elogio de la sombra y paseo por el malecón

El cuerpo humano es sabio, mucho más de lo que a veces pensamos, y está hecho a hábitos, por eso, a pesar de no poner el despertador, tu alarma interna suena a la misma hora de siempre. Esto, unido a que la edad va avanzando y no precisa tantas horas de sueño, hace que me despierte a la misma hora que si fuese a ir al bulego. Son las seis y media, abro el ojo, lo intento cerrar y decido quedarme un rato más. A los diez minutos aceptó que es misión imposible y abro el libro. El buen señor japonés sigue con su elogio a la manera de pensar y vivir en el país nipón. Las sombras, la naturaleza, el tacto, esa cultura milenaria que ha vivido décadas tras la II Guerra Mundial obligada a ser lo que no es. Consecuencias, otras más, de aquellas dos bombas atómicas.

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A las nueve de la mañana había quedado para desayunar con las dos amigas con las que voy a Japón. Un desayuno de lujo: fresas, piña, pan tostado con queso fresco y queso de untar, bizcocho, mantequilla y mermelada casera, todo esto con un buen té. Y mientras, hemos ido dibujando muy por encima el plan de viaje, para ir avanzando en los preparativos. Del aeropuerto de Tokio directos a Kioto, Tokio lo dejaremos por el final y visitaremos también Nara, haremos algún recorrido andando, subiremos el monte Fuji, nos relajaremos en un olsen (baño termal), beberemos té, iremos a un combate de sumo… Y nos sorprenderemos, seguramente, en más ocasiones de las que pensamos.

Si ayer fuimos hacia Lapurdi, hoy tocaba Gipuzkoa, Zarautz, la villa de donde parte de mi familia proviene. Zarautz es para mí verano, pero mucho más que eso. Es otoño, invierno y primavera. Es familia, txakoli con mi abuelo, 325A, pintxos, recuerdos, paseos, botas katiuskas, primeros amores, partidas de cartas, resacas que había que disimular, olas, lectura tranquila, reencuentro, risas, botxas, playa, escapadas, Euskal Jaia, paraguas, txikiteo, amistad, salitre, azoka, euskera, pertenencia… Y más.

Hoy ha sido día de comida, y antes de ella, de vermut con trikitixas de fondo. Luego un menú del día con un buen vino blanco. Paseo por el malecón y observar a los surfistas cogiendo olas, esas olas que tienen la tranquilidad de la primavera y el frío del invierno. Mucha gente paseando por la tarde, una última mirada al Ratón de Getaria y vuelta a Iruñea, con Benito rasgando con su voz coplas antiguas y yo, mientras, aprovechando para los diez minutos de siesta que no había podido echar antes.

Ya en casa aprovecho para terminar ese libro delicioso que os comentaba al principio, estoy, ya sabéis, japonizándome. El elogio de la sombra es la contemplación silenciosa del mundo que le rodea al escritor japonés, un mundo que, poco a poco va desapareciendo. En él relata porqué en Japón ven belleza en las sombras, en la vejez, en la oscuridad o en las paredes de papel. Y es que es en la sombra donde permanece la esencia misma de la belleza. Es ahí donde vas dándote cuenta de la diferencia entre el pensamiento oriental y el occidental. Mientras aquí lo basamos todo en la luminosidad, en el brillo y en la claridad, allí su propio pensamiento y manera de ser, la propia idiosincrasia, consiste en un juego de claroscuros, de imaginar, de ver más allá de lo que se percibe y de hacerlo apreciando el paso de los años, el silencio y la serenidad. Es, desde luego, una exquisitez que, seguramente, quedará cerca de la cama, para releer en esos momentos en los que, a pesar de no haber programado alarma alguna, tu cuerpo ha hecho sonar tu propio despertador.

Qué a gusto. Qué bien.

en equipo, esa es la clave

El mes pasado, kuskuxeando (cotilleando) por el blog de Deborahlibros me encontré con su reseña de un libro que lo ponía bastante bien. Era, en principio, un libro cuya temática no me interesaba, pero según la librera-bloguera estaba escrito de tal manera que te atrapaba la fantástica historia que contaba y sobre todo te impregnaba con el esfuerzo y la gesta que protagonizó el equipo estadounidense de remo en las Olimpiadas de 1936, aquellas que el régimen nazi organizó para vender su visión del mundo convenientemente edulcorado.

El caso es que me apunté el título para descubrir algo más de él y lo dejé aparcado. Y resulta que uno de los regalos navideños que tuve fue, precisamente, este libro de 459 páginas, que lleva dos ediciones y que muy bien escrito tenía que estar para que me gustase. La única ocasión que he remado ha sido una vez que el tío Valentín de Zarautz me llevó en su txalupa a pescar txipirones y la verdad sea dicha yo no hacía más que dar paladas al agua y poco más. Después me solté algo más en el estanque del Retiro aquella vez que fui con los de clase de Artes y Oficios a ver Arco, la Feria de Arte Contemporáneo. Y la verdad es que aquella excursión fue un soltarme en todo los sentidos. ¡Viva el arte y viva la juventud! Pero vuelvo al tema. Aparte de esas dos ocasiones no he remado nunca más. Siempre me he quedado mirando las piraguas que recorren tranquilamente el Arga, me surge curiosidad con las regatas entre Oxford y Cambridge, pero más por el ambiente que se crea que por otra cosa. Y cuando son las regatas (estropadak) de Zarautz el 15 de agosto, soy de los que prefiero tomarme un txakoli en el malecón que quedarme viéndolo en la tele de un bar o con los catalejos desde la playa. En fin, que el tema no es mi pasión.

Así que abrí el libro con cautela y resulta que enseguida me fui metiendo en la historia, difícil historia, de Joe Rantz, un chaval cuya familia no tenía ni un duro, cuya madre murió cuando tenía 5 años, que se lo llevaron a una tía para que lo cuidase, que su padre se casó de nuevo, que le gustaba tocar el banjo, que su padre le abandonó a los 15 porque no podían darle de comer, que trabajaba en verano cortando árboles y picando en canteras para poder estudiar en la universidad y que se apuntó al equipo de remo por probar. No podía ni imaginar que en tres años iba a representar a su país en las Olimpiadas de Berlín. Pero mucho menos podía imaginar que en el remo iba a encontrar una filosofía de vida y unos amigos para toda la vida. Ahí conoció a su entrenador, a un constructor de botes de madera para practicar remo de ocho asientos, a su novia, a muchas personas del mundo del remo y sobre todo, ahí se conoció a sí mismo.

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Lo he leído muy a gusto y puedo decir que me ha sorprendido la capacidad que tiene Daniel James Brown para hacerte vivir cada una de las carreras que relata en el libro. Casi he estado a punto, más de una vez, de lanzar gritos de ánimo.


Si te gusta el deporte en general, es un buen libro. Si te gusta el remo en particular, es una delicia. Si quieres sorprenderte con algo y quedarte con un buen gusto de boca, también es tu libro. Si quieres diferenciar el remo, del piragüismo, teambién es un buen libro. Y si sigues creyendo en el valor del equipo, a pesar del idiota de tu compañero o de tus propias torpezas, pues también es tu libro. ¡Todos a una! ¡A remar!


Remando como un solo hombre, edición de Nórdica libros y Capitán Swing.

¿Cuál es el valor espiritual del remo?…

La disolución de uno mismo en el esfuerzo cooperativo del equipo como conjunto.

George Yeoman Pocock