hacia el matrimonio en una mansión inglesa

Hace tres semanas, después de un par de meses abandonado en la mesilla, retomé y terminé Mansfield Park, de Jane Austen y para mi sorpresa, esa segunda parte que me faltaba por concluir, resultó bastante más amena que la primera. Si Orgullo y prejuicio supuso el descubrimiento de esta escritora, este otro título ha terminado por corroborar mi gusto por ella.

La historia nos traslada a la Inglaterra de principios del reinado de Victoria y más concretamente al ambiente de la alta sociedad, deteniéndose en el papel de la mujer, y por lo tanto de los hombres, en la vida de una mansión de campo y en el destino de las jóvenes de estas familias en unos matrimonios de conveniencia… Casualmente Austen introduce, de una manera revolucionaria para aquella época, la posibilidad de un matrimonio por amor y los pensamientos de la mujer. Lo que para nuestra sociedad occidental del siglo XXI es normal, en aquella época no lo era. Por eso este tipo de obras ofrece luz al proceso de emancipación de la mujer. Pero no hace falta irse muy lejos en nuestra sociedad, para comprobar que los matrimonios de conveniencia estaban a la orden del día. Mi abuelo Silvestre, desde su trabajo en el Café Iruña, comprobó cómo, en las primeras décadas del siglo XX y hasta bien entrada la dictadura franquista, este café era testigo de diferentes transacciones económicas según el día. Un día era ganado, otro cereal, otro eran inversiones varias y otro de los días eran matrimonios. Tal cual. Y esos matrimonios no eran, normalmente, matrimonios por amor. Eso es, relativamente, nuevo. El interés de las familias, el interés económico y muchas veces la necesidad de quitar una boca que alimentar, eran el objetivo real de esos matrimonios de conveniencia. Hoy en día en muchas zonas rurales de los países subdesarrollados (y no tanto) sigue en práctica este método en el que, generalmente, la perjudicada es la mujer.

Volviendo al libro, las sicologías de cada uno de los personajes están muy bien trabajadas y los pensamientos de Fanny, la protagonista, son el verdadero hilo conductor de la obra. Es una obra que, como toda la producción de Jane Austen, innovó en los diálogos internos y pensamientos de los personajes, algo que, hasta entonces, apenas existía. Y todo esto desde la perspectiva de una mujer escritora.

Pues eso, un libro para leer en las tardes tranquilas, con una taza de té o un ponche, antes de dar un paseo a caballo. Yo a gusto iría a dar un paseo a caballo, pero como no tengo ni caballo, ni jaca ni nada que se le parezca, ni en la vieja Iruñea se llevan últimamente este tipo de monturas, me dedicaré al té y al vino, que es más autóctono que el ponche. Si te gusta tu primo y este además va a ser cura, este es tu libro. Si crees que tu vida está trazada por otras manos, este también es tu libro. Y si eres de quienes no ven ni arte ni parte al matrimonio, sea del tipo que sea, este libro te reafirmará en tus convicciones.

el Escarmiento

Después de leer la última de Sánchez-Ostiz, El Escarmiento, no me queda otra que romper mi costumbre de titular las entradas de este blog en minúsculas. No pretendo condicionar el posible debate y la reflexión con un título en mayúsculas, quitando espacio al pensamiento, pero en este caso no hay manera de dejar el título en letra pequeña, pues enorme fue el Escarmiento que algunos se empeñaron en dar a sus vecinos y vecinas que creían en la libertad y la igualdad de condiciones para todo el mundo, para obreros y empresarios, para mujeres y hombres, para republicanos, nacionalistas y foralistas… Y en esas seguimos. Cada vez hay menos gente que apoya seguir pagando las cacerías de nadie, cada vez hay más gente que cree que la única salida es poder decidir soberanamente cómo hacer frente a la crisis (económica, social e institucional, se dice ahora), y cada vez hay menos gente, de aquellos foralistas, que se acuerda de lo que eran o son los fueros (lo poco que han dejado). Las consecuencias de aquél Escarmiento siguen vigentes.

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He leído la novela con ansia, poniendo cara a la tragedia de aquéllos días, recordando palabras cercanas que me decían que después, los que quedaron, tuvieron que vivir en silencio, sin mencionar, sin recordar, pero sin poder olvidar. Y es entonces cuando esas preguntas que hoy en día hacen los que siguen dando Escarmiento, desde el periódico golpista, o desde el Palacio de Navarra, o en la extinta Caja Navarra, intentando mantener el orden que consiguieron a base de cunetas, es entonces, digo, cuando esas preguntas me revuelven las tripas. La pregunta es siempre la misma, «¿para qué queréis remover nada?, «es mejor pasar página», «todos aquéllos ya están muertos». Y después viene lo de la reconciliación, la convivencia, patatín, patatán, cuando en realidad (¡qué claro lo dice Sánchez-Ostiz!) quieren decir olvido, para seguir manejando el cotarro, para seguir metiendo la mano y robando, bien sea el poco dinero que queda, bien sea la memoria de un Pueblo o la propia esperanza que parece renacer.

