euskera desde el sentimiento

Lo de hacer de recadero, según cuál sea el mandado, pues como que me hace hasta ilusión. Y esta fue una de esas ocasiones. Mi hermana Beatriz me pidió que le comprase un libro que había escrito una compañera suya de flamenco, porque mi hermana hace flamenco, con zapatos de tacones, falda que menear, y ese desparpajo necesario para dejarnos con la boca abierta, porque, oye, lo del flamenco es para flipar, con sus ritmos matemáticos que parecen tan naturales si tienes gracia. Pero bueno, a lo que vamos, que me pierdo por soleá. El caso es que Bea, como siempre, me mandó la petición muy ordenadica, por Whatsapp, con enlace al libro y todo, como siempre. Y le dije que sí, porque yo si hay libros de por medio, pues como si tengo que ir al fin del mundo. Así que al día siguiente me cogí la cesta para ir a comprar el pan y aprovechando que Walden está al lado de Ogi Egi, pues hice el recado. Y entonces, buscando en el Whatsapp el libro que tenía que comprar, de repente me fijé que era un diccionario. Oye pues nada, mira qué guay, porque a mí me encantan los diccionarios. Y Dani me dice —pues voy a ver si queda alguno, porque tengo varios reservados y la verdad es que ya he vendido unos cuantos. Y claro, el gusanillo de la curiosidad como que me picaba ya bastante. Y cuando salió con ese libro grande, de tapa dura amarilla, con unos dibujos de ramas adornando la portada, pensé lo chulo que parecía. Y lo es. Es precioso.

Pequeño diccionario sentimental. 57 palabras para empezar a amar el euskera, es un libro escrito por las hermanas Leticia y Regina Salcedo y con bellísimas ilustraciones de Liébana Goñi Yárnoz, editado exquisitamente por la editorial Pamiela. En esta obra recogen 38 palabras escogidas por ellas según su memoria familiar, su sonido, su significado y otras 19 escogidas por otras tantas personas, muchas de ellas escritoras, poetas o dibujantes como Bernardo Atxaga, Zaldi Eroa, Reyes Ilintxeta o Iñaki Perurena. Y son palabras preciosas como bihotz, kili-kili, musutruk, ttipi-ttapa, o pinpilinpauxa, palabras bellas, con sonidos mágicos, significados llenos de poesía y los más sorprendentes orígenes que dejan traslucir la mentalidad, cultura y forma de ver el mundo que tenían las personas que dieron esos nombres a esas cosas cotidianas. Porque eso es en realidad lo que nos dice la etimología de las palabras en cualquier idioma. Nos exponen cómo es esa cultura hablante o cómo era en el origen de esas palabras, pero también nos hablan de las cosas cotidianas de la vida, de esas expresiones que tenemos en nuestras familias y de esas palabras que a fuerza de repetirlas en un contexto concreto adquieren un significado unido a las personas que participaban o participan en ese con texto. Y esto es maravilloso. El poder de la palabra. Para lo bueno y para lo malo. es conveniente no olvidarlo nunca.

A veces, hacer de recadero compensa con creces.

Y así, no podía ser de otra manera, me compré yo también el libro, en Chundarata, porque en Walden ya se les había terminado, pero al fin y al cabo en una maravillosa tienda de barrio, con su decoración navideña que este año es una mesa con todo el servicio de té, sacado de Alicia en el País de las Maravillas, que no os podéis perder (Chundarata y Walden están en Paulino Caballero, en el 27 y en el 31 respectivamente… y si el libro es de viajes o paseos, en medio de las dos tenéis Muga, en el 27 también…). Y me lo ventilé en una tarde, y eso que paraba con cada palabra por puro deleite y pensando en mis propias palabras del euskera sentimental. Palabras que forman parte de mi vida, como xirimiri, con esa x tan suave pero que impregna todo, ama, porque sigue siendo sin estar ya, osaba en la voz de mi sobrino Amaiur, muxu que besa ya en la palabra, mandarra, que es la imagen de mi abuela en la cocina, ixiliko nahi, que nos decía nuestro abuelo porque su ama se lo decía de txiki, maitia, que siempre me llaman las Goñi, txapela, porque el aita es de los que mejor la lleva, como la llevaba su padre, bihotza, porque a pesar del frío te llevo tan dentro de mí.

una actriz asesinada

Eran algo más de las siete de una mañana de verano y William Potticary estaba dando su paseo habitual por la pradera de los acantilados. A sus pies, unos sesenta metros más abajo, estaba el Canal, tranquilo y brillante, como un ópalo lácteo.

La verdad es que compré este libro en Walden un poco porque es la típica lectura de verano, o uno de esos libros ligeros para leer sin mayores preocupaciones que pasar un buen rato. Y no me equivoqué.

