un niño encerrado en sus libros

Descubrí al escritor francés una Semana Santa con su libro Resucitar. Desde entonces la escritura íntima y delicada de Christian Bobin me ha acompañado una o dos veces en cada año. En ese 2020 que tantas ganas teníamos que terminase, sin haber entendido, me temo, casi nada de lo que ha ocurrido, leí Prisionero en la cuna, editado por Encuentro. Es el segundo libro del escritor publicado por esta editorial, cuyo catálogo incluye desde libros religiosos y espirituales, hasta narrativa y libros infantiles.

En esa obsesión que tenemos por clasificar todo en este mundo (porque eso nos ofrece más posibilidades de encasillar entre «los míos» o «los otros»), existe un contratiempo para quien pretenda hacerlo con el autor borgoñés. Su escritura, que es una mezcla de pequeñas historias, opiniones, ensayos y aforismos, tiene la belleza de la poesía. Su obra está realizada con frases tan bellas que dudas si es poesía en prosa o es prosa con traje de poesía. En realidad todo esto, al común de lectores y lectoras, nos debería dar un poco igual, porque la realidad es que los libros de Bobin se leen con auténtico deleite, con ese ritmo pausado que obliga la literatura escrita de manera hermosa. También es verdad, o por lo menos a mí me ocurre, que no es un plato para comer todos los días, ya que puede llegar a repetir. Lo bueno en pequeñas dosis es el dicho.

En esta nueva obra de su prolífica producción literaria, el poeta vuelve a insistir en un tema recurrente en casi todos los libros: su visión de la vida desde su casa en Le Creusot, en este caso, haciendo un recorrido de su memoria infantil, desde esa mirada tras la ventana de su casa, al otro lado del pequeño jardín. Por la obra discurre su mirada por las flores, la nieve, la llegada de nuevos libros, los cortos paseos, nunca más allá de la fábrica, mirada delicada, centrada en pequeñas bellezas escondidas para el resto de las personas, miradas que en esa niñez a veces se convierten en auténticas visiones.

Un libro para leer con tenue luz, bajo una manta, si hace calor con los pies descalzos y siempre dejando la ventana con las cortinas descorridas, aprovechando los espacios existentes entre los breves capítulos para abrirte a la experiencia de probar en la búsqueda de aquellas pequeñas visiones que tú también tuviste en tu niñez y que nadie más observaba.

La edición de Encuentro tiene unas bellas ilustraciones de Andrea Reyes.

Ilustración de Andrea Reyes para Prisionero en la cuna.

una prosa que quiere ser poesía

Esta mañana, mis pasos me han llevado hacia la tumba de mi padre. Allí me he fumado uno de los cigarrillos que a él le gustaban. El cielo era de un azul puro. Las volutas del humo se elevaban hacia él lentamente, deshilachándose poco a poco hasta desaparecer completamente como una pequeñísima oración escuchada.

Es Viernes Santo y el sol empieza a calentar tímidamente en el interludio de lluvias del largo invierno y comienzo de la primavera. La avenida de la Baja Navarra, siempre atestada de los humos del tráfico del siglo XX, parece esa tarde más del siglo XXI que cualquier otro día, sin apenas coches, con poca gente paseando, unos a pie y otros en bici. En las villas y chalets de esa zona del parque de la Media Luna, las plantas empiezan a despertar y algunas verjas piden a gritos que las lijen para quitarles la roña que arrastran de varios inviernos. Al final del parque, casi enfilando Beloso, llego al banco, ese banco que en la pequeña rotonda mira directamente al sol en las primeras horas vespertinas, y me siento. Me quito hasta el abrigo y cojo el libro que llevo entre las manos. Resucitar.

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El caso es que unos días atrás, paseando entre las estanterías de la librería Walden en búsqueda de algo de poesía, los dos libreros, Dani y Viky, me dijeron al unísono que probase con ese libro, que le diese una oportunidad al escritor. Reconozco que el título no me atraía demasiado, pero si algo puede tener de bueno la Semana Santa será la resurrección, digo yo.

Resucitar es un libro de poco más de ciento cincuenta páginas, cuyo autor es un escritor francés, Christian Bobin, que vive en medio del bosque, como si fuese el personaje de un cuento y que pese a ser unos de los escritores galos mejor valorados por la crítica (y eso en un lugar donde hay más escritores que lechugas en un huerto, es mucho decir) rara vez sale de su casita de chocolate, ni participa en tertulias, ni concede entrevistas. Al castellano tiene traducidas un puñado de obras, aunque es autor de más de cuarenta libros y se podría decir que su estilo es inclasificable. Su obra consiste en pequeños fragmentos que nos hablan, en el caso del libro que reseño, de la niñez, de la hipocresía de esta sociedad, del tilo de su jardín, de los pájaros que se apoyan en su ventana, de su padre y sobre todo de la muerte como parte de la vida, casi como vida misma. Y lo hace con la delicadeza propia de la poesía, sin serlo.

Esta obra, Resucitar, no es una obra religiosa, pese a lo que el título pueda sugerir y a pesar de la religiosidad de su autor. Precisamente habla de la vida cotidiana que, en principio, nos parece difícil que pueda convertirse en poesía. No siempre lo logra. Pero cuando lo consigue es algo precioso.

Es un libro para quien quiera deleitarse con historias del día a día, contadas con una delicadeza imperfecta y por eso bella. Un libro para leer y releer. Para tener en la mesilla de noche y ofrecer a Morfeo material con el que fabricar los sueños. Una obra para descubrir que lo cotidiano puede ser algo sublime.