Esta obra nos golpea con una realidad bestial, una realidad que, si bien se vivió hace más de 75 años, es actual en muchas de sus caras, no porque estén vivas (la mayoría han desaparecido) sino porque son el original de muchas de esas caras que hoy día siguen por Iruñea y en el conjunto de Nafarroa, caras de los vencedores y también de los vencidos. Apellidos, familias, motes, de ayer y de hoy. Emilio Mola, general sublevado, cabeza pensante de aquélla sublevación, apodado El Director, y sobre todo autor de las directrices secretas que establecían los métodos de represión contra el bando contrario, entendiendo el bando contrario con la acepción más amplia posible. Nacionalistas, socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos, pensadores, maestras, labradores, cargos públicos de la República, militares y civiles, camareros, obreros, aprendices, burgueses, madres, hijos, jóvenes y ancianos, niñas (Maravillas, florecica de Larraga)… Todo aquél y aquélla sobre la que caía la sospecha de simpatizar con las ideas republicanas y nacionalistas y también quienes sufrieron la venganza personal por envidias y riñas de vecinos, sufrieron, de una u otra manera, el Escarmiento de una persona que, al decir de quiénes le conocieron, sólo pensaba en matar. Esa persona cuya tumba sigue en la cripta de un edificio que sigue teniendo en su frontis, convenientemente tapado (obligados), la inscripción Navarra a sus muertos en la cruzada.

Y junto a Mola estuvieron otros. Garcilaso, director del Diario de Navarra, que no sólo se dedicó a escribir loas hacia el bando fascista, y que fue parte activa en la preparación y ejecución de aquél Escarmiento. Un periódico que estuvo, como hoy mismo, en el meollo de la cuestión. Victor Eusa, arquitecto y miembro de la Junta Central Carlista de Navarra, al que las actuales autoridades siguen homenajeando, José María Iribarren, escritor y secretario particular de Mola, Angel María Pascual, periodista y destacado miembro de la Falange, Moreno, el del Hotel la Perla. Lugares como el Casino Principal, lugar donde se reunían los conspiradores, ese mismo lugar que cuelga todavía en sus balcones, en días señalados, banderas españolas y en donde se celebra el baile de la alpargata, el Diario de Navarra, ese periódico que anunció la declaración del estado de guerra con un ¡Viva España! y que sigue siendo vocero de aquéllos mismos, el Fuerte de San Cristóbal, entonces cárcel militar y el último lugar que vieron en vida muchos de los fusilados en cunetas, parajes y apartados, el Palacio de Capitanía (antiguo Palacio Real, hoy Archivo General de Navarra), sede desde donde Mola dirigió su estrategia aniquiladora, la sede del periódico La Voz de Navarra, actualmente sede del PNV, y tras la sublevación lugar desde donde se publicó el periódico Arriba España, la Plaza del Castillo, escenario principal antes y durante la guerra… Y luego lugares que no tienen nombre, porque todavía muchos no se conocen, simas, cunetas, parajes apartados, corrales, caminos, tapias, huertos que se convirtieron en cementerios de fusilados, en cementerios de una memoria que poco a poco se va rescatando.

Plaza del Castillo 1936-2011

Y vas leyendo las páginas de la novela e inevitablemente trasladas al presente personajes y lugares, porque los hijos andan por aquí y los lugares siguen aquí. Y es entonces cuando te entra la angustia al pensar el manto de silencio que cubrió esta ciudad y Navarra entera. Silencio obligado para los muertos, fusilados, silencio para las familias de aquéllos desaparecidos que no tuvieron ni una triste tumba sobre la que llorar, silencio para una población que fue testigo del horror, pero sobre todo te entra la angustia al ser consciente que era vox populi lo que estaba ocurriendo. Desaparecían los vecinos y ya no los volvían a ver, se llevaban a concejales y alcaldes sabiendo que los iban a matar, veían los camiones subir Ezkaba hacia el Fuerte, escuchaban los tiros en la noche, olían el humo de las hogueras cuando quemaban piras de libros peligrosos, a una de la calle le rapaban el pelo y le daban aceite de ricino y luego la paseaban, cagándose, por la Plaza del Castillo para mofa generalizada, el Diario de Navarra daba cuenta de asesinatos que entonces no los llamaban así, había señoritas que antes de ir a misa iban a la Vuelta del Castillo, nerviosas, para ver por vez primera un fusilamiento, algunos curas hablaban, mucho, e impartían bendiciones a quien iba al frente, ese frente lejano, sí, pero también a quien tenía que quedarse poniendo orden en el santuario de la sublevación, Iruñea. Fue un silencio obligado, sí, pero un silencio al que muchos, la mayoría, se tuvieron que agarrar  para poder sobrevivir, digo yo. Otros, también, impusieron ese silencio. Y lo siguen imponiendo.

Ese es el mismo silencio que todavía los herederos de aquéllos sublevados quieren imponer a toda costa. Un silencio que significa olvido. Un silencio que impida conocer la verdad, una verdadera justicia y la reparación de la memoria de los que tuvieron que sufrir aquél silencio, todos. Sánchez-Ostiz ha hecho un trabajo extraordinario. Un trabajo que todavía hoy, más allá de posicionamientos políticos (que también), sigue siendo incómodo en esta ciudad en la que nos conocemos la mayoría. Así que estoy totalmente agradecido a Sánchez-Ostiz por el golpe en crudo que nos ha soltado en toda nuestra cara, por contárnoslo sin pelos en la lengua, haciéndonos oler la mierda que supuso aquello y ayudándonos a comprender que el tufo actual es el hedor de entonces.

Tras El Escarmiento vino El botín, que será la continuación de la novela de Miguel Sánchez-Ostiz. A la espera quedo.