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Hoja de lata es una editorial de esas pequeñas que está haciéndose un hueco en el panorama literario con ediciones muy cuidadas y una buena selección de autores hasta ahora poco traducidos por estos lares. Una de esas autoras es Josephine Tey, seudónimo principal de la escocesa Elizabeth Mackintosh. Esta señora, coetánea de Agatha Christie, es una mujer de la que se conoce bastante poco, como si el misterio de su vida privada fuese parte de los ingredientes necesarios para las novelas de detectives que escribió con gran éxito. Cualquiera, al leer las sinopsis de sus novelas en la parte trasera de los libros podría suponer que era una autora del estilo a la gran dama del misterio, la citada Agatha Christie. Es verdad que sus obras discurren en la Inglaterra de principios del XX, que no faltan Scotland Yard, el té de las cinco con sus pastelitos de pepino y la variopinta sociedad británica, especialmente la rural. Pero hasta ahí llegan las similitudes, ya que si la archiconocida autora inglesa solía escribir crímenes “domésticos”, entre té y té, sin perder el aplomo británico, la escritora escocesa iba algo más allá e incluía más veneno, ciertas salidas de tono en los modales imperantes y personajes más diversos.

Su principal personaje es el inspector Alan Grant, de Scotland Yard, elegante y apuesto y sobre todo buen fisonomista. Y este es el protagonista de Un chelín para velas, que trata sobre el asesinato de una reconocida actriz inglesa en un pequeño pueblito de la costa inglesa. Un relato con damas y caballeros (es curioso cómo todavía hoy en algunas tiendas se utiliza caballero para referirse a los hombres y en cambio se llama señora a las mujeres y no dama), faranduleo, taberneros, aristócratas y comisarios, inspectores y sargentos. Es, como he escrito al principio, una novela para pasar un buen rato y poner en marcha la sagacidad personal para intentar encontrar la autoría del crimen.

Quien pretenda encontrar sangre en esta novela, no la encontrará. Quien esté dispuesto a disfrutar con la resolución limpia de un asesinato, entre criados, fiestas y demás, esta es su novela. Ideal para la playa o la piscina, para leer entre baño y baño, o entre caña y caña. Lo mejor para la noche, como lectura fresca de verano, antes de dormir con la ventana abierta.

El maestro del suspense en el cine, Alfred Hitchcock, adaptó la novela con el título Inocencia y juventud en el año 1937 y pese a ser una de sus obras menos conocidas, en ella se vislumbran ya las buenas artes del genial director.

una prosa que quiere ser poesía

Esta mañana, mis pasos me han llevado hacia la tumba de mi padre. Allí me he fumado uno de los cigarrillos que a él le gustaban. El cielo era de un azul puro. Las volutas del humo se elevaban hacia él lentamente, deshilachándose poco a poco hasta desaparecer completamente como una pequeñísima oración escuchada.

Es Viernes Santo y el sol empieza a calentar tímidamente en el interludio de lluvias del largo invierno y comienzo de la primavera. La avenida de la Baja Navarra, siempre atestada de los humos del tráfico del siglo XX, parece esa tarde más del siglo XXI que cualquier otro día, sin apenas coches, con poca gente paseando, unos a pie y otros en bici. En las villas y chalets de esa zona del parque de la Media Luna, las plantas empiezan a despertar y algunas verjas piden a gritos que las lijen para quitarles la roña que arrastran de varios inviernos. Al final del parque, casi enfilando Beloso, llego al banco, ese banco que en la pequeña rotonda mira directamente al sol en las primeras horas vespertinas, y me siento. Me quito hasta el abrigo y cojo el libro que llevo entre las manos. Resucitar.

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El caso es que unos días atrás, paseando entre las estanterías de la librería Walden en búsqueda de algo de poesía, los dos libreros, Dani y Viky, me dijeron al unísono que probase con ese libro, que le diese una oportunidad al escritor. Reconozco que el título no me atraía demasiado, pero si algo puede tener de bueno la Semana Santa será la resurrección, digo yo.

Resucitar es un libro de poco más de ciento cincuenta páginas, cuyo autor es un escritor francés, Christian Bobin, que vive en medio del bosque, como si fuese el personaje de un cuento y que pese a ser unos de los escritores galos mejor valorados por la crítica (y eso en un lugar donde hay más escritores que lechugas en un huerto, es mucho decir) rara vez sale de su casita de chocolate, ni participa en tertulias, ni concede entrevistas. Al castellano tiene traducidas un puñado de obras, aunque es autor de más de cuarenta libros y se podría decir que su estilo es inclasificable. Su obra consiste en pequeños fragmentos que nos hablan, en el caso del libro que reseño, de la niñez, de la hipocresía de esta sociedad, del tilo de su jardín, de los pájaros que se apoyan en su ventana, de su padre y sobre todo de la muerte como parte de la vida, casi como vida misma. Y lo hace con la delicadeza propia de la poesía, sin serlo.

