una sociedad que huye de ella. Y lo acerca de una manera tremendamente sencilla y natural. Es la aceptación de la muerte como parte de nuestra propia vida.

La-casa-del-alamo-Kazumi-Yumoto

Este año, en los días en que se acercaba mi cumpleaños, me di cuenta que había vivido ya más años tras la muerte de la ama, que mientras ella vivía. Fue una constatación que me dejó momentáneamente abrumado. ¿Cómo puede ser? El próximo 9 de marzo se cumplen 23 años de su muerte y no ha habido ni un solo día desde entonces en que no la haya tenido presente en el pensamiento o en cualquier cosa que hago durante el día. Sigo oliendo el aroma de su perfume, sigo sintiendo la suavidad de sus manos, sigo escuchando su risa y su voz cantando. Y lo hago en igual o parecida intensidad que veinte años atrás. El proceso de duelo cada persona lo lleva de manera diferente. Aprender a vivir con la muerte es vital para la vida. Yo después de haber llorado mucho, creí en un momento que ya no tenía más lágrimas, que las había llorado todas. Tuve una temporada que me asusté con mi frialdad. Pero era algo ficticio. De repente un día empecé a llorar de nuevo y lo hice por muchos motivos. Algunos tristes, otros alegres. Lo mejor fue que dejé de ahogar el lloro. Y volví a llorar a la ama, claro, pero empecé a hacerlo recordando la felicidad de lo vivido con ella. No es ya un lloro amargo, ni constante. Es un lloro que sale, a veces, y casi siempre recordando algo feliz. Transformé el lloro y su muerte en algo que es parte de mí. Y lo agradecí.

Esta novela trata un poco de todo eso. Trata de la importancia de hacer un hueco a la muerte en tu vida. De utilizarla como medio de comunicación con quien ya no está, pero sobre todo con los que quedan. Y lo hace desde la voz y la mirada de una niña de seis años, Chiaki, que ha perdido a su padre. Su encuentro con una anciana que se dedica a recoger cartas para los muertos, con la intención de hacérselas llegar en cuanto muera, cambia su vida. Es un libro escrito con un lenguaje sencillo que se lee con placer, que ofrece cierta calma y que deja un gusto duradero, a pesar de ser una obra corta. Por cierto, más allá del tema de la muerte, uno de los aspectos que más me han gustado de la novela es la reflexión sobre las relaciones entre jóvenes (niños) y ancianos. ¡Ah, sí! Hay también versión cinematográfica.

Pues eso. Un libro para quienes quieren vivir la muerte como parte de la vida. Para quienes quieren cerrar un duelo demasiado largo. Para quienes quieran disfrutar de una tarde tranquila y para quienes han decidido que llorar es bueno.