Esta obra, Resucitar, no es una obra religiosa, pese a lo que el título pueda sugerir y a pesar de la religiosidad de su autor. Precisamente habla de la vida cotidiana que, en principio, nos parece difícil que pueda convertirse en poesía. No siempre lo logra. Pero cuando lo consigue es algo precioso.

Es un libro para quien quiera deleitarse con historias del día a día, contadas con una delicadeza imperfecta y por eso bella. Un libro para leer y releer. Para tener en la mesilla de noche y ofrecer a Morfeo material con el que fabricar los sueños. Una obra para descubrir que lo cotidiano puede ser algo sublime.

¿podemos remediarlo?

El Antropoceno -podrán decir los geólogos del futuro remoto- por desgracia combinó el rápido progreso tecnológico con lo peor de la naturaleza humana. Fue una época terrible para la gente y para las demás formas de vida.

La pregunta que lleva por título este artículo es la que me he hecho tras leer un ensayo de Edward O. Wilson sobre la situación extrema del Planeta en cuanto a la biodiversidad. ¿Estamos a tiempo de remediar el daño que los seres humanos hemos ocasionado a la Tierra? No soy muy aficionado a los ensayos científicos, pero cuando leí el título y subtítulo de este libro en Walden, decidí que iba a darle una oportunidad para enterarme de la realidad. Muchas veces escuchamos la afirmación de que el planeta está cambiando, de que el cambio climático es un hecho, de la desaparición de cada vez más especies, pero no solemos, yo por lo menos no, profundizar en las causas y consecuencias de esta situación. De eso trata Medio planeta. La lucha por las tierras salvajes en la Era de la Sexta extinción, editado por Errata Naturae en su espectacular colección Libros salvajes.

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Edward O. Wilson, norteamericano de Alabama, es hoy en día uno de los biólogos y naturalistas más importantes del mundo y considerado el padre de la biodiversidad. Profesor emérito de Harvard y premiado con numerosos e importantes galardones a lo largo de toda su vida, considerado uno de los cien científicos más importantes de la historia, ha escrito más de treinta libros con absoluta maestría y pedagogía de cara a extender y divulgar una conciencia por la vida en el planeta, vida que, en gran medida, está desapareciendo o va a desaparecer tal y como la conocemos.

En el libro, Wilson es capaz de explicarnos y hacernos entender que la vida en la Tierra es producto de un proceso que ha durado miles de millones de años y que, actualmente, nos encontramos en la que sería su sexta extinción. La diferencia con las cinco anteriores es que no ha sido producida por un meteorito que choca con el planeta, glaciaciones o fracturas de continentes, si no por la acción directa del ser humano. Ahí es nada. Yo la verdad es que me quedé helado. Es decir, sabía que nuestro tipo de vida actual incide negativamente en el estado y salud del planeta, pero de ahí a conocer que somos los causantes de una sexta extinción masiva, va un trecho. Cuando hablamos de desaparición de especies, pongamos por ejemplo el rinocerontes (actualmente cinco especies distintas), no somos conscientes de que están desapareciendo por la acción directa del ser humano. Hace cien años había millones de estos animales pastando y bramando en las llanuras africanas y en los bosques lluviosos de Asia. A día de hoy quedan 27.000 individuos, la mayoría de ellos de la raza sureña del rinoceronte blanco. De la raza del norte de ese mismo rinoceronte quedan seis animales. La caza ha sido la causante de esa desaparición masiva. ¿Qué pasa, que antes no se cazaban rinocerontes? Claro que sí. Pero antes no se viajaba de un lado a otro del planeta para cazarlos, ni había un negocio de millones de dólares en torno al cuerno de rinoceronte, usado en la medicina tradicional china. Punto. De todo modos, con mucha pena, eso sí, pero ¿qué más da que desaparezcan los rinocerontes? ¿Por eso se acaba el planeta? No, pero influye en el cambio de los lugares donde habitan. Si comen hojas de un árbol y los rinocerontes desaparecen, seguramente ese árbol crecerá sin el control que suponían los rinocerontes, eso supondrá que el avance de esos árboles haga desaparecer otras especies vegetales y con ello los insectos, arañas, etc, etc, etc. Con lo cual, desaparece el rinoceronte, pero desaparece también todo un ecosistema. Y así con cualquier especie.

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Antes de la llegada del ser humano a la Tierra la tasa de especies que se extinguían en relación a las existentes era de una entre un millón al año. Actualmente esa tasa es entre cien y mil veces superior a la de entonces. Wilson propone que para parar esa subida, se deben crear espacios protegidos para que la vida se desarrolle de forma salvaje, sin la intervención del ser humano. Tenemos que empezar a tomar conciencia de que el ser humano no puede ser el centro de toda la actividad de la Tierra, porque si no, llegará el día, más pronto que tarde, en que la vida en la Tierra se hará imposible. Él lo llama la solución del Medio Planeta, es decir, preservar media parte del planeta, es lo mismo que sea en tierra o en mar y no hace falta, de hecho es imposible, que todo ese medio planeta sea una superficie única. Si no nos ponemos las pilas, señoras y señores, esto se acaba.

Un libro para quien piensa que esto es inagotable y para siempre, para incrédulos y para quienes creen que nuestra forma de vida puede aguantar. También para quienes quieran tomar conciencia de la situación actual, para quienes se quedan ensimismados en un amanecer sin reconocer que amanece para todas las formas de vida y para quienes creen que el ser humano es el centro del Universo y de toda la vida, para que vean las consecuencias de semejante pensamiento. ¡Despertad!

 

extraordinaria

Los ternerillos y los marranos la recibieron a la entrada y tu tía les hizo mucha fiesta y les tiró de las orejas, y aunque no hizo ningún comentario al respecto tú sabías que tu madre consideraba aquello el colmo del sentimentalismo.

Paseando el otro día entre las estanterías de Walden, una de mis librerías de cabecera, me topé con una novela de una escritora irlandesa editada por Errata Naturae. El simple hecho de que esta editorial la hubiese publicado, me dio la confianza necesaria para estudiar la sobrecubierta. Que la autora, Edna O’Brien, sea irlandesa añadió interés en el libro y que la novela transcurra en un ambiente rural entre las décadas de los años 30 y 40 del pasado siglo, terminó por empujarme a comprarlo. Dani, el librero, me señaló que la autora tenía varias obras publicadas por la editorial de Irene Antón y Rubén Hernández y pensé que cómo podía ser que no le hubiese hecho caso. En fin, que Un lugar pagano ha sido mi bautizo con la escritora de Tuamgraney que describe con tanta exactitud y humor eso que denominamos el alma irlandesa.

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La novela, con pasajes autobiográficos, está narrada como una conversación de la protagonista consigo misma. Con increíble profusión de detalles, pero con una escritura aparentemente ligera, la protagonista va desgranando recuerdos de su infancia en un pueblo del interior de Irlanda en los años 30, con la encantadora belleza del paisaje, con las costumbres rurales de aquel tiempo, con un desfile de personajes espectaculares, desde el médico a la profesora, pasando por las amigas de la escuela. Pero la perfecta descripción es la de su propia casa, con un padre aficionado a la bebida y violento con su mujer, con una madre sostén de la casa que no tiene tiempo para cariños con su hija. Los quehaceres diarios, el cuidado de las vacas, la hermana que vive en la ciudad y todo ello envuelto en la asfixia del poder de la jerarquía eclesial en aquella Irlanda inculta, en el que la mujer tenía un papel dentro de casa, siempre a la sombra del hombre, y fuera de casa, siempre a la sombra del cura de turno, representante del poder, en este caso terrenal. Es ingenioso cómo utiliza la voz narradora para describir sus pensamientos, de una manera absolutamente natural. El descubrimiento de la vida, el crecimiento, la pubertad y la adolescencia, son el tema de esta novela extraordinaria que va desarrollándose con un hilo conductor de religión, vida social en un pueblo, sexualidad y familia.

Ha sido un descubrimiento maravilloso la primera novela de O’Brien que me ha abierto las puertas para ir leyendo el resto de su obra. Estoy impaciente. Desde hoy, me declaro completamente o’brieniano.

Una novela para quienes han olvidado su niñez, para quienes reivindicamos el rescate de la memoria colectiva de la mujer, para quienes, a pesar de todo, aman la verde Éire, para los que no han descubierto todavía el encanto de Irlanda, para quienes son capaces de emocionarse con los mil detalles de los recuerdos de la infancia y para quienes viven en continua contradicción.

maravilla de las maravillas

La brisa de la mañana seguía refrescando el ambiente, y había una luz etérea y cálida como era en el norte cuando salía el sol sobre la nieve recién caída. Todo estaba impregnado por el balsámico aroma de los abetos y el olor sutil de las algas que venía de la bahía ahora que con la marea baja quedaban expuestas y parduzcas a la vista.

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En este momento en el que, quien más, quien menos, está volviendo a la cotidianidad del nuevo curso, La tierra de los abetos puntiagudos es «una pequeña y hermosa obra maestra», tal y como la definió Henry James, escrita por Sarah Orne Jewett, una de las escritoras más respetadas de la literatura naturalista estadounidense, y apenas conocida por estos lares, que merece, y mucho, la pena. Una novela extraordinaria que no tiene apenas argumento, pero que está escrita de forma tan magistral que te quedas maravillado. Una novela que te aportará la serenidad necesaria para organizar los meses que quedan hasta el verano de 2018.

Un día, no sé cómo, caí en un blog que reseñaba la obra, me gustó lo que decía de ella, me encantó la portada diseñada por la editorial Dos Bigotes y casualmente esa misma tarde la vi en la estantería de una de mis librerías de referencia en Iruñea, Walden. Dani, el librero, me dijo que no me lo pensara dos veces y así lo hice. Llegué a casa y después de cenar, me senté tranquilamente en el sofá de la habitación que, quizás pretenciosamente, llamamos la biblioteca y tras enfrascarme en su lectura tuve que hacer grandes esfuerzos para no acabar hasta las tantas leyendo y sin dormir. Es de esos libros que acaricias después de leerlos.

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La historia que cuenta es la de una escritora que llega a un pueblo costero de Maine para buscar refugio y poder dedicarse a la escritura. Es verano y se aloja en la casa de la señora Todd, una botánica que vende remedios a sus vecinas y vecinos y que introduce a la protagonista en la vida social del pueblo y de las islas de alrededor. La capacidad de Orne Jewett para introducirnos en un mundo ya desaparecido, con una sensibilidad y nostalgia apabullantes, es extraordinaria. Una capacidad delicada para retratar personajes, principalmente femeninos, paisajes y ambientes tranquilos y serenos y el discurrir de una vida cotidiana en un pequeño pueblo costero en el siglo XIX. Una delicadeza que recomiendo no perderse y que a buen seguro releeré más de una vez.

Una obra para quienes quieran sentir la serenidad del aroma a abeto y costa, para quienes echen de menos las hoy casi inexistentes relaciones entre vecinos, para quienes todavía no hayan descubierto que la soledad de muchas mujeres no es yugo si no independencia, para quienes crean en el poder de los sentimientos, para quienes gusten de escuchar a quien viene a hablarles y para quienes disfruten recolectando hierbas por los caminos. Incluso para quienes tengan plantas aromáticas en los tiestos de su balcón. Una obra, en definitiva, para quien es capaz de descubrir que el pasado, a veces, tiene mucho que enseñarnos.

un doloroso canto a la amistad

El caso es que, para ser sincero, cuando compré el libro, tras leer una minúscula reseña en una revista, no tenía ni idea de en dónde me estaba metiendo. Decían que era una novela que había tenido, durante este año, gran éxito de ventas y crítica en EEUU y que seguía el camino de la gran novela norteamericana. Así que, nada, me fui a Walden, me hice con el tocho de mil páginas y me enfrasqué en su lectura.

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El libro es de lectura contagiosa, de esa que hace que no sueltes el libro y quieras, sea la hora que sea, seguir una página más para saber qué es lo que pasa. Cuenta, principalmente, la historia de una amistad entre cuatro hombres, una amistad forjada a lo largo de los años, con sus diferentes intensidades y sus acomodos al devenir de la existencia de cada uno de los amigos. En este sentido me sentía atraído por la posibilidad de adentrarme en el significado de esa amistad masculina. Son muchos los libros que han profundizado en la amistad entre mujeres con el objetivo de traducir los elementos de dicha amistad. Pero pocas veces, por lo menos yo, he tenido oportunidad de ver desentrañada de manera escrita la madeja de signos, pautas y simbolismos que explican la confianza, el entendimiento y el amor que se presentan en la amistad masculina, una amistad generalmente basada en la aceptación de ser y formar parte de una manada, una familia. Por lo menos esta es la amistad que presenta esta novela.

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La obra se desarrolla en torno a una cuadrilla de cuatro amigos que, desde la universidad, luchan, a veces incluso entre ellos, para descubrirse a sí mismos, descubrir la amistad, el amor, la sexualidad, su vida, la vida. El protagonista, Jude St. Francis, esconde además, una niñez marcada por los abusos sexuales, el maltrato y el rechazo que, inevitablemente, le obliga a construir una realidad falsa que, poco a poco, irá descubriendo a uno de los amigos.

Fue a principios de este año, cuando leí una suerte de memorias de un pianista clásico que me causaron gran impresión. En Instrumental, James Rhodes cuenta su vida marcada por la temprana y continuada experiencia de abusos sexuales por parte de un profesor suyo y el desarrollo de su existencia a través de autolesiones, drogas y sobre todo música, en este caso clásica, que es la que actúa como antídoto y consigue que el pianista se encuentre consigo mismo, reconociéndose y empezando a quererse.

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En el caso de Tan poca vida, de Hanya Yanagihara, directamente se vomita esta experiencia y sus consecuencias, creando una narración que hace sufrir a quien la lee, adentrándote, sin previo aviso, en las fauces de un infierno de maltratos, abusos y violaciones a un niño desprotegido que, de manera muy lenta, deja de quererse, asume la culpa de lo que le pasa y descubre en la autolesión un remanso de tranquilidad en medio del cruel torbellino que es su vida. Una vida, por otro lado, que nadie conoce más allá de sí mismo y que es una gran y necesaria mentira para poder seguir viviendo. Mientras quiera.

Un libro con el que me he sorprendido llorando amargamente, mucho, y sintiendo, sobre todo, la belleza de una dolorosa amistad cuyo canto te golpea súbitamente y que, aviso, quien empiece a escucharlo, en este caso a leerlo, no lo puede abandonar. Quizás, con suerte, podrás dejarlo un rato, para descansar de ese dolor, tan insoportable por momentos.


Un libro para quien necesite llorar un buen rato como ejercicio para limpiar el interior, para quienes tienen una cuadrilla de las de toda la vida y quieran descubrir, por fin, el significado de muchas cosas, para las mujeres (y hombres) que creen que los hombres solo hablamos de fútbol (parece ser), sexo (es verdad) y mujeres (y hombres) y para quienes se sientan capaces de ir más allá de lo que marca la sociedad sin importarle el qué dirán. Sepa quien empiece el libro, que lo engullirá, sacará tiempo para leerlo de donde no hay y por lo tanto perderá tiempo para hacer otras cosas, con lo que dormirá poco, descuidará la casa una semana, malcomerá y llegará tarde a trabajar. ¡Una maravilla!

once libros, ocho películas, un autor, una japonesa y dos no sé ( I )

Ayer se me ocurrió que lo de las redes sociales bien podría servirme para que la buena gente me aconsejase literatura, cine y cualquier otra cosa que me sirviese para ir haciendo mi inmersión en la cultura y sociedad japonesa, de cara a preparar el viaje para el que, todavía, faltan cinco meses. Y resultó. En pocas horas he recibido diferentes consejos de libros para leer, películas para ver, una chica japonesa que sabe castellano y estudia euskera para preguntarle cualquier cosa sobre Japón y dos consejos que no he logrado descifrar, pero que esta semana, antes de los días de fiesta, intentaré descubrir con ayuda de quien me lo dijo.

Antes de recibir los consejos por mi cuenta y con ayuda de dos libreros, ya me había hecho con la primera remesa de material japonés. De Katakrak me llevé dos libros, uno de los cuales estoy leyendo ya. Se trata de El elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki, que es una contemplación silenciosa de la belleza desde el pensamiento japonés. El otro es Introducción a la cultura japonesa, de Hisayasu Nakagawa, que es precisamente lo que su título anuncia, una pequeña y deliciosa introducción al pensamiento oriental. Así que, con estos dos libros, ya tengo más o menos las claves de la filosofía de Japón.

De Walden me llevé otros dos libros, con los que ya tengo el cupo para este mes. El primero es otro clásico, El libro del Té, de Kakuzo Okakura, que digamos es un ensayo sobre las diferencias entre Oriente y Occidente. El otro es Historias de la palma de la mano, de Yasunari Kawabata, una selección de setenta breves relatos de Nobel de Literatura.

Otra librera (esto de poder contar con los libreros es una gozada), Deborahlibros, me recomendó varios libros, algunos de los cuales no logro descifrar cuáles son. Así que me acercaré por su tienda para averiguarlo. Entre los que me dijo están La perla, de Yukio Mishima, que recoge diez cuentos del novelista y dramaturgo, La escopeta de caza, de Yasushi Inoué, que son las cartas de una amante adúltera, La llave, de Junichiro Tanizaki (volvemos al Nobel), aquí os dejo la entrada que le dedicó la propia Deborahlibros, y por último (hasta que no descubra el resto de libros que me dijo) Azul casi transparente, de Ryu Murakami, una historia sobre la juventud japonesa más autodestructiva.

Hedoi, de Katakrak, me ha recomendado dos libros. Por un lado Autobiografía. Libro dos, de Shigeru Mizuki, un manga antimilitarista y autobiográfico. El segundo es Blue, de Nananan Kiriko, otra novela gráfica sobre autodescubrimiento.

Finalmente, en lo que a literatura se refiere, mi querida amiga Irantzu me recomendó un autor, Haruki Murakami, del cual ya he leído dos libros y del que la gente me cuenta, sobre todo, la intensidad de su palabra. En su día me leí Tokio Blues acompañando a Toru Watanabe en su vida universitaria y en sus relaciones con dos mujeres. El otro es De qué hablo cuando hablo de correr, que lo leí en una época en donde todavía no me había percatado que los dieciocho años dando saltos en un grupo de dantzas me habían dejado inútil para hablar con nadie de correr. Algún otro libro de este eterno candidato al Nobel caerá, seguro.


Libros para intentar descubrir Japón, sus gentes, su cultura y su pensamiento. Para quienes están atraídos por el origami, el sushi, las reverencias, el manga y la caligrafía con pincel y tinta. Una buena manera de comenzar a prepara el viaje soñado. Y para quienes no puedan o quieran viajar físicamente a Japón estas obras son, sin duda, mucho mejor que cualquier guía al uso, por mucho que no nos digan los horarios del tren bala.

El resto de recomendaciones, para otro día. Muaka!7495577866_dd4863692d_b

es tiempo de librerías

Pasadas estas fechas de celebraciones basadas, en gran medida, en el consumo desmedido, lo mismo da que sea comprar, que comer, que beber, quien más, quien menos, cuidará, durante un par de semanas, su alimentación, incluso saldrá a hacer algo de ejercicio, algún paseo por el monte e intentará ordenar un poco el desenfreno instalado desde hace dos semanas en su vida. No está mal. Pero estaría mejor si no dejásemos aparte el otro cuidado necesario para que el cambio en nuestro estilo de vida sea completo. Es tiempo de dedicar un tiempo a cuidar también nuestra mente y posibilidades para eso hay unas cuantas. Algunos optaremos por dedicar más tiempo a lograr ser más conscientes de lo que hacemos, a respirar mejor y a tener un pequeño tiempo diario para nosotras y nosotros. Otros, y esta es la opción más sencilla, pueden optar por empezar a leer esos libros que les han regalado y si no ha sido así, acercarse a alguna librería y dejarse aconsejar por la librera o librero de turno. Porque es tiempo de librerías. Es tiempo de libros. Es tiempo de lectura que despierte nuestra mente embotada de tanta «celebración».

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De un tiempo a esta parte en Iruñea se están abriendo librerías de esas a las que puedes ir sin tener mucha idea de qué tipo de libro quieres leer. Son librerías, que no tiendas de libros, en donde no hay personas que te venden libros, si no libreras y libreros que te aconsejan, recomiendan e incluso son capaces de hacerte enamorar de un libro, un autor, una poetisa o una novela olvidada antes de leerla. Hace un tiempo ya hablé de Katakrak, y dije que lo creía un espacio de encuentro y análisis, taberna sostenible y librería crítica imprescindible en el proceso hacia un modelo de ciudad activa que, entre diferentes, podemos y tenemos la obligación de construir. Hoy me quiero referir a otras tres librerías que en estos dos últimos años han surgido en la ciudad, concretamente en el II Ensanche, tan necesitado de otro modelo de comercio que no sea el de las franquicias y el Corte Inglés impulsados por UPN.

Walden es la librería que, en el antiguo comercio de su padre y su madre, en la calle Paulino Caballero, abrió Dani Rosino a finales de 2013, en un diciembre que supuso una auténtica bocanada de aire fresco en el mundo de las librerías, justo seis meses de que cerrase sus puertas todo un referente en este ámbito como fue El Parnasillo. Abría Dani esta librería con la intención de que se convirtiese en «un hogar para hacer pausa y leer» y desde luego el propio lugar invita a ello. Sin música alguna, la librería invita a recorrerla de derecha a izquierda, en esa especie de plaza de kiosko que da la vuelta a la terraza central en donde puedes sentarte a ojear alguno de los libros o a comenzar a leer el recién comprado acompañado de una taza de té o café. Las lámparas, como una suerte de medusas repartidas en el fondo de este océano de libros, iluminan levemente todo el espacio consiguiendo un ambiente acogedor.  Aparte de las secciones de música, arte, Navarra, filosofía, poesía y ensayo político, Walden está organizada por países. Es una librería para sumergirte en las obras, clásicas y actuales, de Inglaterra, Francia o Alemania, pero también están las secciones de literatura de países orientales, centroeuropeos, americanos de sur a norte y, como no, la literatura en lengua castellana. Si quieres un libro de literatura, la próxima vez deberías probar a buscarlo y dejar que te aconsejen en Walden. Pasarse por ahí es inexcusable.

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Un poco más abajo, en la siguiente manzana de la misma calle, se encuentra Chundarata, una librería que está especializada, tal y como ellas mismas dicen, en ilustración, infantil y juvenil, cómic, novela gráfica, y mucho más… Ese mucho más son talleres para los más txikis, y para adultos, desde escritura, a cómic, pintura o manualidades. La tienda en sí, en su parte delantera, es un espacio como de sueño, que cambia según el sueño que vayan teniendo las dueñas, convirtiéndose en una clse de escuela antigua o en una playa en época estival. En la parte posterior está la zona donde hacen los talleres. Si quieres un libro con alguna edición especial, de esas chulas que son para leer y releer y tenerlas a la vista en tu biblioteca, esta es tu librería. Recomendable al 100%.

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Finalmente, en una zona algo extraña para abrir una librería, en la calle Aralar, en la esquina de la avenida Baja Navarra, muy cerca del parque de la Media Luna, se encuentra, desde hace poco más de un mes, Deborahlibros. Esta tienda, de la cual estoy seguro su éxito esté donde esté, es el fruto de Katixa, una entusiasta de la literatura y los libros que anteriormente conocía por seguir su blog (totalmente recomendable, por otro lado). En este blog dice de su librería que «ahora me toca realizarme profesionalmente, emprender, proactivarme, rumiarme, regurgitarme y todo eso. En un tiempo en que cierran librerías, voy a abrir una. ¿Quién dijo miedo?». La tienda dispone los libros en diferentes secciones que, a modo de blog, nos informan del tipo de lectura que nos vamos a encontrar en esas baldas. Troteros de playa y chimenea para los libros entretenidos, pero de calidad. En Delicatessen esos los libros que son una delicia y en el Rincón negro la novela negra imprescindible en cualquier buena biblioteca. Dosis de realidad para esos libros de ensayo, Usados para libros de segunda mano y la sección de Books, para los libros en inglés. Otro lugar que, solo su visita, merece mucho la pena.

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Ir, visitar asiduamente y comprar en este tipo de librerías no solo es bueno para nuestra mente, si no que también es bueno para nuestro comercio y por lo tanto para ese otro modelo de ciudad en donde el emprendimiento, la familiaridad y la cultura son parte principal. No os lo penséis dos veces, leed, aunque sean prestados de la biblioteca, como la que, gracias al Ayuntamiento del cambio, ha ampliado su horario en la plaza de San Francisco. Y si tenéis oportunidad y dinero, invertidlo en vosotras y vosotros comprando algún libro en este tipo de librerías.

un James inacabado

Apenas una semana antes había comenzado el libro con el que me las prometía felices. Las anteriores novelas del norteamericano que quiso ser inglés habían supuesto una fuente de placer literario y en el caso de una de ellas una buena dosis de tensión. Por eso, cuando hace un año compré el libro en Walden, pensé que sería una experiencia igual de satisfactoria. Una novela de Henry James y además de poco más de cien páginas… La mejor elección para esos días de fiesta y a la espera de meterme en algo más extenso. Craso error.

Henry James, circa 1906, the year he completed his revised version of The Portrait of a Lady

El comienzo de la madurez no es el mejor ejemplo de literatura jamesiana. Es un libro esbozado en 1914, dos años antes de morir su autor y que se publicó al año de su muerte, de manera póstuma. Y digo esbozado, porque la obra consiste en diferentes capítulos, hasta siete, que son más unos apuntes que unas páginas terminadas, ya que no fueron ni revisadas, y eso, en el perfeccionismo de James, es mucho decir. Las kilométricas frases, que en Otra vuelta de tuerca me parecieron un profuso chorro de matices, en este librito se me hacían interminables. Las idas y venidas del autor en la exquisita Pandora, en este caso me obligaban a releer una y otra vez la misma frase. Es lo que tiene leer un libro de estos durante la noche, cuando los párpados se te van cerrando poco a poco, sin querer.

El libro rememora las vivencias de Henry James cuando viajó a Londres a finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo XIX. Unas vivencias que. en principio, se presentan como recuerdos biográficos, pero que tienen, inevitablemente, el vacío de la memoria tras cincuenta años de aquello. Esto no debería haber sido ningún problema, pero el caso es que James abandonó estos apuntes sin retomarlos para su corrección y llegándole la muerte sin haberlos terminado. Se trata pues, de una obra inacabada, a falta de corregir y sin un hilo conductor fuerte entre algunos capítulos y otros.

Ya lo he dicho al principio. No es la mejor obra de James, pero no por eso voy a dejar de leer al maestro del puntillismo. La próxima vez lo volveré a intentar con, seguramente, Las bostonianas.


Un libro para los incondicionales, muy incondicionales, de Henry James y para aquellos que sufren de insomnio, pues creo que resultará un buen remedio para que el sueño los recoja rápidamente entre sus brazos.


¿Y vosotras y vosotros qué libro de James me recomendáis?